Capítulo 93 | segunda parte.

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Marizza.

Mi mente se desconecto al escuchar esas palabras. "Vos te llamas Marizza Pía Andrade".

Pero... ¿Quién es Martín Andrade?

Y lo más importante, ¿quién soy yo?

El pecho me duele. Siento como mi corazón se estruja, sus latidos son rápidos y constantes, pero tan silenciosos y endebles, que temo que deje de latir ya que no puedo escucharlos. Mi respiración es agitada, tanto que siento que me quedo sin aire en los pulmones. Mis manos sudan frío, tiemblan y se mantienen inquietas en mi cara al cubrir la en un intento de ocultar mis lágrimas, las cuales no cesan y caen sin parar, una tras otra.

El frío que se expande repentinamente por mi cuerpo me cala los huesos, provocando que me estremezca y que mis dientes choquen de vez en cuando por el temblor. Mi vista está fija en la mesa, la cual puedo ver por los pequeños espacios que mis dedos dejan ver pegados a mi cara.

¿Por qué no puedo moverme?

¿Por qué no puedo hablar, o al menos insultar, gritar o lo que sea?

¿Por qué me siento así?

Los recuerdos con mi mamá me inundan la mente, llenandome de una nostalgia y un dolor insufrible; ella y yo corriendo por el jardín de casa, un día cualquiera, a mis siete años de edad.

Yo corría por todo el jardín soltando carcajadas, el pasto estaba corto y el sol que brillaba mucho, emanaba un calor fuerte pero soportable. Mi mamá corría tras de mí agitando los brazos como loca. Había intentado ponerme un vestido rosa, muy delicado para mi gusto, porque teníamos una entrevista de la famosa "Sonia Rey", pero fracasó en el intento. Yo me negué rotundamente a vestirme como princesa empalagosa, e hice un berrinche capaz de agotar a mi querida mamita. Ahora, cansada y rendida, se decidió por juguetear un poco conmigo y dejar pasar lo del chillón vestido rosa.

- ¡Marizzita, te voy a atrapar! - gritó con una voz extremadamente melosa.

- ¡No mami! ¡Un pomelo me vas a agarrar! - reí agitada por correr tan rápido.

_

Mi mamá y yo discutiendo días antes de empezar el Élite Way School.

Estábamos comiendo solas en casa, la mesa estaba ordenada y una fuente de espaguetis y albóndigas descansaba sobre ella. Nuestros platos estaban por la mitad, los vasos contenían agua saborizada de uva, y una canasta con pan estaba justo en medio de ellos.

- No quiero ir a ese lugar horrible lleno de caretas, mamá. ¡Seguro son todos conchetos sin cerebro!

- No juzgues sin conocer, ciela. Tal vez y te haces amiguitos nuevos. Dale una oportunidad a esta nueva etapa, mamita.

- ¡No jodas Sonia! ¿Qué amiguito ni amiguito? Son todos hijos de papi que no saben ni lavar un plato, seguro - dije convencida.

- Mi amor, estoy segura que si abrís tu corazoncito precioso, en vez de sólo ver con los ojos, vas a encontrar a personas increíbles.

Recuerdo pensar que decía estupideces, pero tuvo razón.

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Mi mamá renegando por mi suciedad, mientras me bañaba. Tenía entre cinco y seis años.

Había estado jugando toda la tarde en el patio, con el barro y una pelota de fútbol. Sonia me había rogado que entre a casa y deje de hinchar los pomelos con la pelota de acá para allá, pero no le hice caso y seguí embarrandome de la asquerosa suciedad del jardín. Aunque poco me importó la mugre que tenía encima.

Eterno amor.  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora