Capítulo 95

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Pablo.

— Vamos Culocci, no seas tan duro con los chicos. Sólo quisieron dormir juntos, ya están algo grandecitos — dice Sonia, intentando calmar los nervios de Franco.

— ¡No, no! ¡Esto pasa todos los límites, Sonia! — pasa una mano por su cara, roja como tomate, con frustración — ¡No puedo permitir que duerman con mis hijas y hagan quién sabe qué!

Muerdo el interior de mi mejilla, nervioso.

Nos habían llamado a Manuel y a mí para hablar con nosotros sobre el cambio de habitaciones. Yo estaba durmiendo junto a Marizza, pero Manuel vino a buscarme rogando que por favor no lo deje solo en ésta, lo que acepté. Tarde o temprano también me matarían a mi, y si me iban a matar, al menos tenía que ser junto a mi amigo.

Marizza se quedó durmiendo y yo no quería despertarla después de que pasó toda la tarde llorando, así que dejé dos grandes almohadas a sus costados, como si se tratara de una frágil bebé que no puede ser custodiada por sus padres en un buen rato.

— Pero mi yesito, ellos no hicieron nada. ¿No, chicos? — nos mira con los ojos bien abiertos, moviendo su cabeza para que contestemos que no. Franco nos mira esperando una respuesta.

Niego frenéticamente, con los ojos bien abiertos por si acaso, no vaya a ser que Franco me pegue una piña y yo no esté preparado para sentir el dolor. Miro de soslayo a Manuel, quien también niega reiteradas veces con entusiasmo.

— No hicimos nada, solamente dormimos juntos — dice él, levantando sus palmas a la altura de su cabeza —, lo juro.

Franco me mira con una ceja alzada, esperando a que diga algo. Copio a Manuel y pongo mis manos a la altura de mi cabeza.

— No tocamos a sus nenas, se lo juro suegrito — me acojono un poco, muerto de miedo por mi vida.

Franco entorna los ojos entre todos nosotros, hasta mirar fijamente a Mía, quien se mantuvo callada todo éste tiempo y creo saber porqué.

— ¿Vos Mía, no pensas decir nada?

Ella mira a su papá y juguetea con sus dedos, nerviosa. Ahora estoycien por ciento seguro de que ayer no durmieron... hicieron cositas.

— Ehh... hmm, yo, yo no hice nada, daddy — replica con una sonrisa extraña —. Ni Manuel ni yo hicimos nada, lo juro.

— ¡Dejen de jurar, por Dios! — grita exasperado — ¿Son conscientes de que los tres me lo juraron cada vez que les pregunté?

Me encojo de hombros con una sonrisita nerviosa en mis labios. Si no nos cree, soy hombre muerto.

— Si, si suegrito... eh, digo Franco — me corrijo. Levanta su mano —. ¡Por favor no me mates! ¡¿Quién va a cuidar a Marizza que no para de llorar?! ¡Mi vida tiene algo de sentido ahora, por favor! — grito asustado y exagerando un poco la situación, cubriendome la cabeza con mis brazos.

No pensaba sonar tan cagon, pero así me salió. ¿Qué puedo decir? Mi suegro da miedo cuando se enoja en serio. No me juzguen.

— No iba a matarte Pablo — dice Franco confundido. Me paro bien, esta vez sin taparme, y lo miro sonriendo burlón, aunque en realidad estoy fingiendo.

— Si, ¡jaa! Ya sabía — hago un ademán con la mano, haciéndome el descuidado.

Franco suaviza su mirada y me regala una sonrisa apenada, para luego acercarse a mi y darme un fuerte abrazo. Me quedo helado, sin devolverle el apretón de cuerpos por la sorpresa.

— Yo... yo sé que están pasando algo difícil con Marizza luego de... de eso, Pablo — dice al separarse de mi. El arrepentimiento en sus ojos me da curiosidad —. Sé que ella está sufriendo y vos la estás conteniendo como nosotros no podemos en éste momento.

Eterno amor.  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora