POV Martín.
— Te prometo que a penas pueda voy a hablar con ella. Sólo dejame esperar un poquito más, es complicado para mí.
— Te doy el tiempo que sea necesario, Sonia. Pero por favor, apresúrate, necesito conocer a mi hija.
— Mañana voy a tratar, no digo que pueda, pero lo intentaré. Teneme paciencia.
— Está bien. Avísame y estaré ahí.
— Okey.
Suspiré. Hablar por mensajes con Sonia me hace recordar viejos tiempos. No quiero recordar, pero no me queda de otra, no tengo nada más que eso: el recuerdo.
Entro al baño y abro la canilla del lavabo, con mis manos junto un poco de agua y enjuago mi cara en un intento de sentirme mejor. Pero nada, la tristeza y el dolor siguen ahí intactos, como si nada fuese a calmarlos. La angustia es algo de lo que no me puedo librar, aunque quiera.
Hace algunos años me había decidido a por fin olvidarme de Sonia, me había rendido en la búsqueda de mi propia hija, de las respuestas. Sí, fuí un cobarde, un completo idiota y un débil. Pero fué tanto lo que me dolió no encontrarlas en tantos años de búsqueda que estaba cegado. El dolor y la angustia, la falta de esperanza que tenía me había jugado una mala pasada, no me estaba ayudando para nada.
Creí haberme librado de esos fantasmas que me atormentaban en la noche, en el día, a cada minuto por la falta de las dos personas más importantes de mi mundo. Pero no fué así. Hace unas semanas había estado viajando por México para conocer un poco las hermosas playas de acá, para conocer un país distinto al mío. Pero da la casualidad de que justo ellas dos habían elegido el mismo destino. O tal vez habían vivido acá por todos estos años, aunque esa posibilidad se esfumó de mi cabeza al darme cuenta que ni Sonia ni Franco, su novio, tenían acento mexicano, es más, Sonia seguía con su hermoso acento venezolano que tanto la caracterizaba.
Ellos parecían estar de vacaciones por sus maletas y vestimenta. El sábado por la noche, no recuerdo la hora, los había visto en el mismo hotel que yo me estaba hospedando, tenían unas valijas gigantes y estaban acompañados de cuatro jóvenes. Supongo que alguna de las dos chicas que se encontraban ahí es mi hija, pero no llegué a verlas ya que rápidamente subieron con los otros dos chicos hacia arriba. Lo único que pude observar es que una era rubia, mientras que la otra era colorada. No sé cuál será mi hija, pero al ver ese color de pelo colorado algo hizo efecto en mí, sentí algo que nunca había sentido. Puede sonar raro, pero mi corazón sintió algo distinto, como si supiese de quien se trataba.
20 de julio, año 2002.
22:13pm
El café ya estaba un poco frío, por lo que me lo tomé casi de un sorbo y dejé la plata sobre la mesa. Me levanté de la silla y con un diario en la mano salí del bar de mi hotel. Al salir, pude ver como entraban dos o tres familias bastante grandes por la recepción, pero una en especial llamó mi atención por completo.
Esa es...
¿Qué hacía acá?
¿Era Sonia? ¿Mí Sonia?
Ella se encontraba junto a un hombre de pelo negro, algo moreno pero no oscuro, altura normal y vestimenta seria, por así decirlo. Estaban acompañados de cuatro jóvenes, dos chicas y dos chicos. Mi vista se enfocó en una sola persona, Sonia. Pero de repente algo llamó mi atención, una de las chicas, era colorada y de baja estatura pero no podía verle la cara ya que estaba de espaldas.
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Eterno amor. ©
FanficEn proceso. [Prohibida la copia parcial o completa de esta historia] © Ella Méndez.