continuación...
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Sonia.
Mis mañanas, tardes y noches, se basaban en investigar, andar de aquí para allá con Franco buscando datos que comprueben lo que tanto estoy esperando por saber. Mis vacaciones de invierno familiares se habían acabado para mí y mi Culocci, pero para nuestras hijas y yernos no, todavía.
Una noticia o, más bien, una revelación por parte de un hombre desconocido me había descolocado. En realidad, no era un desconocido, sino alguien que conozco muy bien, demasiado debo decir, pero que, con el tiempo, dejé en el pasado hasta olvidarlo del todo. Tanto así que al cruzarme lo por la calle no lo reconocí, sino que fué él quien me reconoció a mí. Me encontró.
¿Por qué en este momento?
¿Por qué después de tantos años?
¿Cómo vivir ahora, tranquila y serena con esa amenaza, u advertencia tan desgarradora para mí?
Porque sí, este mismo hombre que en algún momento de mi vida amé con toda el alma, que juré que siempre iba a estar junto a él y vivir mi vida de color rosa, ahora me estaba amenazando con contarle la verdad a mi preciosa hija, a lo más importante de mi vida. Marizza. Y no, no es una amenaza mala, ni siquiera sé si se trata de eso. Es sólo una relevación que podría causarle daño a Marizzita, pero daño sentimental, no físico. Y yo creo que eso es peor, mucho peor que cualquier daño físico, porque ese secreto lo guardé durante años bajo candado, y es algo que no me gustaría hablar en este momento con ella aunque sé que se merece saber la verdad, al igual que él merece decírsela.
Martín Andrade merece tener a su hija, y ella merece tener a su padre, a pesar de los errores del pasado y las mentiras en las que juré siempre mantener por temor a un rechazo de mi hija. Pero eso es algo que no voy a poder ocultar toda mi vida, aunque así quisiera. Pero de todas formas no quiero, no quiero mentir más porque sé que está mal y que estoy fallando. Pero... ¿Cómo se dice una verdad tan fuerte después de tantos años de engaño?
¿Lo podremos superar como madre e hija?
¿Me perdonará por mentirle desde que nació?
Esas son preguntas que me hago muy frecuentemente, y que me duelen muy adentro. Me gustaría tener las respuestas y saber que son buenas, pero hay más posibilidades de que sean negativas, que todas ellas me causen un dolor insoportable en el pecho que no aguanté más. Porque estoy casi segura de que si Marizza supiera que Martín es su padre, no me querría volver a ver jamás en su vida, y no la culpo. Pero soy tan egoísta que lo ocultaria toda mi vida con tal de que ella no se aleje de mí.
El peor dolor para una madre es perder un hijo, que te odie o que no puedas tenerlo entre tus brazos. Es algo que, si bien nunca experimenté a pesar de las bravas contestaciones de mi hija, sé bien que dolería como mil infiernos. Se te desgarra el alma y ni las lágrimas ayudarían a sanar ese dolor, esa agonía cruel que no te dejará dormir tranquila. Lo sé porque pude presenciar el dolor de alguna que otra conocida o amiga en el pasado, madres que perdieron a sus hijos física o emocionalmente.
Lo que ocurre, para no dar tantas vueltas al asunto, es que Martín apareció hace unos pocos días en México, en la búsqueda de mi hijita, ya que, según él, era el mejor momento que encontró para hablar con ella y conmigo. Aunque no creo que después de dieciséis años sea el mejor momento, sino que muy tarde, pero no es su culpa, sino mía por haber mentido tantos años a ambos.
Él creyó todos estos años que yo me fuí de su lado porque mi marido, en ese momento Fabrizio Spirito, quiso mudarse a Buenos Aires, cuando en realidad fuí yo quien quiso mudarse. Sé que podría sonar raro, pero la historia es algo así:
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Eterno amor. ©
FanficEn proceso. [Prohibida la copia parcial o completa de esta historia] © Ella Méndez.