Después de ese día tan caótico que culminó en la biblioteca, cada uno volvió a casa.
Fëanor y Jonathan, volvieron juntos en un sepulcral silencio a casa. No insistieron en el tema del gobierno o de la pelea de ese día y el reclamo por ayudar al rubio.
Joyce le insistió a la pelinegra para ayudarla y bajar la hinchazón del golpe poniendo un poco de pomada para ello.
Ivers rendida accedió por más que le dijo que era innecesario. Ese golpe no era nada y podía soportarlo, tampoco le importaba el moretón que se había formado en la mejilla; este desaparecería en unos días. Tenía más cicatrices físicas y psicológicas que le van a perdurar toda su vida.
Rota, su alma estaba rota en diferentes modos.
Al meditar en ello, sin saber como, le viene a la mente el californiano. ¿También tendrá cicatrices? ¿Qué tan profundas serían? ¿Estará igual de roto como ella?
Quizá así sea, no lo conocía pero ver de lo que su padre era capaz de hacerle, sabía que muy probablemente estaría herido y dañado.
¿Por eso actuaba así? ¿Su carácter rebelde y de chico duro, significaba su manera de evadir su realidad? ¿Una máscara para no mostrar lo débil que era estando frente a su padre?
Pensando en ello, su interior se conmovió.
Había mucho en Hargrove que no conocía y que tal vez eran más similares de lo que creía.
Con un pasado tormentoso de fondo que ambos intentaban ocultar. Fingir que nada de eso les afectaba pero que los marcaba en gran manera.
Todo esto le daba curiosidad, ¿cuál sería el verdadero Billy Hargrove que había debajo de capas tan herméticas que seguramente construyó durante años?
Ella sentía la necesidad de conocerlo. ¿La dejaría?
No siguió perdida en sus pensamientos puesto que la hora de la cena había llegado.
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A la mañana siguiente todos estaban preparándose para iniciar otro día. Con el acostumbrado bullicio moderado que inundaba el lugar y que se sabía que había movimiento de la familia.
La azabache se acerca a la cocina y observa a Joyce preparar el desayuno.
— Buenos días. — saluda la joven — ¿Te ayudo en algo?
— Buenos días, cariño. — le devuelve el saludo — Solo saca el jugo de naranja para beber… — explica pero se interrumpe al girar a verla, nota su rostro — Oye, parece que funcionó. — tomando su cara con su mano — La hinchazón bajó en la noche, — observa — aunque el moretón tardará más en desaparecer.
— Sí, está bien. No importa. — sonríe cálidamente para ver que no le interesa.
— Bueno, al menos sabes que no debes tratar de separar a un par de chicos que actúan como bestias descontroladas. — comenta volviendo su atención al sartén bajo la flama.
— Creo que la bestia solo fue uno. — murmura Jonathan, quien estaba terminando de acomodar los platos en la mesa.
Fëanor suspira girando los ojos, por su insistencia de culpar sólo al rubio.
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