Capítulo 24

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[ Zane ]

Vimos arrancar la camioneta de Max e inmediatamente nos dedicamos a seguirla.

–Siempre entra la furgoneta por la primera entrada y luego sale por detrás –dice Ryan experto en sus movimientos.

–¿Al instante?

–Al instante. Nos estamos acercando –dobla en un pasaje. Todavía vemos a la furgoneta a los lejos.

Continua derecho siguiendo sus pasos, hasta que por un momento se desvía de su camino.

–¡Ey! –exclamo al ver como la furgoneta dobla y Ryan sigue derecho.

–No puedo detenerme aquí, si los sigo de darán cuenta de que algo va mal.

–¡Mierda! Debo ir a ver.

–Espera que... –pero sin dejar que termine, abro la puerta y me arrojo al asfalto.

Tampoco es cómo si Ryan viniera tan rápido como para no poder hacerlo.

–Esperará del otro lado y verá salir a la camioneta –comento para mí mismo–. O eso es lo que espero.

Mirando a mi alrededor, me apuro en acercarme a la entrada, por dónde está entrando el vehículo en este instante. Como ya dijimos, no hay nadie afuera custodiando o vigilando la zona, ni cámaras de seguridad instaladas por ningún lado.

Tomando una distancia considerable y ocultándome entre botes de basura, espero que termine de entrar completamente. Cuando los espejos y las ventanas traseras del vehículo pasan hacia el interior, me acerco corriendo. De las típicas puertas que no tienen picaporte por fuera, sin dejar que se cierren las trabo con el pie. Contengo el aire por unos segundos, rogando que nadie haya escuchado mi pie trabado en el marco de la entrada. Cuando veo que la camioneta sigue su curso, entonces respiro nuevamente.

Escucho cómo el vehículo se frena. Se oyen puertas abrir y cerrarse, y luego cómo aceleran nuevamente. 

No pude ver que sucedió, que pasó en aquellos movimientos, pero considerando la teoría de Ryan, tendría que haber salido la misma furgoneta que entró. Entonces, si es así supuestamente, ¿por qué carajos se detendría a mitad de camino?

¿Qué tendrás en manos Max?

Introduzco la cabeza unos centímetros para ver si hay alguien dentro. La única persona en el lugar es el conductor que está estacionando correctamente el vehículo que ingresó. Aprovecho su distracción para entrar en total silencio, cerrando la puerta lo más leve posible.

Unos estantes enormes y demasiado altos al lado de la entrada, son el lugar perfecto para esconderme.

Una vez que el chofer termina, se baja y sale por una puerta que hay al costado.

–Tendré que averiguar a dónde desemboca esa salida –anoto mentalmente la tarea pendiente.

El lugar queda totalmente oscuro y en completo silencio. Decido salir, chequeando nuevamente si en verdad estoy solo.

Con la poca luz que entra de la noche por los grandes ventanales cercanos al techo, me dedico a observar el lugar. Es un depósito de furgonetas. Debe haber cerca de unas cien estacionadas una al lado de la otra, todas iguales.

Podría estar horas intento descifrar cuál es la que ingresó. Para mi suerte pude ver cuál era.

Sin estar más tiempo del necesario, busco el vehículo correspondiente, siempre asegurándome de no hacer demasiado ruido. Con la linterna de mi teléfono, me ayudo en la oscuridad. Consigo la furgoneta, pero sus puertas están trabadas.

Miro a mi alrededor, buscando una manera de poder abrirlas.

Sería más fácil tomar un fierro y hacer palanca, pero no creo que romper la camioneta y delatar mi presencia aquí sea la mejor opción.

–Necesito de una punta fina –me digo al recordar el viejo truco de la cerradura.

Inmediatamente y en el momento menos indicado, Red viene a mi cabeza.

Su cabello tan suave en mis manos, y ese olor a manzana fresca que tenía la otra noche... Sonrío inconscientemente, recordando su aroma.

En estos momentos me vendría bien una de sus trabas invisibles.

–Mierda –me regaño cuando me percato cómo en segundos me distraje por una estupidez–. Algo fino, necesitas algo fino –repito en mi mente, una y otra vez, hasta que las ideas se iluminan en mi cerebro.

En el llavero de mi bolsillo está la clave. Desarmo la argolla de alambre que funciona como nexo entre la llave y la pequeña cadena del colgante. La estiro, dándole forma de alambre derecho.

–Esto definitivamente servirá.

Sujeto con mi boca el teléfono para alumbrar la cerradura, mientras introduzco el alambre en las llanuras correspondientes. Después de varios intentos la puerta cede, abriéndome paso a la porquería que esconde Max.

–No lo puedo creer –me sorprendo al ver el contenido–. La droga sigue aquí, ni siquiera se molestaron en sacarla.

Entro al baúl y cuidadosamente alumbro cada sector. Levanto unos cuantos bloques, mientras reconozco de que se trata.

–Cocaína. Marihuana.

Sigo hurgando un poco más, hasta que un paquete desconocido y distinto llama mi atención. No tiene la densidad de polvo, ni la misma forma que los demás paquetes.

–Éxtasis, genial.

Empiezo a colocar las cosas en su lugar y me fijo por última vez, repasando en mi memoria la imagen de su contenido para ver si no olvido nada.

Con un sabor amargo por no haber encontrado nada más, me dirijo a la salida, cuando de repente, por un movimiento repentino de mi linterna, un hilo brilla en la alfombra negra.

Me detengo a observar mejor.

–No parece un hilo–. Concluyo luego de hacer añicos mis ojos de tanto achinarlos. Lo levanto y lo tomo entre mis dedos para confirmar mis sospechas. –Esto no es un hilo, es un cabello–. Confundido intento unir las piezas. –¿Porque se detuvieron si la droga está aquí? Una camioneta entró, pero otra diferente salió, y no creo que sea para llevar a Max a casa.

Saco un pañuelo de mi pantalón, lo abro en la palma de mi mano y coloco el cabello para evitar perder la evidencia.

–Seguimos expandiendo el mercado queridos Kaya.

Cuidadosamente quiero salir de una vez por todas, pero las sorpresas en esta ciudad son algo frecuentes.

En una de las esquinas, la alfombra mal acomodada me advierte que algo se esconde debajo.

–¿Qué carajos? –. Me acerco a echar un vistazo. Kilos y kilos de una droga totalmente distinta a las demás. Digo, por su ubicación y la enorme cinta roja que sobresale de todos los paquetes. –¿Qué mierda será y por qué está aquí separada del resto?

Una bolsa pequeña está abierta. Muero por saber que es, pero no puedo acercarme así como así. No puedo olerla ni tocarla, uno nunca sabe cómo entra esta porquería al cuerpo.

Pienso en el pañuelo, pero me acuerdo del cabello.

–Tendrá que ser esto–. Saco el cuchillo de mi bota y corto un pedazo de tela de mi remera. Unto dentro de la bolsa y logro juntar unos cuántos gramos. Doblo bien la tela y la guardo cuidadosamente.

–Esto está jodido. 

Mardi Grass || TERMINADA || +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora