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Addison

Mierda, mierda, mierda...
El día iba a peor conforme las horas iban pasando.
No solo me había despertado tarde por culpa de mi salida nocturna con mis amigas, sino que tenía resaca, la boca seca, mi cabeza iba a estallar en cualquier momento, mi exámen de ciencias había sido un fracaso dado que apenas podía recordar mi nombre y si por si eso no fuera poco, estaba frente a la sección de anuncios de la Universidad, viendo claramente mi última metedura de pata inducida por el alcohol.
Allí, bien grande para que todos pudieran verlo.

¡SE BUSCA PRÍNCIPE AZUL!
Requisitos: Amable, sincero, que confíe y que no tenga un PUTO trozo de hielo en lugar de corazón.

Y luego aparecía mi nombre e incluso el número de habitación que ocupaba este semestre.
Podía escuchar murmullos a mi alrededor y la mirada de otros alumnos perforar mi nuca.
¿Qué demonios pasaba conmigo?
¿Y por qué ya no quedaba ninguna de las tiras que se suponía que contenían mi número?
Arranqué el papel y lo enterré en el fondo de mi bolso donde nunca más vería la luz del Sol.

El día siguió empeorando mientras mi teléfono no dejaba de sonar notificación tras notificación.
Había dejado de revisarlo después del mensaje número veinte que contenía, igual que los anteriores, mensajes bastante subidos de tono.

Después de la última clase, corrí hacia mi taquilla para recoger mis cosas y correr hacia la parada de autobús.
Si me apresuraba podía coger el siguiente y llegar, por una vez, puntual a mi trabajo de medio tiempo.
No era el trabajo soñado, pero me permitía ayudar a mis padres con los gastos.
Si, yo podría ser un completo desastre en lo personal, pero también asumía la responsabilidad de pagar parte de mis estudios y permitir a mis padres un poco de desahogo.
Bastante tenían ellos con mis dos hermanos menores.

Tan concentrada estaba con mis pensamientos, que no vi la taquilla abierta frente a mi cara. La sentí de lleno.
Mi nariz se llevó lo peor del golpe.
El ruido que hizo al chocar contra el metal no era nada alentador, pero no parecía rota. Lo comprobé.

-Deberías sacar tu cabeza de los cuentos de hadas, princesa.
Levanté la mirada y ahí, frente a mi, con su metro noventa de altura, su cuerpo cubierto de tatuajes, y sus tejanos llenos de agujeros, estaba el idiota más engreído de toda la Universidad. Y el hijo de mi jefe también.
Rodé los ojos porque me negaba a responder a su comentario. No soportaba que me llamase de ese modo y él lo sabía porque yo me aseguraba de repetírselo cada vez. Él solo me ignoraba.

Cerró su taquilla, aunque podría asegurar que fue mi nariz la que se ocupó de eso y se agachó frente a mi.
No me tendió la mano para ayudarme. Se limitó a golpear mi nariz con el índice antes de ponerse de nuevo en pie y darse la vuelta para alejarse.
-Será mejor que te pongas algo ahí. No querrás ahuyentar a tu príncipe, ¿no?

Le vi seguir como si nada hasta su ligue de turno a la que rodeó con el brazo antes de meterle la lengua hasta la garganta.
Apenas pude contener mi mueca de asco.
Yo podría querer un príncipe azul, pero por lo menos no iba besando sapos asquerosos.
Ese podría ser su nuevo apodo.
Si. Me gustaba.

Con la poca dignidad que me quedaba, me puse en pie ante la mirada de mis compañeros poco solidarios, y caminé hacia mi taquilla con la cabeza en alto y la nariz palpitando.
Recogí mis cosas y seguí el plan que tenía en un principio.
Si, iba a llegar tarde. Otra vez.

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Austin

Tres, dos, uno...
La puerta se abrió dando paso a una Addison acalorada y sudorosa. Y con la nariz del tamaño y color de un pimiento rojo.
Apenas contuve la risa. Si mi padre no hubiese estado a mi lado tratando de enseñarme acerca de la contabilidad del negocio, habría estallado en una carcajada.
Si había algo de lo que disfrutaba enormemente era en hacer enojar a esa chica. Era demasiado fácil y ella caía en todas y cada una de mis provocaciones.

-Austin, ¿me estás escuchando?
-Por supuesto. Creo que puedo seguir yo con esto, papá. La princesa acaba de entrar en el castillo.
Mi padre miró hacia la puerta y negó con la cabeza.
Lo de Addison y la puntualidad era algo que simplemente no iba de la mano.
Nunca llegaba extremadamente muy tarde, apenas unos minutos, y siempre los recuperaba a final de su turno, aunque eso suponía que tenía que correr hasta perder el aliento para no perder el último autobús.

-Voy a buscar a tu madre. Estás a cargo. Y deja a la chica en paz.
Por supuesto mi padre la adoraba. Que fuese hija de su mejor amigo tenía algo que ver también.
Tras despedirme de mi padre, y comprobar que todo estaba en orden, volví a enfocarme en las facturas.
Observé de reojo varias veces como ella atendía a los clientes , siempre con una sonrisa, a pesar de que en ese momento, su nariz la eclipsaba.
Vi también como cada vez que nadie miraba, ella ponía un pequeño paño con lo que supongo que era hielo sobre la hinchazón.

Pasaban las siete de la tarde cuando el sonido de la campanilla de la puerta llamó mi atención.
Un grupo de estudiantes entró y empezó a coger cosas de los estantes y los frigoríficos antes de llevarlos a la caja, donde Addison esperaba a por ellos.
Me mantuve alerta por si alguno de ellos daba problemas, sin embargo fueron bastante correctos.

Mi padre había comprado una pequeña gasolinera casi quince años atrás, y la había convertido no solo en lo que ya era, sino además en un car wash.
Quizá no era el negocio del siglo, pero mi padre se enorgullecía de ello diciendo que era algo honrado y que pagaba las facturas y ponía comida en la mesa. No podía discutir sobre eso.

-¿Te llamas Addi, verdad?
Presté atención de nuevo a ella al ver que uno de los chicos se había quedado dentro.
-Es Addison. No me gustan los diminutivos.
Rodé los ojos. Por supuesto que no le gustaban.
-Estaba pensando que tal vez querrías tomar algo conmigo algún día.
Tenía que reconocer que el tipo se veía sincero, pero por alguna razón me cabreaba su oferta. ¿Acaso no veía que ella estaba trabajando?
-¿Es por el anuncio? Mira...
Me negué a escuchar nada más.
Abrí mi mochila que seguía a mi lado desde que llegué y hurgué hasta encontrar lo que buscaba.
Había arrancado todas las malditas tiras con su número para evitar precisamente esto.
Había hecho eso de modo inconsciente. No obstante, mientras veía al chico tratar de convencerla para aceptar una cita con él, no pude evitar preguntarme si la princesa aceptaría al plebeyo en lugar de al príncipe.

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Empezamos historia corta nueva. No sé como seguirá, pero estaba inspirada para este capítulo.
Espero que os guste. Un fuerte abrazo.


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