La adivina EXTRA

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Sentada en el porche de su casa, Claire acarició su vientre hinchado mientras se balanceaba en su mecedora.

Habían transcurrido ocho años desde que unió su vida a la de Liam, y había amado cada uno de esos días a su lado.

Su boda fue preciosa, como imaginó tantas veces en su cabeza mientras soñaba despierta en el momento que él la amase. Y la amaba, de un modo tan dulce y sincero que en ocasiones traía lágrimas a sus ojos por lo feliz que la hacia.

Cerró los ojos por un momento y disfrutó de las adorables risas de sus dos pequeñas mientras jugaban con su padre a que este las persiguiera por el jardín.

Liam las adoraba y amaría de igual modo al pequeño príncipe que se les uniría en poco más de un mes.

En su vida ya no había lugar para temores o engaños.
Su padre seguía encerrado, y lo estaría aún por unos pocos años más.
Él había tratado de contactar con ella cuando su abuela falleció un año atrás, pero Claire había ignorado sus intentos y él había desistido.

Su abuela había estado equivocada en algo. Él no temía que alguien llegase y la alejara de él, lo que en realidad temía era la pérdida de su control sobre ella.

Había sido y estaba segura de que seguía siendo un hombre egoísta y un padre pésimo.
Su avaricia lo había llevado a dónde se encontraba en ese momento y ella jamás permitiría que se acercase a sus hijos. Liam tampoco.

-¿Estás lista, cielo?

Abrió los ojos y se encontró con la mirada de su marido, quien sostenía a sus pequeñas de cuatro años en brazos.

-Por supuesto.

Se habían mudado del departamento de Liam cuando se enteraron de que las mellizas venían en camino y aunque su casita no era muy grande, había espacio suficiente para su hermosa familia.

Con sus abrigos puestos, tomaron a las niñas de la mano y caminaron hasta el puerto.
Habían prometido una noche de diversión en la feria y mientras pudieran, intentarían cumplir con cada una de ellas.

Un par de horas más tarde, cuando las dos pequeñas empezaron a frotarse los ojos por el cansancio, decidieron que era hora de irse.

Al pasar por la caseta de la adivina, ambos compartieron una sonrisa al recordar a la mujer.

Ya hacía algunos años que se había retirado, pero todavía se la encontraban por la ciudad, y en una de estas, cuando ella estaba embarazada de las mellizas, Liam le confesó lo ocurrido la noche antes de su boda.

-¿Y no le preguntaste? -le había preguntado ella entonces.

-No. Su sonrisa era serena y amable así que supuse que era algo bueno, y tenía razón. Tengo tres motivos para sonreír -dijo mientras acariciaba su vientre.

-Yo no podría no saber, Liam. Preguntémosle.

Él dejó escapar un suspiro antes de sonreír. No podía negarle nada y ella lo sabía.

Y le preguntaron.
La adivina había sonreído antes de hablar.

-Vi cinco pequeñas luces en tu futuro.

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Ahora sí. FIN

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