La apuesta 4/12

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Al ver que ninguno de los dos volvía, Sunny trató de calmar su respiración.

No había esperado que él apareciera.

¿Acaso no le había hecho ya suficiente daño? La mantuvo engañada durante meses.

Le había dado algo de sí misma que mantuvo guardado durante años, esperando a la persona indicada, incluso arriesgándose a no encontrarla jamás.

Una vez más, su mente regresó al momento en que descubrió quién era en realidad el hombre que amaba.

Se había quedado paralizada ante sus palabras, y antes de que pudiera dar un paso para alejarse, su jefe la descubrió.

Por un momento creyó que iba a bromear con ella, pues desde el primer día, él había insistido que aunque le gustaba que el trabajo se realizase bien y a tiempo, su puerta siempre estaba abierta para cualquier inconveniente que pudiese surgir.

Incontables veces le había visto reír con sus compañeros y siempre tenía una sonrisa amable en el rostro para ella.

Pese a su diferencia de cargo, Julian siempre fue cercano.

-Ey, ¿Qué ocurre Sunny?

-Yo... yo... -un gemido de lo más lastimero escapó de sus labios y las lágrimas que tanto se esforzaba por contener, se deslizaron sin control por su rostro, logrando que su jefe entrase de inmediato en un ataque de pánico que lo único que consiguió fue que todos aquellos que pocos minutos antes se estaban burlando de ella, se percatasen de que estaba allí.

-¿Sunny?

Cerró los ojos ante el sonido ahogado de su nombre. Esa voz. La misma que la había invitado a salir. La misma que susurró que la quería mientras le hacía el amor. La misma que había dicho a todo aquel que estaba escuchando que ella no había sido más que una apuesta.

No lo soportó. Finalmente sus piernas obedecieron y corrió.

Escuchó como Julian la llamaba. Escuchó a alguien correr tras ella mientras gritaba su nombre como si las palabras que poco antes habían salido de sus labios no le hubieran dejado un enorme agujero donde hasta entonces estaba su corazón.

No se detuvo hasta que llegó a su coche y se encerró dentro para poco después, salir de allí sin mirar atrás.

Unos toques en la puerta la devolvieron al presente.

Temerosa de que pudiese ser Roger de nuevo, estuvo a punto de negarle la entrada, sin embargo, la posibilidad de que fuese también el desconocido que había llamado a emergencias y se quedó con ella para asegurarse de que estaba bien, le impidió hacerlo.

-Hola.

El desconocido se abrió paso dentro de la habitación cerrando la puerta tras él.

-Antes nos han interrumpido. Soy Wes.

-Sunny.

Se acercó a la cama y extendió la mano para estrecharla con la suya.

-Es un placer.

-¿Se ha...?

-Sí. Dudo mucho que vuelva hoy, pero no lo descartaría.

La idea solo le revolvía el estomago.

-Podría avisar a seguridad de que no le permitieran el paso, si eso te hace sentir mejor.

Supuso que su reacción había sido más que evidente, sin contar la breve conversación cuando Roger hizo su aparición, como si tuviese algún derecho para ello.

-La hora de visita estará cerca de terminar, y de todas manera me marcho mañana.

Antes de que Roger apareciera, había aprovechado que tenía su teléfono en la mano para mandar un breve correo a la señora Elliot de Recursos Humanos para avisarla que dejaba el trabajo. Ni siquiera le importaba dar los quince días de preaviso. No había forma de que volviese allí.

Tenía toda la noche para planear cual iba a ser el siguiente paso en su vida.

Lo más probable era que regresara al pintoresco pueblo en el que había crecido y acabase ocupándose de la recepción de la pequeña posada que regentaban sus padres.

-Entonces, creo que debería irme ya que estás bien y todo eso.

-Gracias por todo, Wes. No lo olvidaré.

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Ya en su casa, después de una larga ducha que le quitó el cansancio y la tensión del cuerpo, Wes se preparó algo para comer y se sentó en el sofá mientras la televisión emitía un juego al que no podía prestar atención.

Su mente, al igual que desde el momento en que la encontró, estaba centrada solo en Sunny.

Sí, ella era hermosa a su manera y pese a que había sido breve, tenía la sonrisa más increíble del mundo.

Le apenaba pensar que no iba a volver a verla y en un último impulso, había dejado sus datos de contacto a las enfermeras en caso de que ella pudiese necesitar algo.

Cuando se metió en la cama esa noche, el recuerdo de cuando sus manos se tocaron le llevó de nuevo a esa habitación de hospital y supo que tenía que verla de nuevo. Solo una vez más.

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