Servicio de emergencia 1/9

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El teléfono sonó en mitad de la noche.
Después de un agotador día de un lado para el otro, todo lo que había deseado era meterme en la cama y cerrar los ojos hasta que mi cuerpo despertase por si solo.
Nada de alarmas. Estaba de vacaciones.

-¿Mariana López?
-No. Se equivoca-respondí con voz adormilada. Ese no era mi apellido.
-Llamo desde la Cruz Roja. Usted me aparece como contacto de emergencia del señor Ramón Gutierrez.
Eso me desperezó.
Ramón Gutierrez era "mi jefe", y lo pongo de ese modo porque trabajaba para él dos veces por semana ayudando a mantener su casa lo más habitable posible. Sin embargo, ese mes no iba a ir. Tras tres años trabajando para él, y en el que durante el primero alterné mi trabajo a tiempo completo con la limpieza de su casa, me dije a mi misma que eso no me pasaría más. Acababa completamente agotada tanto física como mentalmente. De modo que había acordado con él que durante los meses de agosto, yo no iria. De todos modos, él tampoco trabajaba ese mes y a menudo solía irse una o dos semanas con su hermano. Solo esperaba que la casa no le cayese encima.

-¿Qué ha pasado?
-Parece ser que se ha caído y no se puede levantar. Un compañero va hacia allí, pero necesita que alguien abra la puerta. ¿Puede usted ir?
Podía. Vivíamos cerca, por lo que no tardaría más de cinco minutos una vez saliese de la cama y me vistiera.
-Voy hacia allí.
-De acuerdo. Yo estaré con él a través del teléfono. Avise por favor en cuanto llegue.

Me apresuré en cuanto colgué la llamada.
A menudo sentía lastima por el hombre. En otros tiempos había sido alguien importante, de buena familia, pero tras su separación, las cosas no le fueron muy bien.
Su hermano y sus hijos vivían lejos, así que no los veía muy seguido. Sabía que hablaba con ellos, porque en uno de sus ataques charlatanes, me lo había contado, sin embargo extrañaba verles.
Había optado por contratar el servicio de Teleasistencia en caso de que alguna vez le pasará algo y yo había terminado siendo su contacto de emergencia porque vivía cerca y mi vida consistía en ir del trabajo a casa.

Mi trabajo como profesora infantil era gratificante, pero ahora mismo agradecía mis vacaciones.
Adoraba a esos pequeños monstruos, pero unos días sin ellos para coger fuerzas me irían muy bien.
Volvería en un par de semanas más renovada para enfrentar lo que quedaba de curso y quizá adoptar finalmente el gato que quería desde hacia años.

Saqué mis llaves del bolso y abrí la puerta.
-¿Ramón?- No solía usar su nombre, siempre que hablábamos nos tratábamos con formalidad, sin embargo, en esta ocasión, creí que no pasaría nada por tutearle.
Le encontré en el suelo, en medio del pasillo, encajado entre la cocina y un pequeño espacio que había bajo unas estanterías.
Sinceramente no podía ni imaginar de que modo se había caído para terminar de esa manera.

-Hola.
-¿Cómo estás? ¿ Te has hecho daño?
-¿Mariana?
Oh, la chica de emergencias. Me había olvidado completamente de ella.
-Estoy aquí-grité para que pudiese oírme, ya que el aparatito en cuestión no estaba cerca.
-Mi compañero ya está llegando. Por favor, dígale que nos llame en cuanto termine.
-De acuerdo.
La llamada se cortó y yo me quedé allí esperando, ante la mirada de ese hombre allí tendido como una alfombra.

Mientras esperábamos a que el chico de emergencias llegase, volví a preguntarle acerca de como se encontraba.
Parecía bastante lúcido en lo que decía, aunque es cierto que le costaba un poco hablar.
Prefería pensar que era porque en el fondo estaba asustado por haberse encontrado solo. Por lo menos estaba vestido.

-¿No va a venir en todo el mes?
-Ya le dije que iba a cogerme unos días, Ramón.
-Es que si no va a venir, tendré que buscar a alguien, porque esto está muy mal.
Eché un vistazo y me quise morir. Literalmente.
La cocina era un desastre absoluto.
Había manchas de pisadas por todo el suelo de parquet. Su pequeño y abarrotado despacho parecía una fábrica de papel con la cantidad de folios que sobresalían de la papelera y la trituradora.
Hacía menos de una semana que había ido por última vez.
La ropa para lavar parecía una montaña de la que posiblemente aparecería un gremlin y la que había para planchar era igualmente enorme.
Y todavía no había visto su habitación.
Decidí guardarme la sorpresa para el día siguiente.

Decidí no decir nada, porque mi cara hablaba por si sola.
No había manera de que no fuese a ir al día siguiente. No podía permitir que viviese en ese estado.

Con un suspiro entré en la cocina saltando por encima de sus piernas y empecé a recoger todo lo que se tenía que tirar.
Era tarde de modo que no me pondría a lavar los platos, pero podia colocarlos de modo que no se derrumbasen como un castillo de naipes.
Junté casi dos bolsas de basura que me llevaría conmigo en cuanto volviese a casa más tarde.

-Ramón, voy a venir mañana para recoger todo, pero esta semana ya no podré volver porque tengo unas cosas que hacer.
-Está bien. Supongo que no pasará nada si solo viene un día esta semana.
Dando otro vistazo a mi alrededor yo no estaba tan segura.
El interfono sonó entonces evitando que él continuase con el tema.

Cuando abrí la puerta me quedé completamente paralizada.
Diez años después de nuestra ruptura, Axel Mendoza estaba frente a mí.

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