La cabaña 1/6

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El frío le estaba calando los huesos.
Odiaba el frío, pero era un viaje al que no había podido negarse.

Hacía un mes ya que su padre la había dejado.
Ellos siempre habían sido muy unidos.
Era la princesa de papá, y ahora que él ya no estaba, el vacío que había dejado en su corazón, era del tamaño de un enorme agujero negro.
Él era todo lo que había tenido después del divorcio de sus padres cuando apenas contaba con cinco años.
Su madre había vuelto a casarse y ella no encajaba en su nueva familia.
Tampoco lo habría querido.
Su padre se hubiese quedado solo y triste, y ella jamás permitiría eso.

-Tu eres lo que más quiero en este mundo, mi pequeña Diana.
Así era como se despedía cada noche cuando, después de contarle un cuento, le daba un beso en la frente y apagaba la luz deseándole dulces sueños.
Cuando creció, esa frase era como un mantra. No había día o noche en que no se despidiese de ella de ese modo. En persona o por teléfono. Siempre.
Incluso esa noche...

La noche en que exhaló su último aliento.

Secando las lágrimas que había intentado contener durante todo el día, miró hacia afuera. A la nada.

No quería estar allí. Odiaba el lugar, pero una promesa era una promesa.

La tetera silbó desde los fogones y la promesa de un té caliente fue suficiente para animarse a levantarse del sillón junto a la ventana e ir a prepararlo.

La tormenta no tardaría en llegar, y si el parte meteorológico era acertado, la nieve cubriría todo y ella quedaría atrapada allí al menos durante la próxima semana.

❄️❄️❄️❄️❄️❄️❄️

El té logró que entrase en calor, sin embargo no era suficiente.

Era totalmente incapaz de encender la chimenea, y los radiadores estaban empezando a hacer un ruido extraño, por lo que, a pesar del frío, los apagó.

Tendría que conformarse con su preciado pijama de franela, sus zapatillas con forma de cocodrilo que mantenían sus pies calientes, y las cinco mantas que había puesto en su cama para evitar morir congelada.

-No entiendo porque era tan importante que viniese precisamente ahora aquí, papá. Podrías haberme pedido que viajara al Caribe.

El silencio ensordecedor, únicamente roto por el fuerte viento que soplaba en el exterior, hizo eco en sus palabras.

Con un libro en las manos, cubiertas con guantes, se metió bajo las cinco mantas y se dispuso a leer.

¿Qué otra cosa podía hacer en una cabaña perdida en medio de la montaña, sin un alma al menos en diez quilómetros, y atrapada debido a una tormenta?

No supo en qué momento sus ojos se cerraron, pero cuando volvió a abrirlos, la noche había caído sobre la montaña, y la tormenta se había intensificado hasta el punto de que las ventanas crujían y el viento se colaba a través de ellas.

-Debes estar diviertiéndote a mi costa mientras me observas desde allí arriba. Ya sé que debí prestar atención cuando me enseñaste a encender esa maldita chimenea, pero estaba ocupada tratando de no morir de hipotermia, ¿sabes?

Y es que, unos siete años atrás, la primera vez que viajaron hasta donde se encontraba en ese momento, no solo quedaron atrapados durante dos largos días en esa trampa mortal de madera, sino que mientras disfrutaba de una muy caliente y necesaria ducha de agua caliente, el calentador reventó y el agua helada cayó como una maldición sobre ella.

Su padre no dejó de reír mientras intentaba encender la chimenea entre risas.

Sonrió al recordarlo. Su risa era una de las cosas que más echaba de menos de él.

No importaba cuan malo fuese su día, siempre encontraba una razón para sonreír.

La vida es demasiado seria para vivirla del mismo modo. Disfruta de ella. Sal, diviértete y sobre todo sonríe, pequeña Diana. Sonríe siempre.

-Tú sonreíste hasta el último momento, papá. Incluso cuando la medicación hacia que no fueses siquiera consciente de que yo era la que sujetaba tu mano.

Resoplando para evitar que las lágrimas escapasen de nuevo, salió de la cama, se puso la bata y se dirigió a la cocina.

Al llegar a la cabaña, había ocupado la misma habitación que todos los años anteriores, evitando abrir la puerta de la que había utilizado su padre.

Si no lo hacía, quizá su esencia permanecería allí durante más tiempo, incluso cuando nunca fueron los únicos que la ocuparon. Solo lo hacían una vez al año. Por San Valentín.

Preparó una ensalada y algo de sopa que la hiciese entrar en calor mientras afuera, la tormenta arreciaba cada vez con más intensidad, haciendo que de un golpe sordo, la puerta se abriese y golpease la pared, dejando entrar el aire y la nieve.

Apagando el fuego rápidamente, corrió hacia la puerta para cerrarla, empujando con fuerza, intentado cerrarla lo más pronto posible, cuando de pronto, una enorme bota se coló por la abertura, antes de que una mano le siguiese y una figura imponente se colase en el interior.

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