Servicio de emergencia 9/9

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No voy a irme a ninguna parte hasta que abra la puerta. Sé que está dentro. He venido otras veces y el portero del edificio me lo ha confirmado.
Llamo de nuevo, por décima vez, y finalmente me abre.
Sé que sabe perfectamente el porque de mi visita y ahora ya entiendo también su reacción y el motivo de su marcha del restaurante.

—¿Por qué?— es lo primero que pregunto. Necesito saber su motivo.
—Pasa, Axel. Mis vecinos no están interesados en mis problemas.
Una vez dentro, espero a que ella responda. No necesito preguntar de nuevo y lo sabe.
—Me enamoré de ti.
—¿Y pensaste que engañando a Mariana y que ella me dejara significaba que yo estaría contigo?
—Si. Me acerqué primero como amiga, pero pensé que con el tiempo, empezarías a sentir algo más por mi.
—Te equivocaste.
—Lo hice. No te olvidabas de ella y ni siquiera has pensado en otra mujer en diez años.
—Eso es porque no hay nadie más. Solo ella. Siempre ha sido ella.
—Lo sé.
—¿Por qué te fuiste del restaurante?
—Si me hubiese quedado, habría terminado contándote la verdad.
—¿Que me has mentido todo este tiempo ocultándome que eras la responsable de que me dejara?
—Y que sabía que ella vive aquí.
No lo puedo creer. ¿Todo este tiempo ella...?
—¿Desde cuando?
—Un año. Vine a ver a mis padres y acompañé a mi hermana a buscar a mi sobrina al colegio. Mariana es su profesora. Ella no me vio.
Necesito sentarme. Lo ha sabido durante un año entero y no me dijo nada.
—¿Que clase de persona eres? Pensé que te conocía.
—No te miento cuando te digo que te amo, Axel. Tienes que creerme.
Se sienta a mi lado y me coge de las manos. Me suelto de inmediato. No necesito su toque. No lo quiero.
—Dime solo una cosa más. ¿De donde sacaste todas las cosas que le dijiste a Mariana sobre mi?
—De tu madre. Fui a tu casa cuando tu no estabas y me habló sobre ti. Me contó todo.
Por supuesto. No podría haber sido otra. La mayor mentirosa del mundo.
—¿Y la foto?
—La tomé una noche. Siempre duermes con la ventana abierta. Me colé dentro y nos la hice.
—No quiero verte nunca más, Victoria. Esto se acabó.
—Axel, perdóname. Yo...
Camino decidido hacia la puerta pero me detiene.
—Os vi anoche. Después de que me fui del restaurante, averigüé su dirección. No esperaba verte allí. Te llamé para ver su reacción, pero tu no respondiste y ella se fue. Pensé que te lo habría contado entonces y por eso...
—Por eso no respondiste ni a mis llamadas ni mensajes.
—Si.
—Adiós Victoria.
Cierro la puerta a mi espalda y no miro atrás.

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Hace horas que espero.
La propietaria de la cafetería en la que estoy empieza a mirarme raro. He pedido más de seis tazas de café. Esta noche no voy a dormir nada.
También he comido. Todo eso sin apartar los ojos de la central de la Cruz Roja que hay justo enfrente. Esperando por él.

A las seis finalmente aparece. Saluda a otros compañeros y habla con ellos un rato.
Incluso desde la distancia en la que me encuentro sé que su sonrisa no es sincera. Y yo tengo la culpa.

Pago la suma total de todo lo que he consumido y salgo. Creo que la propietaria ha empezado a respirar tranquila ahora que la acosadora que tenía por clienta se ha ido.

—¿Puedo ayudarla?
Uno de los técnicos de ambulancias es el primero en verme y yo asiento, algo cohibida.
—Busco a Axel Mendoza.
—Él acaba de llegar. Habrá ido a cambiarse. Si espera un momento le avisaré. ¿Quien le digo que le busca?
—En realidad, quería darle una sorpresa. Si pudiera...
No sé que se imagina, pero una enorme sonrisa cruza su rostro y asiente repetidas veces antes de hacerme un gesto para que le siga.
Estoy muy nerviosa. No sé cuál será su reacción cuando me vea. Espero que no me pida que me vaya.

—Espera un momento aquí. Voy a ver si está solo.
Asiento y hago lo que me ha pedido.
Varios técnicos más pasan por el lugar y me miran con curiosidad pero por suerte ninguno me pregunta o entra en el vestuario.
La puerta se abre y yo casi dejo escapar un grito.
—Puedes pasar, pero por favor, no le entretengas.
Asiento de nuevo y entro en el vestuario.

Me quedo embobada mirándole.
Definitivamente su cuerpo ha cambiado y para mejor.
Sus hombros son anchos, al igual que sus brazos.
Cada músculo está perfectamente definido y me dan ganas de llorar cuando se cubre con la camisa del uniforme.

—Todavía soy capaz de sentir tu presencia incluso si no puedo verte. Nunca entendí como era posible, pero mi cuerpo te reconoce. Siente tu cercanía.
Nuestros ojos se encuentran y puedo ver tristeza en los suyos. Él debe ver lo mismo en los míos porque su gesto se endurece.
—¿Que haces aquí?
—He sido una idiota. Lo fui hace diez años y lo he sido ahora. Nunca debí irme. Debí hablar contigo y confiar y no lo hice.
—No. Preferiste creer a alguien a quien no conocías antes que a tu novio.
—Lo siento tanto, Axel.
—Una disculpa no borra todos los años perdidos ni el daño que nos hiciste a ambos.
—Lo sé, pero si me dejas...
—Tengo que trabajar, Mariana. Vete a casa.
—Pero...
—Las palabras se las lleva el viento y se acaban olvidado. Si de verdad estás arrepentida, vas a tener que demostrarlo.
Me deja allí, pensativa, pero de nuevo sé que no puedo dejarle salir de mi vida.
Corro tras él y me detengo cuando veo la cantidad de gente que hay aquí. Y todos me miran.

—¡Axel!
Este levanta una ceja y me mira, esperando.
Esta vez soy yo la que sonríe.
Corro hacia él y me lanzó a sus brazos.
—¡Te amo!
Y le beso.
Escucho los aplausos y vítores, pero solo me centro en una cosa. Y es que él me está besando también.

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