La cabaña 2/6

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La fuerza con la que la empujó quien fuese que estaba impidiendo que cerrase, hizo que trastabillase hacia atras y acabase en el suelo.
Con miedo, levantó la vista y allí no había absolutamente nadie.

Poniéndose en pie, y acercándose de nuevo a la puerta, comprobó que realmente estaba sola.
Confundida, cerró la puerta, asegurándose de que no volvía a abrirse y se dirigió de nuevo a la cocina.

Sumida en sus pensamientos, comió tranquilamente antes de que la radio, que mantenía en una esquina de la encimera de la cocina, se encendiese sola.

Dispuesta a apagarla, dado que las interferencias hacían que la voz del interlocutor sonara distorsionada, y a desconectarla, para que no volviese a suceder, se puso en pie y acercó su mano al dial.
La voz del reportero sonó alta y clara entonces.

Noticias de última hora. Un excursionista de Texas se ha perdido en el remoto valle de Susitna, al noroeste de Anchorage, a unos 32 kilómetros de la ciudad de Skwentna, Alaska.
Lleva desaparecido casi setenta y dos horas.
Las autoridades informan que se está haciendo todo lo posible pero que debido al temporal, han tenido que suspender la búsqueda.

La comunicación se cortó de nuevo, pero Diana ya no estaba pendiente de eso, porque su mirada estaba fija en la ventana, donde claramente se veía la nieve cubriéndolo.
Ese excursionista estaba ahí afuera. Y ella era la única que podía encontrarle.
Conocía ese Valle como la palma de su mano.
Su padre se había encargado de ello.

Corrió hacia la habitación y se preparó.
Llenó la bolsa de mantas, agua y algunas provisiones.

Cuando cerró la puerta de la cabaña a su espalda, pudo sentir como su padre le gritaba que corriese, que no había mucho tiempo. Y ella obedeció.

La tormenta la engulló tal y como avanzó con paso decidido.

No sabía muy bien donde buscar, pero empezaría por los lugares más comunes, aunque suponía que la policía los habría cubierto primero.

Sin embargo, había algunas cuevas ocultas, donde cualquier humano podría encontrar refugio en medio de semejante temporal.

Si aquel hombre, tenía un mínimo de sentido común, se encontraría dentro de alguna de ellas, resguardándose en su interior esperando por ayuda.

Sino, bueno, no sería el primer cuerpo que encontraba en esas tierras.

❄️❄️❄️❄️❄️❄️❄️

La noche caía sobre ella cual boca de lobo.

Afortunadamente la tormenta había menguado de intensidad, y solo la nieve le impedía avanzar todo lo deprisa que quería.

Hizo uso de su linterna de cuerda, con tres potentes luces LED que ofrecían una excelente visibilidad en la oscuridad. Cargarla era fácil gracias al mango integrado que daba entre nueve y doce minutos de tiempo de iluminación después de girarla durante solo un minuto. Gracias a Dios siempre se acordaba de cargarla.

Prefería no tener que depender de pilas.

Revisó las primeras cuevas, más cercanas a la reserva natural de Nancy Lake, pero salvo algunos animales tratando de mantenerse calientes, no encontró rastro del hombre.

El frío estaba calando a través de sus gruesos guantes y las botas.

Estaba bien cubierta, pero aun así, la temperatura debía rondar cerca de los cero grados. Pronto tendría que detenerse a descansar y a ser posible, resguardarse también.

Esperaba poder encontrar algunas piedras y ramas secas para poder hacer una pequeña hoguera dentro de una de las cuevas, comer algo y descansar un poco antes de continuar.

Ascendió un poco hacia el norte, donde sabía que había algunas cuevas más ocultas, en las que esta vez, esperaba tener más suerte.

Revisó un par sin éxito, y decidió que se detendría en la última.

Estaba por entrar cuando un sonido a su espalda, la alertó.

Volviéndose hacia el lugar, comprobó que solo se trataba de un conejo, corriendo en busca de un agujero donde ocultarse.

-Parece que ya veo fantasmas donde no los hay, papá.

Rio de su propia reacción, cuando otro movimiento a su derecha la alertó de nuevo.

Enfocó directamente la linterna hacia el lugar y entonces le vio.

Lo había encontrado.

Corriendo a través de la nieve, llegó hasta él y se arrodilló a su lado, dándole la vuelta para comprobar su pulso.

Parecía que respiraba.

Dejando la bolsa sobre la nieve, le cogió de los brazos y le arrastró, no sin esfuerzo, hasta la cueva.

Esta no era muy profunda, pero serviría por el momento.

Dejándole un momento a solas, regresó a por su bolsa y luego de nuevo a la cueva.

La revisó en busca de piedras y ramas y encontró algunas que servirían para encender un pequeño fuego que les mantendría calientes durante la noche.

Usando algunos papeles de periodico de su mochila y un pequeño encendedor que había pertenecido a su padre, hizo uso de cada elemento.

Después sacó un cazo y un par de latas de sopa y las calentó.

Seguro que les vendría bien a ambos.

Mientras la sopa se calentaba, regresó junto al hombre y volvió a tirar de él para arrastrarle junto al fuego.

Seguro que tenía una manta térmica también en la mochila.

Se la pondría por encima para que entrase más pronto en calor.

Cuando hizo precisamente eso, la mano del hombre se movió y tocó su pierna, asustándola de tal modo que tropezó y cayó sobre su pecho.

La mano del hombre se movió entonces hacia su rostro y acarició su mejilla.

-Di...Diana...Te encontré, cariño.

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