Reflejo mortal 3/5

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La reina Charlotte ha muerto.

Esas palabras estaban en boca de todos en el castillo.

Sally permaneció en su cuarto durante horas, frente al espejo, tratando de comprender como había sucedido.

Las heridas de sus manos escocían, sin embargo, por mucho que miró el marco, la sangre que había dejado allí la noche anterior, no estaba.

Si no pensara que era una completa locura, creería que el espejo la había absorbido.

Se rio de sí misma. Eso era imposible.

La puerta de su cuarto se abrió de golpe cuando Gertrudis, la dama de compañía de Charlotte entró.

—¿Piensas vaguear todo el día? No has realizado tus tareas de hoy.

—La reina ha muerto.

—Y soy muy consciente de eso, sin embargo vamos a recibir invitados que vendrán a ofrecer sus condolencias. Apresúrate y ve a los establos o no recibirás tu ración de comida hoy.

La puerta se cerró de nuevo dejándola sola.

—Estúpida bruja. Ve a los establos o no recibirás tu ración de comida hoy—repitió imitando su voz. Si no hubiese estado indispuesta la noche anterior, ella no habría tenido que estar junto a la reina para ser humillada públicamente frente a docenas de invitados.

Después de ponerse algo de ropa, bajó apresuradamente a la cocina a por un trozo de pan duro y un vaso de leche. Con suerte, la cocinera no lo habría tirado a la basura.

Ya era de noche cuando los invitados empezaron a llegar, al igual que el día anterior y por su aspecto, nadie diría que iban a ofrecer las condolencias a nadie.

Todos estaban impecablemente vestidos, con sus mejores galas, como si asistieran a un baile real.

Uno a uno, se acercaban al trono, ahora vacío y cubierto con una tela negra, hacían una reverencia y se alejaban hacia las mesas donde habían dispuesto comida o hacia los sirvientes que recorrían la sala con bandejas con bebida.

Sally observaba escondida desde un rincón, tratando de pasar desapercibida.

Podía escuchar los susurros de los invitados, a veces cautelosos, otras, no tanto.

Algunos no tenían problema al dejar escapar de su boca su felicidad tras la muerte de la reina.

Parecía ser que no solo ella la odiaba.

Su desprecio y vanidad habían afectado a más de uno y esas personas que decían ahora lo aliviados que se sentían por no tener que soportar más aquello, eran los mismos que se sentaron la noche anterior en la misma mesa que ella y se rieron cuando fue humillada.

Apretando los puños contra su cuerpo, se clavó las uñas en las palmas de las manos.

Falsos. Todos ellos.

Saliendo de su escondite, regresó a su habitación.

No les dejaría verla llorar.

No permitiría que nadie volviera a reírse de ella.

Nunca había herido a nadie, pero Dios, quería herirlos a ellos.

Cerró la puerta de su habitación de un portazo y se dejó caer apoyada en ella.

No contuvo sus gritos o su rabia esta vez.

Cuando se puso en pie, arremetió contra todo lo que tenía delante.

Volcó cajas, tiró ropa, incluidas sus sábanas raídas y finalmente se enfrentó al espejo.

Dispuesta también a destrozarlo, odiando la imagen que reflejaba.

Sus ojos estaban enrojecidos, al igual que su nariz.

La palidez de su piel era aún más evidente frente al rojo de su cabello.

No se reconocía.

Con un grito más, trató de moverlo para lanzarlo al suelo, pero el espejo no se movió. Se volvió pesado.

Lo intentó de nuevo, sin éxito tampoco.

—¿Qué demonios?

La imagen cambió entonces. Ya no era ella a quien veía.

Una sombra oscura con la sonrisa más siniestra que Sally había visto nunca, la miraba fijamente.

Entonces esa sombra habló.

—Sangre por sangre.

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