La magia de la Navidad

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Un año más me encuentro rodeado de la misma gente. Detesto estas fiestas en las que en lugar de la amistad, el amor y la familia, lo que celebra es la riqueza y el poder que poseen.

Detesto la falsedad que se respira en el ambiente, pero lo peor es saber que mis padres son quienes la han organizado, igual que los años anteriores.

Mi abuela amaba la Navidad.
Cada año lo festejaba a lo grande.
Adornaba su casa al detalle y siempre olía a galletas recién horneadas.
En aquellos tiempos yo también amaba estas fiestas.

Cuando ella murió, se llevó toda la magia con ella.
La familia empezó a distanciarse y finalmente acabamos organizando esta farsa.

Estoy aburrido.
Mi vida se rige por unas normas que aborrezco pero que me obligo a cumplir.
Me gustaría, por una vez, volver a disfrutar de la vida.
Si la magia navideña de la que hablaba mi abuela existe realmente, la necesito hoy más que nunca.

Saludo cortésmente a todo el que se me acerca para intercambiar felicitaciones y me alejó rápidamente en cuanto tengo ocasión.
La corbata me aprieta y me siento asfixiado.

Tomo una copa de una de las bandejas que los camareros se encargan de llevar por la sala y me dirijo hacia el balcón.
Incluso con el frío que hace, la idea de salir y respirar por fin son solo un aliciente para que apresure mis pasos.
Por lo que respecta a los invitados, pueden congelarse si quieren. Nada me impedirá que salga.

—¿Nicholas? ¿A dónde vas?

Cierro los ojos frustrado. Por supuesto que mi padre encontraría el modo de joder mi huída.
Volviéndome hacia él, fuerzo la misma sonrisa que ha adornado mi rostro toda la noche y respondo a su pregunta.

—Iba a tomar un poco el aire, padre.

—Tonterias. Acércate. Quiero presentarte de la señora Annelisse Sullivan.

Cojo su mano cuando me la tiende y murmuro un "encantado" que realmente no siento antes de besar el dorso.
Trato de cubrir la mueca de asco cuando me acerco. Su perfume es demasiado fuerte y además está mezclado con algo que ha debido comer.

—Es un placer, Nicholas— su voz es desagradable también—. Ella es mi hija, Annabeth.

No la miro. No me interesa.
Repito el mismo gesto que hice con la madre, pero cuando me acerco para besar su mano, el olor es tan suave y dulce que me tiene prácticamente babeando.

Sorprendido, levantó la mirada encontrándome con los ojos más profundos y hermosos que he visto en mi vida. Me recuerdan al color del chocolate que tomaba siempre frente a la chimenea mientras mi abuela tejía y los villancicos sonaban de fondo.

—Encantada.

Su voz es hermosa también. Profunda y algo ronca, pero muy sensual.
Siento como su mano quiere liberarse, y yo me encuentro de pronto con que no quiero que lo haga.

La idea de salir ha desaparecido completamente de mi mente.
Por primera vez en años, realmente quiero estar aquí.

Por primera vez en años, realmente quiero estar aquí

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