Servicio de emergencia 5/9

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Regresé a casa pasadas las seis y media de la madrugada, cuando finalizó mi turno.
Me encantaba trabajar de noche.
Solía haber poco tráfico y en general las noches eran tranquilas.
Amaba conducir de noche, por lo que no tenía queja.

Después de reencontrarme con Mariana, acudí a dos llamadas más, ambas sin grandes contratiempos.

Ahora que estaba en casa, me desnudé y entré en la ducha.
Con suerte, esta me relajaría lo suficiente para dormir del tirón hasta que me encontrase lo bastante hambriento como para dejar mi cama.

A menudo, sobre todo por mi trabajo, llegaba tan cansado a casa que me quedaba dormido de inmediato y no soñaba con nada.
Esta vez estaba seguro de que no sería igual.
Verla, tocarla, besarla, evocaba mucho más que los buenos y malos recuerdos.
Una parte dormida de mi cuerpo y mi mente había despertado en el mismo momento en que ella abrió la puerta.

Nunca había sido tan feliz.
En medio de una familia desestructurada como la mía, la idea de encontrar una mujer de la que enamorarme y con la que pasar el resto de mi vida parecía algo impensable, pero desde ese primer encuentro con Mariana, la idea de no tenerla junto a mi lo era más.

Estaba aterrado cuando por fin me animé a pedirle que fuese mi chica. Ella no parecía de las que tenían relaciones sin que existiese un vínculo o un sentimiento fuerte, y de todos modos yo estaba completamente loco por ella.

Rememoré cada instante juntos, hasta el momento en que fuimos uno solo.

Sus padres habían salido como cada sábado. El señor Díaz mencionaba a menudo lo importante que era encontrar tiempo a solas en pareja, sobre todo cuando ya existían varios años de matrimonio.

También me había advertido a solas que si se me ocurría herir de algún modo a su hija, iba a despellejarme vivo.

-¿Estudiamos?
Eso era lo último que quería hacer.
Desde que había llegado por la mañana, apenas podía apartar los ojos de ella. Estaba preciosa.
Y verla comerse las tortitas tampoco había ayudado.
-¿Puedo besarte antes?
Asintió, sonrojándose como solía suceder.
Enmarcando su pequeño rostro entre mis manos, la besé despacio, saboreando el momento y como se deshacía en mis brazos.
No sabía en que momento el beso se descontroló.
Quizá fue en el momento en el que sus uñas se clavaron en mi nuca, o cuando mi lengua se adentró en la profundidad de su boca, anhelando su sabor.
Del modo que fuese, de pronto la ropa empezó a desaparecer.
Me sentía igual de ansioso que ella por sentir nuestros cuerpos encontrarse.

Nervioso, la acaricié con ternura mientras mi boca apenas se separaba de ella. Sabía que le dolería y mi intención era menguar al máximo eso.

Besé sus lágrimas cuando las derramó en el instante en que me adentré en su cuerpo.
Me mantuve inmóvil hasta que ella empezó a relajarse. Entonces surgió la idea de la promesa.
Necesitaba saber que ella no estaría con nadie más y asegurarle que yo cumpliría de la misma manera.
Algún día, cuando pudiese ofrecerle un futuro seguro, daría el gran paso y la convertiría en mi mujer.
No podía esperar a que eso sucediese.

El teléfono me despertó cuando pasaban de las once de la mañana.
Una vez despierto me sería imposible dormir de nuevo, así que descolgué mientras me dirigía a la cocina a por algo para beber.

-¿Hola?
-¿Te he despertado? Suenas adormilado.
-Tengo turno de noche.
-Lo siento mucho, cariño. Pensé que ya estabas en tu día libre.
Para eso quedaban aun un par de días.
Bostecé y abrí el frigorífico para coger una botella de agua.
Con el calor que hacía últimamente me había asegurado de mantener siempre de cinco a seis botellas en el frigorífico.

-¿A que debo esta llamada?
-Estoy en casa de mis padres y me aburro como una ostra, así que pensé en llamar a mi amigo Axel y preguntarle si podía hacerme un hueco para comer.
-Sabes que siempre encuentro un hueco para ti. ¿En el lugar de siempre en un par de horas?
-Allí nos vemos, guapo.

Colgué con una sonrisa.
Un rato con mi amiga me vendría bien. Hacía un par de meses que no nos veíamos y ella siempre conseguía animarme.
Tal vez podría contarle acerca de mi encuentro con Mariana, al fin y al cabo conocía bien la historia.

Dos horas más tarde, entraba en el restaurante favorito de la chica.
Ella ya estaba esperándome allí y al verme, inmediatamente se levantó y corrió hacia mi para abrazarme.
-Me alegra ver que sigues igual que siempre Victoria.

Victoria había ido con nosotros a secundaria. Se unió a finales de semestre, pocas semanas antes de que Mariana se marchara.
Lo cierto es que fue un gran apoyo para mí. Incluso cuando yo me negaba a hablar con alguien hasta que mi chica respondiera a mis llamadas o mensajes.

Después de que sus amigas se negasen por completo a decirme donde iba, me presenté en su casa y le pregunté a sus padres.
Llegué a la estación justo a tiempo para verla partir.
Corrí, grité, pero no se detuvo. No le pidió al conductor que se detuviese.
Durante días, la llamé, le escribí, y finalmente me rendí.
Me negué a volver a hablar y me centré en mis estudios para poder salir cuanto antes de allí.

Victoria fue una constante en mi vida cuando mis amigos dejaron de intentar animarme. Se rindieron. Igual que yo.

Ella se quedaba a mi lado, en silencio, dándome mi espacio.
En ocasiones hablaba, parloteaba más bien, sobre tonterías para hacerme sonreir y poco a poco, lo consiguió.

Sabía que las amigas de Mariana miraban mal nuestra amistad, pero ella había tomado una decisión. No iba a retenerla a mi lado si no quería.
Pese a lo dolido y furioso que estaba cuando supe que no regresaría, me negaba a odiarla. Nunca podría hacer eso. La amaba y la amaría el resto de mi vida.

-¿Cómo te va en el trabajo?
Volví al presente y decidí prestarle toda mi atención a mi amiga.
-Muy bien. Me encanta el turno de noche.
-Eso es genial, guapo. ¿Y en lo personal? ¿Has decidido ya darle una oportunidad al amor?
Ella se acercó un poco más a mi, como si mi respuesta fuese lo más importante. Decidí ser sincero y responder lo mismo de siempre.
-No voy a dar la oportunidad a nadie, Victoria. Ya sabes porque.
Hizo un gesto quitándole importancia a mis palabras y puso los ojos en blanco.
-¿Cuánto tiempo más vas a guárdarle
luto a esa chiquilla? Aquello pasó hace muchos años, Axel. Posiblemente estará casada y con cinco hijos.
-No. No lo está.
-¿Y como lo sabes?
-Porque la encontré.

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