La adivina 3/5

103 32 13
                                    

Antes de pensar dos veces en lo que estaba a punto de hacer, corrió a su habitación para juntar algo de ropa y su teléfono para llamar a su jefe y pedirle el lunes libre. De ese modo contaría con dos días y algunas horas para ir, encontrarla y pedirle las respuestas que tanto necesitaba.

Asegurándose de cerrar todo y de coger las llaves de su coche de segunda mano, salió del apartamento con un destino en mente.

Tras una rápida parada en la gasolinera, enfiló rumbo al sur con las noticias puestas en la radio esperando escuchar algo más acerca del incendio o de los heridos.

Habían mencionado un par de muertos y el solo pensamiento de que ella podría haber sido una de las víctimas mortales le helaba la sangre.

Tan concentrado estaba en la carretera que ni siquiera se planteó si ella querría verle, sin embargo, era un riesgo que estaba dispuesto a correr. Quizá, después de dos años, de un modo u otro, iba a poder cerrar esa parte de su vida y averiguar si realmente la adivina había fallado en su predicción.

No podía obviar que ella había mencionado el fuego y que tiempo después este se había manifestado trayendo a la única chica que había amado de vuelta.
Quizá, cuando regresara, visitaría a la anciana y se disculparía.

Era más de medianoche cuando detuvo el coche frente a un motel. Todavía le quedaban casi dos horas de camino pero tampoco podía hacer nada en el aparcamiento del hospital.

En la radio informaron que los heridos pasarían la noche allí antes de darles el alta por la mañana.

Se registró en recepción y cayó en un profundo sueño nada más poner la cabeza en la almohada.

--------------------

-Extiende la crema que te receté durante la próxima semana en la quemadura del brazo y verás como alivia el dolor y cicatriza más rápido.

Asintió hacia la doctora que la había atendido.

De los que llegaron al hospital, ella era la que tenía la peor quemadura, sin embargo el dolor valió la pena.
Había salvado a Janette cuando una de las estanterías empezó a desmoronarse.
Jan estaba embarazada y algo torpe y de no ser por Claire, no se habría apartado a tiempo.

La había conocido hacia poco más de un año cuando empezó a trabajar en la fábrica haciendo encargos los fines de semana, principalmente por su edad.
Su padre se pasaba estos en el bar bebiendo y gastaba el poco dinero que quedaba después de pagar el alquiler y los suministros en sus vicios.
La comida era cosa de ella y no podía comprarla sin un sueldo, aunque fuese mísero.

Cuando la conoció, ella estaba feliz y recién casada. Su marido era camionero y pasaba mucho tiempo fuera por lo que trataba de suplir esa soledad trabajando todas las horas que podía.

Era el ser humano más divertido con el que se había cruzado nunca.
Estaba llena de calidez y siempre tenía una sonrisa en el rostro, incluso en todas las ocasiones que estaba semanas sin ver a su marido y tenía que conformarse con llamadas que no duraban más de veinte minutos.
Y Stuart, su marido, besaba el suelo por el que ella caminaba.

El mundo no podía perder una luz tan brillante como lo era Janette.

Tras despedirse, pasó a ver a su amiga y la vio abrazada a su marido mientras este se volvió hacia Claire y murmuró un agradecimiento.
Decidió dejarlos solos y se dispuso a volver a casa.
Con suerte su padre no habría regresado.

Tenía que recordar que en un par de años más, saldría por la puerta y no volvería a verle.

Salió del hospital y caminó rumbo a la parada de autobús. Con suerte, el próximo no tardaría en pasar.

Estaba pagando el billete cuando un coche giró acelerado al aparcamiento del hospital y un chico bajó y entró corriendo.
Esperaba que quien fuera que fuese a ver, se encontrara bien.

Se dejó caer en uno de los asientos del fondo y cerró los ojos.
Lo sucedido el día anterior pasó por su mente como si de una película se tratase.

Janette y ella se encontraban almorzando cuando la alarma de incendios saltó.

Ambas corrieron hacia la sala principal, pero el fuego estaba más allá de extendido y los trabajadores corrían empujándose unos a otros para salir de allí.

Empujó a su amiga hacia la salida de atrás cuando lo vio.
Le hubiese gustado que fuese su imaginación, antes de comprobar que era su padre quien salía corriendo.

No debería estar allí.
No trabajaba en ese lugar y ahora que las cosas se habían calmado, no pudo evitar preguntarse de que huía.

No había vuelto a pensar en ello hasta ese momento, pero la angustia se adueñó de su cuerpo cuando el más horrible de los pensamientos germinó en su mente.

Historias cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora