Servicio se emergencia 8/9

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Mi teléfono sonó antes de que ella pudiese responder.
Pensando que debía ser un aviso, lo saqué de inmediato y el nombre de Victoria parpadeó en la pantalla.
Iba a cortar la llamada porque Mariana era más importante. Necesitaba una respuesta.
-Lo siento, pero ya es tarde.
Su voz y su expresión se volvieron más frías, algo que jamás había visto en ella.
-Pero...
-Pregúntale a ella-señaló mi teléfono, y se alejó.
¿Que había querido decir? ¿Que tenía que ver Victoria con nosotros?
Luché conmigo mismo para no ir tras ella, pero al menos ahora sabía exactamente dónde vivía. Averiguar el piso no debería ser un problema.

Regresé al trabajo esperando que este me mantuviera ocupado para evitar comerme la cabeza, sin embargo a las seis, cuando mi turno terminó, le mandé un mensaje a Victoria.
Las palabras de Mariana seguían dando vueltas en mi cabeza y una sensación de opresión se me instaló en el pecho.

Victoria no había respondido ni siquiera cuando me desperté horas más tarde. Algo me decía que estaba evitándome y entonces recordé su expresión cuando le conté que había vuelto a ver a Mariana.

Durante todos estos años desde que ella me dejó, yo nunca traté ni me interesó iniciar una relación con otra persona.
Nunca quise compartir con otra lo que ya había compartido con Mariana.
Y todo eso lo sabía Victoria. Incluso pese a lo mucho que siempre insistió en que yo merecía a una mujer a mi lado que no me dejase tirado, siempre se mantuvo al margen, como mi amiga.
No fue eso lo que vi en ella en nuestro encuentro el día anterior.

Ni siquiera se había quedado a comer conmigo. Palideció y puso una tonta excusa de que había olvidado un asunto importante antes de irse.
Después del cambio de Mariana la noche anterior y sumado a la extraña reacción de Victoria, estaba empezando a pensar que ellas me ocultaban algo.
Y si hay algo que no puedo soportar, son los secretos y las mentiras.
Durante años vi a mis padres mentirse entre ellos. Su relación en si era un engaño. Las mentiras y los secretos estuvieron en mi vida mucho tiempo.
Mariana fue un soplo de aire fresco.
Fue por ella que aguanté un poco más.
Quería ser alguien de quien no se avergonzase. Que pudiese decir alto y con orgullo, que estábamos juntos.
Y sé que ella ni sus padres me miraron nunca como alguien inferior. Y eso fue un cambio también.
Existir para un adulto al que no le pagasen para ello.

Decidido, marqué el número de mi amiga. Saltó el contestador.
Victoria vivía pegada a su teléfono.
Probé suerte un par de veces más y ocurrió lo mismo.
Me estaba evitando, pero ¿por qué?

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Adoro ir al mercado.
Me encanta lo agradable que es la gente y poder elegir todo lo que quiero comprar.
Nada estaba envasado ni manipulado. Todo era recogido directamente del campo y llevado allí.
Estoy prácticamente babeando al pensar en la ensalada que voy a prepararme para comer.
Me cargo con bolsas y estoy sinceramente agradecida por haber pensado en traer el coche porque es imposible que llegue a casa tal y como voy. Y el transporte público a esta hora no era algo que desee experimentar.

Una vez aparco, por suerte muy cerca de mi puerta, pienso en como hacer solo un viaje y de este modo no tener que regresar por más cosas.
Con riesgo de que me queden las marcas de las asas en los brazos, lo cojo todo y cierro el coche.
Ahora solo tengo que averiguar como no dejarlo caer todo cuando rebusque las llaves dentro de mi bolso.

Resoplo frustrada porque no las encuentro. Sé que están ahí, pero lo más probable es que se haya creado un agujero negro en el interior y se las ha tragado. Justo ahora.
Y eso no es lo peor. Necesito ir al baño. Con urgencia. Y las llaves siguen sin aparecer.
Sacudo el bolso arriba y abajo y las oigo.

-Veo que las cosas no han cambiado tanto.
Sorprendida, me vuelvo hacia Axel, quien me mira desde un lado con una sonrisa traviesa en el rostro.
-¿Que haces aquí? ¿Se ha vuelto a caer?
-No estoy de servicio, Mariana.
Me fijo bien y veo que no lleva el uniforme.
Tal y como va ahora, me recuerda al Axel de mi pasado. Tejanos rasgados y camisetas con logos extraños.
-¿Que haces aquí, Axel?
Se acerca a mi y con un simple tirón, me quita todo el peso de las bolsas.
-Quería verte. Busca las llaves, cariño. Tenemos que hablar.
-¿Por qué insistes? Te dije que le preguntaras...
-Y lo he intentado, pero por alguna razón no responde ni a mis mensajes ni a mis llamadas, así que tu me lo dirás. ¿Que es lo que Victoria tiene que contarme?
-Mira Axel, lo nuestro se terminó hace años y todo quedó en el pasado. Allí debería quedarse.
-No voy a hablar de eso en medio de la calle. Abre la puerta. Te ayudaré a subir esto y hablaremos.
Suspiré una vez más.
Supongo que no tenía otra opción.
Era hora de abrir mi propia caja de Pandora.
-Está bien. Vamos.

Media hora después estaba llorando a solas en mi piso.
Después de contarle todo a Axel, se enojó. Me recriminó que no le hablase de ello entonces, que no confiase en él y que prefiriese dejarle y abandonar todo antes que enfrentarle.
Y tenía razón.
Lo había jodido a lo grande y él se había marchado en cuanto le dije de quien eran las cartas.

Secando mis lágrimas, supe lo que debía hacer.
Había huido en el pasado, pero ya no tenía dieciséis años. Era una adulta y esta vez iba a pelear por mi chico.

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