Reencuentros (Parte II)

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A mi padre, sabio calmo y prudente, de mirada brillante y silencio revelador.

Te quiero hasta el infinito.

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A pesar de la negrura nocturna, el flet de Legolas y Érewyn rebosaba de luz. Los candiles y los faroles se hallaban encendidos, por un lado para vigilar el perímetro de la colonia, y por otro para iluminar el encuentro que había iniciado en la base del campamento, justo después de aquella sorpresiva invasión por parte de centenares de arañas.

Rissien y Érewyn se habían fundido en un abrazo no demasiado largo, ya que al notar el abultado vientre de ella, el elfo la había soltado con un grito agudo y los ojos desencajados. "¿Pero cuánto tiempo ha pasado desde que nos separamos? ¡Remm, ven a ver esto! Creo que en el Este el tiempo pasa más despacio que aquí..." Las cábalas sin sentido del elfo fluyeron sin parar pero fueron ignoradas por Érewyn, que volvió a abrazarle y revisó su rostro (con restos de ceniza bajo los párpados), sus brazos, el estado de aquella extraña ropa que vestía, su cabello (un poco más largo de lo normal), y no cesó de preguntar si de verdad estaban bien los dos. Y la aparición, finalmente, de su antigua dama de compañía embutida en una capa oscura acabó con sus temores y se abrazaron ambas riendo, ilusionadas por el reencuentro, sobretodo Remm, al comprobar el estado de buena esperanza de su señora.

La familia reunida regresó a la calidez y seguridad del flet familiar, en compañía también de Gimli y Veryan, y las explicaciones se sucedieron entonces, y resultó que Rissien y Remdess se habían internado en el bosque de Ithilien desde el norte durante el anochecer, habiendo llegado a sus lindes por el camino desierto que bordeaba la cordillera de las Ephel Dúath. Y en su avance a través de la espesura no tardó el experimentado elfo en detectar la presencia de las hijas de Ella Laraña en la oscuridad de la noche.

—Las oyó —afirmaba Remdess, sentada a la mesa ante un té humeante que Érewyn había preparado—. Aún no me explico cómo lo hace... Yo no detecté nada fuera de lo común... —añadió, con el ceño fruncido.

—Aquí el compañero tiene el oído bien aguzado en lo que a arañas gigantes se refiere... aunque estas sean aún bebés...

Rissien no escuchaba a Veryan, observaba aún extasiado el vientre de su prima peligrosamente a punto de "reventar", mientras Érewyn conversaba tranquilamente frente a Remdess. La confusión inicial se transformó en un segundo en ilusión, al imaginarse a sí mismo jugando con su futuro sobrino o sobrina y enseñándole cientos de cosas divertidas. Mientras ellos habían estado ausentes, la familia crecía...

Suspiró, sonriendo soñador, y su atención regresó entonces a la explicación de su compañera de aventuras. Se irguió en la pared contra la que se había apoyado desgarbadamente y disimuló su distracción.

—...Así que yo me quedé en un escondrijo entre dos árboles, armada con un puñal, mientras aguardaba a que Rissien se deshiciera de ellas. Me prometió que no tardaría, que no le llevaría mucho tiempo... Me ha enseñado a defenderme con el puñal, de modo que no temí por mi suerte. Pero no me dejó practicar, ya sabéis cuánto le gusta pelear contra las arañas. Además lo alargó más de lo debido y se puso a jugar, y su risa atrajo a más de ellas... —se lamentó la joven elfa—. Por un momento creí que se nos iba de las manos.

—¡Sí! —dijo él, sonriendo. Luego reparó en la dura mirada de Remdess y se encogió de hombros—. ¿Qué otra cosa puedo hacer? ¡Son mis viejas contrincantes! Ha sido como si la misma Tierra Media nos diera la bienvenida después de nuestra larga ausencia, ¡y de la mejor manera posible!

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora