2. Ocaso

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Capítulo 2. Ocaso

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Las tardes eran cortas y oscuras, y la escarcha cubría la extensa llanura de Rohan. El rojo ocaso que a diario hacía arder la tierra parecía aún más triste desde que la situación en la región había empeorado de aquella forma, y el mes de febrero estaba siendo especialmente crudo. Era como si el clima de las no tan lejanas Montañas Nubladas hubiera envuelto extrañamente a Rohan en un eterno invierno.

Si le hubieran preguntado cuándo empezó todo, Érewyn no habría sabido qué contestar. Quizás fue cuando Gandalf visitó Edoras por última vez. Quizá fue el día que su amado libro sobre los elfos desapareció misteriosamente.

Érewyn seguía visitando la biblioteca cada tarde, aprovechando las últimas horas de luz para intentar liberar su mente de la continua preocupación que la invadía, y también tratar de encontrar su querido libro. Y cada día fracasaba en ello. De lo único que era plenamente consciente era de que aquel extraño letargo que había atrapado a Rohan en el tiempo también había atrapado a su tío.

El Rey no parecía él mismo. La vejez le había vencido, decían algunos. Pero Érewyn había visto a Théoden cabalgar hacía escasamente un año, acudiendo él mismo a visitar los puestos de vigilancia fronterizos.

Su eterno lugar parecía ahora el trono, en el que se postraba como un anciano esperando su final, respirando entrecortadamente, mirando sin ver, hablando sin pensar por sí mismo. Sin sonreírle a ella, sin alborotar su cabello, como tantas veces antes había hecho.

La puerta de la biblioteca se cerró tras Érewyn. La muchacha se dio la vuelta y, resignada, comenzó a bajar la escalera de espiral que descendía hasta el salón del trono. Otra tarde más perdida, y otro día más que pasaba sin encontrar su libro, y sin que Théoden cambiara.

Pero aquel ocaso iba a ser el más oscuro de su vida.

—¡Atrapadlo!

—¡Tranquilo! ¡Tranquilo!

—¡Intentad agarrarlo por las crines! ¡Deprisa!

Carreras y gritos alertaron a Érewyn que aceleró el paso y bajó los últimos escalones de tres en tres.

—¡Preparad sábanas limpias y agua caliente! ¡Aguja e hilo para suturar también! ¡Rápido!

Éowyn daba órdenes en el piso de abajo, y la gente entraba y salía de la enorme sala ya casi a oscuras. Los candiles no habían sido encendidos aún, pero Érewyn vislumbró, entre el tumulto, el trono vacío del Rey.

—¡Érewyn! ¡Sube a tu alcoba! —ordenó Éowyn, sobresaltándola.

—...¿Qué es lo que está ocu...?

—¡Fanor, estate quieto! ¡Agarradlo de una vez!

La pequeña de las hermanas se giró hacia la puerta, y sintió cómo su sangre se helaba en las venas al ver el cuerpo de su primo, cubierto de sangre, a lomos aún de su caballo, completamente fuera de sí.

Se apresuró a salir al frío exterior completamente sorda ante los gritos de su hermana, que trataba de controlar la situación y de prepararse para curar al heredero de Rohan.

No podían bajarle. Fanor daba vueltas y vueltas, pisándose las riendas y espantándose ante los gritos de los nerviosos soldados, que,desesperados, veían cómo el tiempo se les escapaba de las manos, ya Théodred, herido gravemente, también.

—¡Fanor! —gritó Érewyn—. Fanor soy yo... Fanor... ¡Estáos quietos! ¡Le estáis asustando aún más!

Los nerviosos soldados titubearon y la sobrina del Rey se acercó al asustado animal, alargando la mano hacia su hocico.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora