La senda adecuada

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Dos días después de la batalla, la mayoría de los habitantes de Minas Tirith que aún quedaba en la ciudad decidieron que lo más sensato, después de la victoria en aquel primer asalto, era marcharse a Lossarnach, Imloth Melui o Minas Arthor. Casi todos tenían parientes en aquellas poblaciones, las más cercanas a Minas Tirith, pese a que, cuanto menos, deberían pasar más de un día en el camino.

Los más valientes, y los que regentaban algún negocio de valiosa necesidad, optaban por quedarse. Aunque el dueño de la Hostería Vieja, la posada donde se hospedaban la mayoría de los comandantes, le había confesado a Aragorn que su familia tenía bien preparados sus macutos y su carro, por si tenían que irse apresuradamente.

Gimli había convencido a Legolas para que le acompañara a dar un paseo por la ciudad. El enano no cesaba de llamar su atención en el recorrido, mostrándole bellos detalles de artesonados, esculpidos o simplemente construcciones que iban encontrando por la ciudad. Legolas escuchaba con atención las explicaciones de su amigo. Los enanos eran auténticos eruditos en cuanto a construcciones y tratamiento de materiales se trataba. Pero no tardó en llegar el momento propicio que Legolas estaba esperando para provocarle.

— Cuando todo esto pase, y sólo sea una mala pesadilla en la mente de todos, — decía Gimli, mientras subía con algo de carrerilla los peldaños de la escalera del segundo nivel al tercero, para mantenerse junto a Legolas — podríamos traer objetos de nuestros pueblos, para embellecer la ciudad y recordar a toda esta gente que los enanos y los elfos ayudaron a salvarles.

Emergieron del túnel y salieron al exterior de nuevo, zambulléndose de lleno en un pequeño mercado ambulante. Tras la primera impresión, vieron que no se trataba en absoluto de un mercado. Había tal bullicio en la calle que parecía que se estuvieran llevando a cabo transacciones y negocios, pero nada más lejos de la realidad. La gente empaquetaba enseres y cargaba en carretones bolsas de lona con ropa y comida.

— Es una gran idea, Gimli. Pero dudo que los árboles y las aves del Bosque Oscuro encontraran en este un lugar ideal para vivir. — Comentó Legolas. El clima era mucho más cálido y húmedo. Sería una crueldad obsequiar a la ciudad con especies vivas que tendrían problemas para adaptarse y seguramente enfermarían o morirían. Un gruñido de Gimli le hizo mirarle, levantando una ceja.

— ¿Es que no tenéis otras cosas que traer que plantas y bichos? — Los labios de Legolas formaron una media sonrisa y volvió a mirar al frente antes de contestarle.

— ¿Y con qué les obsequiaríais vosotros, si puede saberse? — Preguntó el elfo, en un tono en el que más parecía buscar el reto que una simple respuesta.

— Con materiales de construcción. — Respondió Gimli, completamente orgulloso. — Traeremos forjas, herramientas, hierro, piedra resistente... Mithril...

— Y, ¿todo eso lo llevaréis a la espalda desde Erebor? Preparáos para sudar de lo lindo... — Observó Legolas. Gimli le miró con rabia y se apresuró a responderle.

— ¿Cómo vamos a traer todo eso desde Erebor? ¡Mira a tus espaldas condenado paliducho! Las Ered Nimrais no han sido excavadas aún y estoy seguro de que allí podríamos encontrar piedras de excelente calidad para la reconstrucción... — Su tono bajó de repente al de un susurro para continuar. — No tienes ni idea de lo que llegué a ver en las Cavernas Centelleantes, junto a Cuernavilla... — Dejó la frase sin terminar, misteriosamente y Legolas le miró unos instantes, se había quedado pensativo, como extasiado con sus propios recuerdos. Rió en silencio y movió la cabeza de lado a lado. Gimli salió de su ensoñación y volvió a hablar en el mismo tono crispado que había usado antes. — Sólo necesitan un enano para que descubra las vetas que los humanos han pasado por alto...— La risa de Legolas atrajo su atención y le miró con el ceño fruncido.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora