El escondite revelado

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Un hombre de aspecto siniestro y vestido de forma austera, con el rostro torvo, barbudo y expresión amenazadora, se hallaba inmóvil, aguardando junto a las puertas dobles que conducían directamente a las dependencias personales del Rey Thranduil.

Su mirada había recorrido cada rincón durante su trayecto silencioso por las maravillosas galerías, guiado y flanqueado por un grupo de guardias de aspecto letal, enfundados en las célebres armaduras de los elfos del bosque, fabricadas con la resistente madera de los árboles que allí crecían; ligeras como plumas, flexibles como juncos y resistentes como el acero.

Mucho habían mejorado aquellas defensas respecto a las que vistieron milenios atrás, cuando enfrentaron a Sauron a las mismas puertas de Barad-dûr, capitaneados por Oropher, y que les costaron la pérdida de demasiadas vidas.

Junto a aquellos guerreros y en su hogar, aquel hombre se sentía insignificante. Pero no en el sentido de pequeño o de débil, él era plenamente consciente de sus propias limitaciones y las aceptaba; tenía muchos otros puntos fuertes y bien explotados. Pero no dejaba de ser "leve", fugaz.

Era como si el tiempo transcurriera más lento en aquella caverna de techos altos y rocosos, paredes brillantes y pilares de aspecto eterno cubiertos de verde musgo.

De hecho jamás se imaginó recorriendo esos pasillos que tanta intriga le despertaron de niño. Y ahora que esa intriga había pasado a la última de las posiciones en su lista de intereses, era que sus pasos los habían recorrido, resonantes y contrastando con los silenciosos de los elfos.

Las puertas dobles se abrieron y el elfo de expresión insondable que había visto entrar momentos antes, emergió.

—El Rey os recibirá ahora —anunció, simplemente.

Los centinelas apostados a ambos lados relajaron el agarre de sus lanzas y, simultáneamente, adquirieron una postura de descanso, y el elfo le condujo al interior de la estancia y cerró las puertas tras su entrada, quedando de guardia en el interior de aquella habitación que tenía el aspecto de un enorme despacho, amueblado con estilo elegante y austero con piezas que aparentemente tenían más años que la misma ciudad de la que él provenía.

El hombre le miró con expresión amenazadora y el elfo le devolvió el gesto sin rastro de intimidación.

A través de un marco que conducía a una estancia contigua, la figura imponente del Rey Elfo se adentró en el despacho, y el centinela se cuadró para recibirle, con aire marcial.

Thranduil dirigió una breve mirada cómplice a su guardia y asintió antes de acercarse hasta quedar a poco menos de dos pasos de aquel hombre.

El Rey Elfo era casi un palmo más alto que él y su simple presencia era suficiente para sembrar temor en el corazón del más bravo de los guerreros. Pero aquel hombre no apartó la mirada del azul hielo de los ojos de Thranduil. Impasible, aguardó enfrentando su actitud inquisitiva.

—¿Y bien? —canturreó el Rey— ¿Qué motivaciones traen a un hombre de Valle a internarse en la oscuridad del bosque? Deberéis ser cauto al regresar: el arroyo está encantado...

El hombre esbozó la primera sonrisa y relajó su postura.

—Eso hemos oído —respondió—. Bardo II, Rey de Valle, os manda sus saludos y su agradecimiento por hacerle conocedor del peligro que amenaza el bosque. Nuestros hombres están preparados para atacar a los enemigos en cuanto salgan de las lindes... Si es que les dejáis escapar.

Thranduil sonrió ante las osadas palabras del hombre.

—Sea cual fuere el destino que nos aguarda, la amistad que siempre me ha unido a la dinastía de Bardo será siempre sincera y fructífera —admitió. Y casi de inmediato su expresión adquirió la gravedad de lo que temía estaba por acontecer—. La situación es delicada y aún acontecerá peor. El sonido del cuerno de Eryn Lasgalen será la señal de que el enemigo que se oculta al Sur ha iniciado su ataque. Aguardad con calma a que eso suceda, porque una ofensiva demasiado temprana podría poner en peligro la estrategia que inicié hace un par de semanas para atrapar a quien creo sospechoso de traición en mi propia casa —los consejos de Thranduil eran en realidad órdenes dictaminadas con la mayor de las mesuras, y el hombre asintió, silenciosamente—. Pero en el momento en que lo oigáis, no dejéis ni uno con vida. Proteged a vuestra gente y capturad a cualquier sospechoso que abandoné el bosque, por inocente que parezca.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora