Corazones enjaulados

10K 679 337
                                    

A través de una rendija abierta, miraba al hombre que había entrado en sus sueños, en su mente y en su corazón. En la sala de armas de Meduseld, se preparaba para la marcha buscando una nueva daga, ya que la que tenía la perdió en Cuernavilla, y ella le observaba.

Dentro de la sala, Merry, el hobbit trataba de convencer a Aragorn de que le dejara ir con él. El joven quería marchar a la guerra, ir a Gondor para encontrarse con su primo Pippin, que tuvo que abandonar Edoras junto a Gandalf por haber mirado el Palantir. El rostro del hobbit mostraba la frustración que sentía, ya que Aragorn no cambiaba de parecer. Siempre tan sereno, siempre tan difícil de convencer.

Eowyn guardaba silencio. Simplemente permanecía allí. Sin atreverse a hablar, sin atreverse a entrar pero tampoco a dar media vuelta.

Su fuerza y su coraje desaparecían cuando Aragorn estaba cerca, y sólo podía limitarse a mirarle. Su falta de experiencia y desconocimiento del amor la bloqueaban como nunca nada lo había hecho.

Pocas eran las palabras que habían intercambiado desde la celebración de la victoria, aunque Eowyn esperaba que realmente hubiera entendido, ya que la miraba tiernamente, dulcemente. Y su corazón se desbocaba.

Quizá era esa la razón por la que le costaba articular palabra estando en su presencia. Ella, que había mirado a la cara al miedo, a las dificultades y a la soledad, dudaba como un potrillo perdido cuando aquellos ojos pardos se posaban sobre ella.

Y allí estaba, parada ante la puerta de la sala de armas, indecisa entre entrar o salir corriendo. Como una chiquilla.

Pero la marcha estaba pronta, y Eowyn quería confesarle claramente lo que sentía. No deseaba que Aragorn marchara a Gondor sin conocer lo que albergaba su corazón.

Y entonces se quedaría tranquila, aunque la desazón de no saber si volvería o no, no la dejaría dormir o comer, al menos su corazón estaría liberado.

— ¿Puedo ayudaros, mi señora? — Una voz la sobresaltó, y Éowyn dio media vuelta en la oscuridad del pasillo, para encarar a una de las sirvientas del castillo con un buen fardo de sábanas y ropa limpia en los brazos.

— ¡No! — Se apresuró a contestar. Y su voz sonó chillona. La camarera arqueó una ceja, preocupada por el estado de nervios que aparentaba su señora, pero Éowyn tuvo reflejos y completó la frase. — Sólo buscaba a mi hermano, pensé que estaría en la armería. ¿Le habéis visto, por casualidad?

— Le vi hace un momento, en las cuadras. Parecía buscar a alguien con bastante urgencia.— Dijo la camarera.

— ¡Oh! — Fingió sorpresa, Éowyn. — En ese caso iré a buscarle.

Y sin dar pie a más conversación, Éowyn desapareció en las sombras del pasillo.

Giró la esquina y chocó de bruces con Érewyn, que recorría el pasillo en dirección opuesta con un papel en la mano.

— ¡Mira por donde vas, Éowyn! — se quejó la más joven, frotando su nariz.

— ¡Lo mismo te digo yo! — Respondió la hermana.

— Es verdad... Lo siento. Pero es que estoy ayudando a Éomer a terminar unas tareas y me gustaría acabarlas cuanto antes. ¡Quiero ir en el grupo de cabeza cuando salgamos hacia El Sagrario!

— ¿Tareas para Éomer? ¿Qué clase de tareas? — Inquirió Éowyn, arrebatándole el papel a su hermana.

— Inventario de armas y esas cosas. En el Sagrario hay un viejo fortín pero dudo mucho que haya todo lo necesario por si algún soldado necesita alguna arma de repuesto... ¡No me mires así! ¡Éomer me lo ordenó, y si no cumplo no podré ir con los soldados! Así que devuélveme ese papel, por favor. — Érewyn le arrancó la nota a su hermana de las manos, y Éowyn sonrió.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora