Eryn Lasgalen. Parte II: Entereza

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El ala de huéspedes importantes se hallaba desocupada aquellos días, y Érewyn y Rissien la tenían a su completa disposición. Dicha ala disponía de cuatro estancias con zona de baño privada.

La puerta de las habitaciones se abría a un hall común, muy amplio, desde el que se podía acceder a tres salones bien diferenciados, con aspecto de galerías naturales, aunque comunicados de forma abierta entre sí mediante bellas arcadas labradas con detalle de orfebrería. Se trataba de una sala de lectura, un salón de té y una zona de reunión y descanso. Eran unos espacios ideados para ser utilizados en exclusiva por los huéspedes. Y desde aquellos tres salones se accedía a una gran terraza con hermosos pilares y minerales incrustados en suelos y paredes.

Como era de esperar el lujo en la morada de Thranduil no faltaba. Parecía que cualquier cosa que uno imaginara pudiera ser encontrada allí.

La habitación de Érewyn también disponía de una pequeña terraza decorada bellamente con finas ornamentaciones en la balaustrada, y una hiedra verde y fresca que trepaba por la pared exterior de la caverna. Dicha terraza daba a un gigantesco hueco a cielo abierto en la montaña bajo la que se ocultaban las Estancias de Thranduil. Parecía un enorme patio interior formado de forma natural en la montaña, con las paredes tan altas como la Torre de Ecthelion, y aún así llegaba suficiente luz solar al suelo de dicho patio como para que se hallara rebosante de plantas de todo tipo y arbustos floridos. A través de él, numerosos senderos trazaban rutas ocultas que llegaban a recónditos rincones privados entre árboles, en los que podían encontrarse asientos de piedra blanca.

Era un lugar de ensueño. En Minas Tirith había también un patio interior ajardinado parecido a aquel, pero ni por asomo tan gigantesco. El jardín privado de las Estancias de Thranduil cubría una superficie mayor al área que cerraba la muralla exterior de Edoras. Tal como podía esperarse de las Estancias del Rey Elfo.

Era impresionante.

En el interior de la habitación de la rohir las paredes de roca eran de color claro y predominaba un mineral de tonos verdes, cuyas vetas podían apreciarse claramente. Érewyn estaba segura de que si Gimli hubiera contemplado tales paredes habría tenido que refrenarse de picar allí para extraer esas piedras tan bellas. No en vano, Thranduil era un gran amante de las piedras preciosas y los minerales en general.

Érewyn observaba su reflejo en el gran espejo junto al no menos grande guardarropa que disponía para sí, mientras introducía por dentro de su escote el colgante que le dió Ioreth, de forma que sólo quedaba visible el sencillo cordón.

Remdess había recogido parcialmente su cabello en un bello trenzado que hacía destacar las diferentes tonalidades de rubio de éste. Incluso se las había ingeniado para envolver el vendaje de su mano con un retal del mismo tono que su vestido. Ahora su aspecto era mucho mejor que el que traía al llegar. Nada mejor que un baño relajante para aliviar el cansancio de la musculatura y despejar la mente, y las atenciones de su dama de compañía para aparentar otra persona.

Le habían proporcionado un vestido en tono verde claro, con escote en v, fruncido debajo del pecho y con una larga falda ligera y repleta de pliegues, que se movía al compás de sus pasos incesantes de un extremo a otro de la habitación, mientras aguardaba, y aguardaba...

Y aguardaba...

Y justo cuando comenzaba a impacientarse, unos nudillos golpearon su puerta.

Érewyn se precipitó hasta ella y la abrió. Legolas esperaba del otro lado. Con las sienes perfectamente trenzadas y ataviado con una hermosa casaca de color gris, con intrincados bordados que imitaban las ramas y hojas de un árbol, pantalones negros, ceñidos, y botas de corte y estilo élfico también negras.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora