Henneth Annûn

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En el bosque de Ithilien el clima se tornaba radicalmente distinto a partir de mediados de septiembre. La frondosa vegetación explotaba de vida dando la bienvenida así al frescor otoñal, y entre la espesura decenas de nuevos sonidos despertaban. Insectos, aves, reptiles, pequeños mamíferos... todos se afanaban por aprovechar la bonanza previa al invierno.

La lluvia hizo su aparición también, esperada por todos, y el verde del bosque se tornó aún más vivo, más intenso. Infinidad de pequeños torrentes, riachuelos y arroyos aparecieron de la nada, y las renombradas cascadas de Ithilien que se hallaban en la parte más rocosa y cercana a las Ephel Dúath, multiplicaron su caudal.

Maravillada por esta nueva visión de esplendor, Érewyn se aficionó a pasear por la zona norte de la colonia. Montaba a lomos de Fanor y se envolvía en una capa que la protegía de las salpicaduras de los saltos de agua, y así observaba la vida del bosque, inspeccionaba pequeños claros entre árboles, espiaba a los animales y se detenía a escuchar los sonidos. Se había propuesto como un reto personal aprender al fin a sentir el bosque como parte de sí misma, del mismo modo que lo hacía el resto de los elfos. Eglaron, Aeneth, Riss y Legolas le habían explicado que esta era una fase de aprendizaje lenta y que debía tener paciencia, pero ella se esforzaba como en cada empresa que se proponía.

Su embarazo progresaba mejor que bien. Su vientre aún no abultaba tanto como para restarle movilidad por lo que podía cabalgar con total libertad por senderos entre raíces, y cuando lo hacía notaba pequeños golpecitos, movimientos parecidos a un cosquilleo que se detenían en apenas segundos. Al bebé le gustaban los paseos y el vaivén del paso de Fanor, y ella sonreía feliz, acariciaba el lugar donde lo había sentido y le hablaba del bosque en el que vivían.

Un día Érewyn se alejó con Fanor a explorar una parte distinta de Ithilien. Se aventuró a cruzar una serie de arroyos cristalinos, y siguiendo el curso ascendente de estos se halló pronto en una zona escarpada en la que el musgo proliferaba en la roca. No muy lejos se oía ruido de agua, como de una cascada. La rohir se bajó del caballo y caminó un poco más entre árboles, hasta que dio con una laguna cuyas aguas eran alimentadas por un altísimo salto de agua, y cerca de la base, en la pared de la montaña, se vislumbraba una estrecha abertura, una especie de gruta que se abría en aquel punto y quedaba oculta a ojos no entrenados.

—Henneth Annûn... —susurró Érewyn—. Este es el Estanque Vedado...

En tiempos pasados un Senescal de Gondor desvió el curso de un río en Ithilien para hacerlo caer en forma de cascada en lugar de atravesar la montaña. Con esto, la gruta que las aguas habían excavado en la roca durante edades quedó vacía y sirvió de refugio secreto a los montaraces de Ithilien, el grupo de guardias de élite que vigilaban Minas Morgul generación tras generación. Faramir, que había sido el Capitán de esta guardia en tiempos de Denethor, había tenido en aquella vieja gruta su base de operaciones durante años y le había hablado de su existencia a Érewyn durante el viaje desde Rohan.

"No se entra por la puerta cerrada, sino por la ventana abierta", le había dicho también, acompañando el acertijo con un guiño de diversión.

Tras recordar las palabras del gondoriano, la rohir escuchó el relincho de Fanor y volteó para verlo resoplar entre los árboles, con la mirada fija en ella.

—No pasará nada, no me voy a ir lejos —dijo—. Tú quédate aquí y espérame.

Fanor relinchó otra vez y la rohir rodeó con paso firme la laguna. Una de las entradas era la gruta en la base de la cascada. Para acceder a ella había que sumergirse, pero Érewyn sabía que la base del salto de agua estaba llena de rocas afiladas como cuchillos, por lo que aquella ruta quedaba descartada.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora