Cuervos, buitres y quebrantahuesos

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Engalanado con un jubón verde con adornos dorados, y con la recién lustrada espada en la vaina de su cinto, Éomer caminaba hacia el inmenso jardín interior de la Casa del Rey, con Éowyn de su brazo. A su rostro no asomaba ni el más leve rastro de una sonrisa tímida y sus ojos se entornaban formando rendijas que inspeccionaban los aledaños, como si se hallara en sus antiguos años de rastreador, en el éored de su primo, y no en una inocente fiesta.

—Éomer, relájate un poco —susurró Éowyn con dulzura. El joven Rey la miró de reojo al notar la caricia apaciguadora en su brazo y esbozó una pequeñísima sonrisa, la primera—. Parece que seas tú el homenajeado, y no Faramir y yo...

Éomer tomó aire y exhaló despacio. Luego posó su otra mano sobre las de Éowyn y las acarició.

—Ya lo sé... Pero tengo la ligera corazonada de que esta noche va a ser dura...

Éowyn chasqueó la lengua y rodó los ojos. Ella también tomó aire; necesitaba oxigenarse al máximo antes de adentrarse en aquel jardín repleto de personalidades importantes para todos los reinos miembros de la alianza.

—¿C-cómo estoy? —preguntó por enésima vez.

Éomer sonrió de medio lado y alzó una ceja.

—Nadie diría que mataste al Rey Brujo... —admitió. Ambos rieron.

Éowyn llevaba el cabello trenzado y en él brillaban decenas de perlas que habían sido entretejidas con las rubias hebras. La luz de los candiles arrancaba destellos del vestido satinado de color azul que Arwen le había regalado. Su hermana era una doncella adorable y preciosa a la altura de la cual él no estaba, eso lo tenía claro, pero aún así se adentró orgulloso en aquel jardín, pasando bajo los cortinajes que dos mayordomos apartaron para ellos.

Y en cuanto descendieron los peldaños de piedra y se rodearon de verdor, Éomer supo que nadie le miraba a él... Al menos ese era su deseo.

El jardín, iluminado por la luz rojiza del atardecer, estaba lleno de gente que les sonreía y saludaba, y los dos hermanos avanzaban sintiéndose el centro de todas las miradas. Pero, para alivio de ambos, a mitad de camino les salieron al paso Érewyn, Legolas y Gimli. El enano se inclinó con respeto ante el Rey de Rohan y la Dama de Edoras.

La conversación fluyó de inmediato, disipando las malas vibraciones que se habían apoderado de las mentes de Éomer y Éowyn, y pronto se encontraron riendo animadamente y ajenos a cuanto les rodeaba.

Aquello fue cuanto Éowyn necesitó para recobrar la tranquilidad y ser capaz de sonreír de forma relajada cuando Faramir hizo su aparición entre el grupo de amigos, luciendo la más dulce de las sonrisas.

—¿Estás lista? —preguntó el gondoriano, visiblemente nervioso, tras saludar a todos.

—Ahora sí —admitió ella, sonriendo con timidez. A pesar de haber sido escoltada por su hermano, tener a Faramir junto a ella le daba una inyección extra de confianza.

Él tomó su mano y la estrechó con cariño. Luego miró a Éomer y le dirigió una reverencia, consciente de que muchos curiosos debían estar en aquel instante con las miradas posadas sobre ellos. Con aquel gesto, Faramir pedía el permiso del Rey de Rohan para llevarse a Éowyn y atender junto a ella la recepción de invitados a su boda. Y la respuesta del joven Rey fue la esperada: sonrió levemente y asintió con la cabeza.

—No te lo he dicho aún pero estás muy bella, Éowyn —murmuró Faramir cuando comenzaron a caminar hacia el centro del jardín, inclinándose para hablar cerca del oído de su prometida. El resultado de tal acción fue el sonrojo de la rohir y un gesto tímido de asentimiento.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora