Detrás del miedo (Parte II)

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.:: Rhûn ::.

A pesar de haber vencido sin problemas a los otros tres, Rissien no podía matar al cuarto bandido una vez éste se hubo rendido tras asimilar que no tenía posibilidad alguna de sobrevivir si intentaba escapar o rebelarse. Asesinar a un hombre vencido era una acción propia de gente sin alma, de descastados sin honor, y Rissien estaba muy lejos de todo aquello.

Sin embargo, lo que sí hizo fue interrogarle, y le amenazó varias veces con cortarle los dedos de las manos, la lengua y arrancarle los dientes si no decía la verdad o si ocultaba parte de ésta. Y no mentía; a pesar de su bondad, Rissien era muy capaz de torturar a un enemigo para obtener información.

Pero no hubo necesidad de llegar a esos extremos. Obviamente, dada su situación, aquel desgraciado colaboró. Habló acerca del lugar que había sido su guarida hasta entonces: una gruta perdida en medio de la cordillera escarpada que nacía cerca de la granja. Allí ocultaban el botín que habían ido acumulando de previos robos.

Explicó también que habían huído de las mazmorras de la capital semanas antes, aprovechando el cambio de guardia y tras robarle las llaves al centinela de turno.

El bandido aseguró que la relación que había tenido con aquellos tipos con los que había formado la banda para asaltar las granjas de la zona había iniciado entonces, durante su presidio, y juntos habían urdido el plan de robar el grano y las pieles de los lugareños de aquella parte del país para venderlas en poblaciones lejanas a la capital, como Navine y Shiralt, ya que a la capital no podían volver, obviamente; tras huir habían puesto precio a sus cabezas.

Habían calculado obtener una gran suma de dinero para cuando el verano terminara, los productos de allí eran muy valorados sobretodo las pieles, y el trabajo iba a ser fácil debido a que aquellos granjeros se hallaban abandonados prácticamente a su suerte. Los soldados de Herat no patrullaban jamás por aquellos lares.

Rissien y Remdess habían comprobado esto último; habían podido viajar sin problemas desde el llano de Dagorlad hasta el pie de aquella cordillera sin cruzarse con nadie, de modo que era entendible que aquella zona fuera un filón de riqueza para los bandidos, por humildes que fueran los lugareños.

Tras el interrogatorio el elfo le mantuvo atado de pies y manos y efectuó una serie de nudos en la soga imposibles de deshacer. Le amordazó y le tapó la cabeza también, evitando así que pudiera ver absolutamente nada a su alrededor, ni la casa, ni las facciones de los que le rodeaban, y ni siquiera el momento del día en el que se hallaba. De esta guisa le dejaron encerrado en el granero, lejos de la familia a la que había intentado robar.

El dueño de la casa, Uldin, iba a entregarle a las autoridades al día siguiente, en el pueblo más cercano. Este pueblo estaba a medio camino de Pakrah, la capital del país de los Balchoth y lugar donde Herat residía. Y la familia de Uldin, como agradecimiento por haberles salvado, habían ofrecido alojar a Rissien y a Remm esa noche en su casa y les habían rogado que compartieran con ellos la comida y la bebida. Y los elfos no habían podido negarse. Tenían la impresión que hacerlo habría supuesto una ofensa imperdonable para ellos.

Mientras Remdess ayudaba a limpiar la sangre y organizar el desastre en el interior de la casa, Rissien y Uldin se llevaron los tres cadáveres para prenderles fuego lejos de la vista desde ésta, y la pira ardió alto y dotó al aire del desagradable hedor de la carne quemada. Uldin necesitó cubrir su rostro con una tela que se impregnó de aquel olor nauseabundo y se cubrió de ceniza, pero Rissien no hizo nada de aquello. A aquellas alturas de su vida estaba acostumbrado al desagradable aroma de los cuerpos quemados. Aunque los restos humanos no hedían del mismo modo que lo hacían los de los orcos y los de los trasgos que tenía por costumbre quemar.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora