3. La jaula

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Capítulo 3. La jaula

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El crujido de las páginas de un libro rompía el silencio en la vieja biblioteca de Meduseld. A la ténue luz de un par de velas, Érewyn consultaba en secreto los libros que hacía meses ni siquiera hubiera pensado en ojear. Magia negra, encantamientos, maldiciones. Todo era confuso y a la vez, todo parecía poder documentarse.

Resopló y cerró el pesado volumen. Apagó las velas y tuvo especial cuidado en colocar el viejo libro tal y como lo había encontrado. No deseaba levantar sospechas. Nadie en el castillo, excepto Éowyn, sabía lo hacía en la biblioteca, y tampoco ella lo aprobaba. No quería que las noticias de sus consultas en los registros llegaran a oídos equivocados, y Érewyn tampoco. Ya la habían separado de Éomer y no deseaba ser separada también de Éowyn.

Justo en el momento en que descendió de la vieja escalinata de la estantería, la puerta de la biblioteca se abrió violentamente, casi provocándole un paro cardíaco.

—Llevo buscándote toda la mañana, Érewyn.

—No debiste buscarme bien, hermana. No hay tantos lugares en los que pueda estar.

Éowyn frunció el ceño. La más joven tenía razón. Desde que Éomer fue desterrado, Gríma se había asegurado de casi enclaustrar a las dos mujeres, impidiéndoles alejarse de Edoras. Su mundo se había reducido al castillo, la pequeña ciudad y la tierra entre la muralla y el primer puesto de vigía, visible desde Meduseld. Y sus actividades se habían limitado a coser, bordar, organizar las cocinas y cantar. Todo muy propio de damas. Aburrido, según el criterio de Érewyn.

Si la encontraban fisgoneando en la biblioteca podrían cerrar con llave la puerta para impedirle el acceso a los libros, lo único que la había mantenido cuerda y con la mente despierta hasta entonces.

—Sabes lo que pasará si te encuentran aquí, ¿verdad? —susurró Éowyn.

—Por supuesto, me asignarán un escolta que me acompañará desde la puerta de mi alcoba hasta cualquier lugar, y que se encargará de reportar adecuadamente a Gríma. Yo también me sé la cantinela... La he oído muchas veces.

—Entonces, ¿por qué insistes en tentar a la suerte? —inquirió Éowyn, deteniendo el avance de su hermana menor y obligándola a mirarla a los ojos.

—Porque estoy dispuesta a encontrar una cura para Tío —susurró Érewyn.

—Y, ¿cómo se supone que vas a encontrarla? —volvió a preguntar Éowyn, bajando aún más el tono de voz.

—...No lo sé.

Éowyn chasqueó la lengua y lideró la marcha de las dos hermanas hacia la puerta de la biblioteca. Abrió y se aseguró de que no había nadie en las inmediaciones antes de salir rápidamente de allí, seguida de Érewyn, y emprender el paso a la sala de las Damas, una habitación en Meduseld donde las nobles podían dedicarse a sus labores tranquilamente, y que, en aquellos momentos, sólo era utilizada por las sobrinas del Rey.

El fuego crepitaba en el hogar, y Éowyn se aseguró de cerrar bien la puerta detrás de ellas.

—Érewyn, quiero que recuerdes lo que Gríma le ha hecho a Éomer. Si te descubre podría desterrarte a ti también.

La joven se acercó a la ventana. La tela de su vestido gris claro crujió al roce con las butacas. Ambas observaron el jirón en la falda de Érewyn, que, sin darle mucha más importancia, terminó de arrancar ella misma.

—Mejor desterrada que encerrada en esta prisión.

El silencio se volvió incómodo. Éowyn sabía que su hermana tenía razón y ella misma desesperaba al no poder salir de allí y tener que limitarse a labores insulsas para matar el tiempo. El peor castigo para un rohir era impedirle montar a caballo, sentir el viento en el rostro, galopar a toda velocidad por la llanura y, sobretodo, permanecer lejos de su familia, de sus seres queridos.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora