Decisiones equivocadas

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..:: Capítulo 47. Decisiones equivocadas ::..  

Mientras recorrían el trayecto a través del espeso y oscuro bosque hasta el campamento de la Guardia de Lórien, la compañía de Érewyn y los elfos comandados por Rissien permanecían en silencio para no ser detectados por enemigos, fueran de la índole que fueran.

La joven rohir estaba deseando llegar a su destino para hablar con su primo. Tenía tantas cosas por decirle y por preguntarle que, en un par de ocasiones, había estado a punto de dirigirse a él y romper el necesario silencio. Pero una mirada de Rissien y una mueca de Remdess la disuadieron, sobretodo el método de la elfa, quien la última vez rodó los ojos y musitó un imperceptible "contenéos, mi señora".

Érewyn continuó avanzando sin incurrir en el error de abrir la boca, pero volteaba de vez en cuando. Rissien cerraba el grupo y cuando la descubría observándole con el ceño fruncido y frustrada, sonreía, divertido.

Y su sonrisa no tenía nada que ver con la del resto de los elfos de Lórien Oriental: indescifrable y misteriosa. La suya era real.

Una de las veces, Remm miró atrás fugazmente al descubrir el movimiento de su señora. Pero regresó la mirada al frente en seguida al descubrir el gesto tan peculiar que les dedicó el primo de la princesa. ¡Qué elfo tan extraño!

Érewyn suspiró, finalmente. Y viendo que no había caso, se concentró en caminar y observar a su alrededor.

Lórien Oriental no se parecía en absoluto a Ithilien, y tampoco a Lothlórien. A pesar de hallarse controladas por los Señores de los Galadrim, el poder de Nenya no llegaba a aquellas remotas tierras y la oscuridad del antiguo bosque formaba un conjunto siniestro junto con la maldad que, según Rissien, aún reinaba como un recuerdo del horror que un día habitó allá.

Los troncos de los árboles eran gruesos y nudosos. Sus hojas eran grandes, oscuras y opacas. Sus raíces emergían del suelo como si buscaran desesperadamente los nutrientes que el mal había arrebatado a la tierra en la que se asentaban. Debido a esto, la compañía rohirrim transitaba con especial cuidado de no tropezar, ralentizando el ágil paso de los elfos, habituados ya a las singularidades de aquel sotobosque.

Érewyn estaba cansada. Más que eso: estaba exhausta. Y además el dolor de la mano había aumentado considerablemente después del rescate de Rissien y la patrulla de elfos.

Pero tras lo que pareció una eternidad caminando a través de la oscuridad perpetua reinante, el silencio autoimpuesto por precaución fue roto por el inconfundible relinchar de unos caballos. Y tan sólo unos minutos después, la estrecha y oculta senda que habían seguido murió en un claro con el cielo abierto, cuya luminosidad, a pesar de la hora avanzada de la tarde en la que se hallaban, provocó que necesitaran entornar los ojos para poder ver. Y allí estaba Fanor, revolcándose en el tierno pasto como un potrillo, acompañado del resto de caballos rohirrim. A todos les habían retirado los arreos y las bridas y pastaban tranquilamente aquí y allá, curioseando las inmediaciones de la zona controlada por los guardias de Lórien.

Fue entonces cuando se percataron de que estaban rodeados de elfos, todos vestidos al estilo de los Galadrim: con capas grises que casi les hacían invisibles y ropajes del mismo color mezclado con algo de verde. Tan parecidos y diferentes a los elfos de Eryn lasgalen.

Fanor olisqueó el aire, relinchó y trotó rápidamente hacia Érewyn, cuyo grupo se acercaba hacia el centro de aquel espacio abierto. La princesa sonrió, mientras acariciaba la frente de su fiel meara.

I gceannas tú iad go maith, Fanor. Maith thú, buachaill cróga.

Uno de los elfos del campamento caminó hacia ellos y les saludó de la manera habitual, respetuosamente.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora