Una amarga victoria

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Érewyn bajó la vista. En el suelo, apenas a un metro y medio de ellas, el vacío y deformado yelmo del Nâzgul yacía inmóvil sobre la túnica que había llevado, y junto a los guardabrazos, fabricados con el mismo material oscuro. Fréwif estaba en el suelo, junto al montón.

Érewyn miró la mano derecha de su hermana. Éowyn la sostenía con su otra mano con claro gesto de dolor. La piel de sus dedos y el dorso de la mano estaban amoratados. Érewyn tomó su mano con expresión preocupada. Estaba fría como el hielo. Contrajo una mueca y trató de ocultar su preocupación, jamás había visto esa reacción antes.

Un rugido junto a ellas las obligó a volver a la realidad, a la espantosa realidad.

Érewyn empujó a Éowyn con violencia para apartarla de la trayectoria del ataque de un orco. Echó mano a su espada rápidamente y ella misma detuvo el segundo ataque que les dirigió. Érewyn giró la hoja de su espada y con un sólo movimiento golpeó con ella el cuello del orco. La sangre brotó a borbotones de la herida, y mientras éste caía, otros dos acudieron a relevarle en su ataque. Érewyn consiguió mover sus pies para colocarse entre su hermana y los enemigos, que aparecían de la nada a medida que les vencía.

Por el rabillo del ojo dio un vistazo a su hermana. Por nada del mundo deseaba que la alcanzaran. Éowyn estaba herida y cansada tras acabar con el Rey Brujo.

Éowyn se arrastró por el suelo para apartarse del peligro y tratar de localizar su espada. Pero con la confusión y la escaramuza tan cercana no conseguía verla por ningún lado. El gesto le provocó una dolorosa punzada en el hombro. La muchacha se dio cuenta de que apenas podía mover el brazo izquierdo. El rey Brujo se lo debió romper cuando destrozó su escudo.

Éowyn comenzó a ver borroso. Mareada y cansada, con un dolor punzante atravesándola con cada movimiento, fue consciente de que nada podía hacer por ayudar a su hermana.

De repente, la princesa recordó algo de vital importancia.

— ¡¿Merry?! — Sin saber cómo, sacó fuerzas para seguir arrastrándose, usando sólo su brazo derecho, y comenzó a buscar a su pequeño amigo. Aterrada, miró en todas direcciones. El suelo estaba plagado de cuerpos sin vida y la batalla proseguía, pero ella no conseguía localizar al hobbit en ningún lado.

Éowyn se detuvo y escuchó atentamente. Tras ella, Un gruñido le erizó el vello y miró por encima de su hombro, asustada.

Un orco pálido y enorme acababa de levantarse del suelo y la miraba con desprecio.

Gozmog no podía dejarla escapar. Aquella miserable humana acababa de vencer a su señor, al invencible Nâzgul de Minas Morgul. ¡Qué gran pérdida para su señor Sauron! Pero él no permitiría que aquel desplante quedara impune.

Rabioso, Gozmog agarró una maza y comenzó a caminar cojeando hacia Éowyn.

Su paso era lento, pero la muchacha, horrorizada, veía que el terrible ser se acercaba a ella poco a poco, amenazante. De un rápido vistazo se dio cuenta de que Érewyn no podía ayudarla. Estaba luchando contra un haradrim que le estaba dando más trabajo que los orcos. Los hombres de Harad eran fuertes y ágiles y Érewyn comenzaba a acusar el esfuerzo.

Siguió avanzando a rastras, tratando de no gritar con cada punzada que sentía. Las lágrimas acudieron raudas a sus ojos y sus labios temblaban de miedo.

Gothmog proseguía sin que nadie le detuviera y Éowyn localizó una espada junto a un cadáver. Si lograba llegar a ella quizás tuviera una posibilidad.

***

Tras luchar férreamente y estar a punto de perder la vida en dos ocasiones, Alheim las localizó, por fin. Estaban sanas y salvas, y no pudo evitar soltar un suspiro de alivio al comprobarlo.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora