El Concilio de Eryn Lasgalen. Parte II

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Érewyn ahogó una exclamación y algo similar hizo Éowyn al oír la revelación. No hacían falta más aclaraciones, pero aún así, Éomer terminó su explicación.

—Alheim se siente culpable de no haber avisado antes acerca de la forma de pensar de su padre. Pero yo siento también culpabilidad sobre mis hombros, debí considerar que todos en Rohan podían ser sospechosos, incluso el Segundo Mariscal de la Marca. Alheim se ha volcado en cuerpo y alma a sus deberes y obligaciones en el Páramo, supongo que como un modo de redimirse en este asunto. Pero este tema le está consumiendo y está arriesgando demasiado en cada incursión que capitanea...

—No se puede negar que buena parte de lo ocurrido se podía haber evitado si vuestro Tercer Mariscal hubiera hecho lo correcto en su momento —intervino Thranduil. La mirada de hielo posada sin piedad sobre los ojos del Rey Éomer—. Me permito el atrevimiento de adivinar que vuestro Alheim es joven. Probablemente demasiado joven.

El rohir suspiró.

—Eso es totalmente cierto —admitió Éomer—. Alheim es muy joven. Pero se ganó su puesto después de proteger a costa de su propia vida al Rey Elessar —justificó, señalando a Aragorn. Éste asintió con la cabeza, corroborando así lo dicho por el de Rohan y Éomer continuó—. No estamos hablando de un muchacho sin experiencia militar, pero sí de que Erkenbrand es su padre, y Alheim ha vivido influenciado por el criterio de su progenitor durante toda su vida —aclaró—. A pesar de todo, Alheim es demasiado leal a su familia como para acusar de traición a su padre a la ligera. ¿Acaso para alguno de los presentes sería fácil entregar a su padre a la autoridad, sabiendo que le espera una condena a muerte? El muchacho tenía esperanza de que las ideas de Erkenbrand se quedaran en eso, en meras ideas, y que al final recapacitara —explicó Éomer.

A Érewyn le dolía el alma al enterarse de que Alheim estaba pasando por algo así. Se habían criado juntos, habían compartido juegos, sueños y travesuras, y ahora el pobre muchacho se adentraba cada día en el Páramo, sediento de sangre Balchoth, anhelando matar como única vía de escape a la vergüenza que sentía, y apreciando muy poco su propia vida.

La última vez que se vieron acabaron ambos heridos no sólo física, sino mentalmente, y Érewyn sabía que la relación de amistad entre ambos jamás volvería a ser la misma. Se había abierto entre ellos una brecha profunda e infranqueable que no podía ser reparada.

Suspiró y, cabizbaja y en silencio, miró sus propias manos, cuyos dedos se retorcían entre sí con frustración. Deseaba que las cosas hubieran sido diferentes para Alheim, tan sólo era un chico demasiado noble que había tenido la desgracia de tener a Erkenbrand como padre.

—Pero... ¿Erkenbrand? —musitó Éowyn, incrédula aún—. ¡Erkenbrand era un gran amigo de Tío, incluso de Padre y Madre! ¿Cómo ha podido ser capaz de algo así?

Éomer asintió, dando a entender que para él era todo tan increíble como para ellas.

—Lo que está claro es que si cabalgas con la visera del yelmo bajada, no verás a los enemigos que se te acerquen por los flancos... —masculló, pensativo.

Las dos hermanas asintieron al instante, conocedoras de la jerga ecuestre que solía usar Éomer, pero el enano alzó las cejas.

—Éomer, ¿qué quieres decir con eso? —preguntó.

—Que no puede fiarse uno de nadie, maese enano. De NADIE. Seguro que todo comenzó cuando logramos eludir el compromiso de Érewyn con Alheim, y continuó cuando decidí utilizar el tesoro de Scatha para fortificar el ejército. Esa ha sido la razón principal por la que Erkenbrand ha estado en desacuerdo conmigo.

Escupió la información de forma distraída, pensativo, y sin darse cuenta de que era la primera noticia sobre aquel asunto que tenían los que se hallaban reunidos a su alrededor. La mayoría no estaba enterada de aquel problema al que se enfrentaron tras la caída de Sauron, en Gondor. Y como era de esperar, la sorpresa fue mayúscula.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora