5. Las pequeñas cosas

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Capítulo 5. Las pequeñas cosas

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Los primeros rayos del sol despertaron a Érewyn. Era el primer día desde hacía semanas que la luz solar se mostraba libre de nubes y lluvia y se colaba a través de las rendijas en la madera de los postigos. La muchacha se incorporó bostezando en su cama y se estiró. Estaba cansada. Había cabalgado hasta tarde. Sonrió. Fanor le había mostrado su lealtad. Ya era su caballo.

Unas voces provenientes del exterior la hicieron reaccionar. Se apresuró a calzarse y cubrirse con una manta antes de abrir las ventanas, cuyos viejos goznes chirriaron sonoramente. El vaho salió de sus labios al respirar en el ambiente helado de la madrugada y vio que Edoras ya había despertado y se preparaba para el traslado a Cuernavilla.

El Abismo de Helm. Ya casi lo había olvidado. Tenía un muy mal presentimiento respecto aquella decisión de su tío y se sentía inútil de no poder decir nada que Théoden considerara a bien escuchar. Era una niña para él.

Resopló y cerró los ojos ¿Cómo demostrarle que se equivocaba? ¿Cómo demostrarle que el tiempo que su tío había pasado en las sombras le había servido a ella para madurar y sobrevivir en la corte, sola con Éowyn, a merced de Gríma? Théoden la recordaba jugando despreocupada en la llanura, tratando de montar caballos salvajes y entrenando con espadas de madera, junto a Théodred, sin prestar atención a los asuntos de Estado. Pero Érewyn dejó de lado los juegos y las trastadas cuando los asuntos de Estado habían implicado a su familia hasta casi el punto de destruirla.

Abrió los ojos. Todos estaban tomando provisiones y preparándose para el viaje y el refugio en Cuernavilla. Sólo el nombre de la antigua fortaleza ya le ponía la piel de gallina. La última vez que estuvo allí le pareció un lugar frío, inhóspito, abandonado, con una sola entrada y salida.

Se vistió con sus ropas de montar y cepilló su largo cabello castaño para recogerlo en un moño.

En aquel momento llamaron a la puerta.

—¿Ya estás despierta, "ratoncito"? —preguntó la dulce voz de su hermana. Érewyn sonrió.

—¡Ya hace rato Éowyn!.

La puerta se abrió y Éowyn entró en la estancia, vestida con un recio vestido largo, cómodo para viajar y montar. Su cabello, siempre suelto, caía formando rubias ondas sobre sus hombros y su espalda. Suspiró al ver el atuendo de Érewyn y soltó un vestido parecido al suyo sobre la cama.

—Supongo que no vas a cambiarte de ropa ahora, ¿verdad? —preguntó, señalando sus pantalones y su casaca ajustada. Érewyn terminó de enrollar su cabello y lo atravesó con una aguja de madera. Varios mechones más cortos se soltaron en seguida y cayeron sobre sus ojos. Érewyn se apresuró en colocarlos detrás de sus orejas.

—Supones bien. ¿Qué culpa tengo yo de ser más práctica que tú? —le sacó la lengua y Éowyn rió, moviendo la cabeza de lado a lado.

—Más te vale desayunar deprisa. No vamos a esperarte. Nos iremos sin ti —dijo Éowyn, en tono de broma.

—Ojalá... Aún tendremos que esperarte a ti. ¿Ya has preparado todos los vestidos que vas a ponerte?

—¡Oh! ¿Cómo puedes ser así? —rió Éowyn, dando un pellizo a su hermana en el brazo.

—¡Aaah! —chilló Érewyn, riendo.

Una de las camareras entró con una bandeja para Érewyn, y Éowyn le dijo que se fuera a casa a preparar a su familia. La sirvienta le sonrió e hizo una reverencia antes de marcharse.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora