13. El fin de Saruman

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Capítulo 13. El fin de Saruman

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La vuelta a Edoras era tranquila. Los viajeros habían dejado el miedo en Cuernavilla y estaban deseando llegar a sus hogares, pese a que en muchos de ellos faltaran personas importantes.

Érewyn entrecerró los ojos. El sol casi había alcanzado su posición más baja en el horizonte y su luz la cegaba. Era la señal de que pronto pararían para pasar la noche.

Habían pasado de largo el lugar del campamento de la ida. Estaban cerca de dónde Érewyn despeñó al huargo. Y sin embargo ella no era consciente.

No se había dado cuenta. Ni siquiera el hecho de no haber abrazado a Éomer al despedirse le había afectado demasiado. La tirantez entre ella y su hermano no había cesado y ella no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.

En aquel momento sólo había lugar en su mente para Legolas, para sus ojos y su sonrisa. Para el modo que tenía de mirarla y para su voz.

¿Sería aquel el efecto del embrujo de los elfos, aquel del que tanto le habían hablado sus niñeras? No tenía modo de saberlo, sólo podía fiarse de su corazón y éste había estado galopando como loco durante todo el día. ¡Así no había quien se aclarara!

No era capaz de pensar más allá. Y estaba confusa. Porque por primera vez en su vida sentía agitarse su mundo y caerse las férreas paredes que siempre la habían rodeado.

Ante él se sentía desnuda. Sabía que era capaz de leer sus pensamientos, de conocer sus emociones. Y eso le aterraba, porque ni siquiera ella sabía si lo que sentía era real, o producto de aquel "hechizo".

Resopló y detuvo a Fanor al oír la orden de Háma. Desmontó de un salto y caminó distraída hasta Éowyn, habían viajado separadas todo el día. Érewyn necesitaba estar sola. Pasarían la noche junto a un encinar. Desde allí se divisaba la montaña tras la cual se alzaba Edoras en su alta colina.

Sus labios habían sido suaves y cálidos... De nuevo pensaba en él ¿Se sentiría él igual de perdido?...

Sacudió la cabeza, inmersa en sus pensamientos, mientras de su bolsa sacó una gruesa manta sobre la que sentarse.

¿Cómo iba un gran guerrero como Legolas, un señor elfo, a estar confundido como Érewyn? Y... ¿Por ella? ¿De verdad era tan ilusa?

Se arrojó sobre la manta y se puso a arrancar briznas de hierba.

¿En qué diablos estaba pensando? ¿Había perdido la razón? Era imposible que él sintiera nada diferente de amistad y aprecio por ella. Y aquel beso... Tan sólo fruto de su gentileza y amabilidad, una forma de desearle un feliz viaje. Seguro.

Suspiró y oyó la voz de su hermana llamándola.

— ¿Has oído alguna palabra de lo que te he dicho?

— ¿Eh? — Contestó Érewyn. — Disculpa. Estaba despistada.

— Ya, Érewyn. Llevas así toda la tarde... ¿Qué te pasa?

— Creo que estoy un poco cansada. — respondió la joven. Éowyn la miró. Era entendible que estuviera agotada, después de la noche que había pasado. Le dedicó una mirada menos dura y su voz fue más dulce cuando le habló de nuevo.

— Desensilla los caballos y sueltalos en el pasto, por favor. Luego, si quieres túmbate a descansar hasta la cena.

Érewyn se levantó sin decir nada más y, mientras su hermana encendía un fuego, tomó de las riendas a los dos caballos para dirigirse al prado cercano. Éowyn la observaba marcharse. Le sabía muy mal que la batalla la hubiera afectado así, pero debería superarlo si quería ser la misma de antes. Porque, lo que le pasaba a su hermana era referente a la batalla, ¿no?

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora