11. Ira, holocausto y rojo amanecer

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Capítulo 11. Ira, holocausto y rojo amanecer

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Los cuatro entraron en la sala principal. Aún seguían entrando soldados heridos procedentes de los diferentes puestos del fortín.

—Repliega a todos. Toca retirada —Érewyn escuchó las órdenes de su tío desde la parte posterior de la sala, donde se refugió en las sombras para no ser reconocida. Legolas, junto con Gimli y un grupo numeroso de hombres, ayudaba a preparar la enorme balda con la que atrancarían la puerta una vez acabaran de entrar todos los heridos .

—¡Volved, volved! ¡Todos atrás! —gritaba Gamelin.

—Han atravesado el portón. Están en la fortaleza —informó Aragorn—. Adentro, ¡metedlos dentro!

La puerta se cerró, y casi todos los hombres y elfos se apostaron tras ella haciendo presión sobre los tablones. Casi de inmediato, los familiares golpetazos del ariete retomaron su ritmo, esta vez, sobre la puerta del castillo, más pequeña y más frágil. Théoden suspiró.

—Han tomado la fortaleza, es el fin —la voz derrotada del rey llamó la atención de Aragorn. Se acercó a él dispuesto aquella vez a rebatir sus argumentos, fueran cuales fueran.

—Dijísteis que esta fortaleza no caería mientras la defendiérais, y seguís defendiéndola. Ellos han muerto defendiéndola —dijo, señalando con el dedo hacia el exterior del castillo—. ¿No hay otra salida en la caverna para las mujeres y los niños? —obtuvo el silencio por respuesta, Gamelin miraba a su rey, esperando quizás un atisbo de esperanza, y Aragorn tuvo que repetir la pregunta para llamar su atención— ¿Hay alguna otra salida?

—Hay un pasadizo —respondió el capitán de Cuernavilla—. Lleva a las montañas, pero no llegarán lejos. Los uruk-hai son demasiados.

—Ordena a mujeres y niños que vayan al paso de montaña, ¡y levantad una barricada! —Gamelin obedeció las órdenes de Aragorn sin rebatirlas. Su rey se había quedado sin recursos y le resultaba demasiado doloroso contemplarle y esperar quizá que reaccionara por fin y volviera a tomar el mando.

—Demasiada muerte... —murmuró Théoden— ¿Qué pueden los hombres ante tan aciago destino?

***

Érewyn, suspiró. La angustia de su tío la había derrumbado, y deseó poder descubrirse y abrazarle una última vez. Apoyó la espalda en la fría piedra de la pared. Las lágrimas rodaban por su rostro, silenciosas. ¿Cómo imaginar que su vida y la de sus seres más queridos iba a acabar de aquella forma? ¿No se suponía que el bien siempre triunfaba por encima del mal? ¿Dónde quedaba el honor? ¿Para qué había servido tanto sacrificio? Buscaba inconscientemente respuestas para aquellas preguntas y se daba cuenta de que el tiempo se le escapaba de las manos. En cualquier momento romperían la puerta y se acabaría todo. Sollozó en silencio y bajó la vista al suelo.

De repente notó una mano en su brazo y se sobresaltó. Legolas trataba de consolarla en silencio, en aquel oscuro rincón, esperando pacientemente a que recuperara la compostura. Ella cerró los ojos y siguió llorando, siendo incapaz de liberarse de la tristeza que la embargaba.

Los golpes sordos del ariete resonaban en la sala y el silencio se había apoderado del ambiente. Todos aguardaban el fatal destino, tratando de defenderse hasta el último momento.

Gimli se acercó a ellos, y Érewyn vió cómo le sonreía, mientras sujetaba firmemente el mango de su hacha.

—¿Qué está pasando aquí? Hace un momento estaba ante una guerrera de Rohan. ¿No me digáis que os habéis venido abajo! 

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora