La condición

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Para ArinLumien

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Finalmente los guardias de Thranduil dieron con ellos no mucho tiempo después. No tardaron demasiado tras encontrar el "rastro" que había dejado en el tronco del enorme árbol un trepador muy poco experimentado.

Érewyn se quejó, ofendida, defendiendo su orgullo por haber subido hasta allí arriba, y argumentando que no tenía modo de saber cómo ocultar su rastro si nadie la adiestraba.

—No se trata de que saber ocultar un rastro. Hay que saber cómo evitar dejarlo, arwen en amin —le explicó Maedhon mientras la ayudaba a descender.

Érewyn gruñó, sin argumentos posibles ante las palabras tan agudas del Jefe de la Guardia. Mientras descendía, hubiera jurado que los pies de Maedhon no tocaban la superficie cubierta de musgo del árbol. Repartía su peso de tal forma que apenas dejaba huellas, y éstas se borraban por sí solas al cabo de unos minutos.

La joven suspiró, ¡había tanto aún por aprender!

Legolas, por su parte, pasó el resto de la tarde en las alturas, inspeccionando detalladamente el árbol y fijándose en todo tipo de cosas. Con la ayuda de uno de los guardias, comprobaron la salud del gigantesco ejemplar, si existían plagas, si había más inquilinos...

En el suelo, Maedhon y el resto de elfos se disponía a montar el campamento para pasar la noche. Mientras preparaba el lugar para encender una pequeña hoguera, el jefe de la guardia no dejaba de lanzar miradas inquisitivas a Érewyn. La rohir se las devolvía con algo de extrañeza, al no saber qué era lo que rondaba la mente del elfo.

No. Parecía que la joven aún conservaba su virtud. Su expresión inocente así lo corroboraba. Como era de esperar del príncipe. Aunque aquella escapada fortuita jamás la habría predicho. Al parecer Legolas poseía un lado oculto... y oscuro.

Cuando Legolas y el otro elfo descendieron ya era casi noche cerrada. El fuego ardía y Érewyn se había calzado las botas que los elfos habían cargado con ellos, y cubierto con su capa. Uno de ellos asaba al fuego algo que parecían castañas, pero algo más grandes, y desprendían un olor tan delicioso que mantenían a la joven a pocos metros de la hoguera, sentada cómodamente sobre su manta y aguardando la cena.

—La próxima vez que os despistemos ya sabéis cómo encontrarnos. Asad unos cuantos nauva y esperad a que Érewyn aparezca por su propio pie guiada por el aroma...

La rohir miró a Legolas, sorprendida y ofendida por aquel ataque tan repentino. Abrió la boca para recordarle que ella no era Gimli pero el elfo sólo necesitó guiñarle un ojo para lograr mantenerla en silencio.

—Estuvimos muy preocupados, heru en amin —le recriminó Maedhon. Legolas dejó su arco con cuidado apoyado en el tocón junto al que se sentaba Érewyn, y miró al jefe de la guardia brevemente mientras se despojaba también de su carcaj.

—No teníais porqué —sentenció el príncipe.

—... Sí teníamos. Creíamos que haríais lo mismo que vuestro hermano.

Legolas torció el gesto en una mueca y miró a Érewyn. Ella les observaba, intrigada.

—¿Qué cosa? —Preguntó la joven.

Legolas no respondió enseguida, se acuclilló junto a ella y acarició su mejilla antes de hacerlo.

—Fugarnos —respondió, como si fuera lo más obvio del mundo. Ella abrió los ojos con desmesura y desvió la vista de Legolas a Maedhon.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora