Ithilien

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Peor que el sofocante calor de principios de agosto, capaz de freír un huevo en la balaustrada de su habitación, era pasarlo vomitando continuamente.

Jamás en su vida se había sentido Érewyn peor que durante los primeros días de aquel mes que se quedó en Minas Tirith bajo la supervisión y cuidado de Ioreth. Por órdenes de Faramir, la Mayoral de las Casas de Curación estuvo personalmente al cargo del estado de la joven. Aunque de no haberlo dispuesto el Príncipe de Ithilien de aquel modo, la misma Ioreth se habría ofrecido a ello de todas formas.

Pero, a pesar de lo que Érewyn había temido, Ioreth no la atiborró a infusiones o a remedios antiguos. La anciana simplemente la hacía beber mucha agua, comer algo cada dos horas y descansar mucho. Y excepto durante el tiempo que pasaba dando arcadas, Érewyn intentaba distraerse lo máximo durante los momentos del día en que, comúnmente y como por arte de magia, sus náuseas desaparecían. Esto solía suceder durante las largas tardes y entonces la joven se dedicaba a dar paseos por zonas poco concurridas de la ciudad, y por mercados y plazas.

En su obligado reposo, aquel deambular se convirtió en una inexplicable tentación, o quizá fue por que no había otra cosa que pudiera hacer. Extrañaba a Legolas, extrañaba aquel amado hogar que su querido esposo debía estar construyendo "con sus propias manos" y que aún no había visto, y estaba preocupada por él, porque estuviera descansando adecuadamente, porque no estuviera exigiéndose demasiado a sí mismo, porque aquel misterio de los vapores del Morgulduin estuviera resuelto ya.

Las noticias que llegaban de la colonia eran escuetas y escasas. Allí nadie tenía demasiado tiempo de escribir cartas, y las que Legolas le enviaba cada tres o cuatro días, apenas ocupaban la extensión de media hoja de pergamino, por una sola cara. Pero Érewyn sonreía para sí misma en la soledad de su habitación, y las releía una y otra vez, contentándose con poder contemplar la preciosa caligrafía de su esposo e imaginándole atareado como una hormiga en pleno apogeo primaveral.

Pero Minas Tirith estaba lleno de recuerdos de momentos compartidos con él, de modo que ni durante los paseos despejaba la muchacha su mente de la presencia de él.

Érewyn visitaba los jardines de las Casas de Curación. Visitaba el abandonado paraje donde le confesó a Legolas que era una Peredhil. Pero también recorría los puestos de los mercaderes, las armerías e incluso visitaba a las más aclamadas costureras de Minas Tirith; era evidente que en muy poco tiempo se iba a quedar sin ropa para ponerse.

Paseaba junto a Arwen por los jardines interiores de la Casa del Rey e intercambiaban experiencias y sensaciones del estado que compartían. Reían juntas y soñaban con el ansiado momento de ver al fin los rostros de sus hijos. ¿A quién se parecerían? Ambas coincidían en que sería hermoso que se parecieran a sus padres. ¿Qué nombres les pondrían? Había muchas opciones, todos nombres hermosos, pero Arwen le explicó que deseaba aguardar a ver su pequeña carita para decidirlo. Y aunque pareciera extraño, a Érewyn también le parecía más adecuado conocer primero a su hijo antes de nombrarle. ¿Por qué sería?

Entre risas, paseos, tardes de confidencias y cenas ligeras junto a Arwen y Aragorn, llegó un día en que, tan misteriosamente como habían aparecido, las náuseas y los mareos se fueron. Y aquel ansiado momento coincidió con el fechado de poco más de quince semanas que Ioreth le había calculado de embarazo. Pero aunque Érewyn al fin podía respirar tranquila, no todos los síntomas habían desaparecido: la joven rohir tenía el sentido del olfato mucho más agudo de lo normal y detectaba hasta el más mínimo olor desagradable. Era como un perro de caza. Y por si aquello no fuera suficiente rareza, Érewyn mantenía una extraña fijeza por comer sandía, a cualquier hora, ya fuera de día o de noche. Y el calor favorecía la desgana hacia otro manjar que no fuera así de refrescante.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora