12. Un príncipe renegado

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Capítulo 12. Un príncipe renegado

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—Y te reías de lo que traía en la bolsa... ¡Menos mal de este trozo de jabón, Erewyn! ¡Por lo más sagrado! ¡Estoy sudando para quitarte esto!

La tranquilidad había vuelto a Cuernavilla, y con ella, las viejas bromas de las dos hermanas. Se obligaban ellas mismas a frivolizar, a reír, a charlar. Pero era difícil después de la experiencia pasada.

Cerca, muy cerca habían visto la muerte aquella noche. El final de Rohan. Los escombros de una dinastía de más de 20 generaciones. El destino les había dado otra oportunidad y todo había acabado bien... Si podía decirse algo así.

El ejército de Rohan del Folde Oeste se había visto muy mermado hasta la llegada de Éomer y sus fieles soldados. La oscuridad y la tragedia habían visitado aquella mañana a muchas familias de la Marca. Y la suya, la familia real había salido ilesa. Aunque poco había faltado para que también tuvieran que lamentar una desgracia.

Los rayos del sol que Gandalf había traído consigo, entraban en la vieja alcoba iluminandolo todo y dejando al descubierto hematomas y cortes en la blanca piel desnuda de Érewyn. En aquella vieja habitación del piso más alto, desprovista totalmente de mobiliario a excepción de un par de butacas, lejos del bullicio y de inoportunas intromisiones, Éowyn bañaba a su hermana en una improvisada y vieja bañera de madera que una camarera había ayudado a preparar calentando agua del arroyo, y la ayudaba a desprenderse de la sangre y el barro que mancillaban su piel.

Éowyn no dejaba de mirar la fea marca que su hermana tenía en la clavícula, de la que la muchacha decía que no era nada pero que transformaba su cara en una mueca de dolor cada vez que Éowyn pasaba suavemente la mano por su espalda.

Pobre muchacha. Y a la vez pobre Éowyn. Porque el dolor de Érewyn valía la pena después de haber luchado junto a su pueblo, de haber tenido la oportunidad de la que ella misma no dispuso... Pero, ¿en serio había valido tanto la pena?

Una niebla de tristeza y melancolía teñía sus ojos, y mantenía la cabeza inclinada, la mirada baja, jugueteando distraídamente con la espuma de la vieja bañera.

Éowyn se mordió el labio y comenzó a desenredar el cabello de su hermana. Y es que al final, poco había podido hacer para evitarle la traumática experiencia de ver morir a los demás a su alrededor, saliendo ilesa del daño, notando el roce del velo de la muerte que se cierne al azar entre los hombres. Tanto tiempo luchando por que su hermanita no viviera algo así, y sólo había conseguido retrasar el momento.

No cabía duda de que la sangre les llamaba. La batalla, el honor. La guerra. Y no servía para nada intentar evitarlo.

Lo llevaban dentro, escondido tras una máscara de feminidad forzada, de falsa delicadeza que ocultaba su verdadero sino, el sudor, el esfuerzo, el barro y la felicidad de proteger a los suyos.

No podían ser damas de corte. Así eran sólo animalillos enjaulados, encerrados y separados de su verdad: la vida misma, con su crueldad y su goce. Sin tapujos ni adornos.

Damas de corte, no. Mujeres de Rohan, sí.

Éowyn se inclinó sobre su hermana y besó su cabello, ya limpio y suave.

—¿Esperabas encontrar otra cosa diferente allá fuera? ¿Acaso imaginaste que la realidad sería así de cruel?

Los dedos de Éowyn acariciaban su espalda y su cabello caía empapado, pegado a su piel, hasta sumergirse en el agua que le cubría hasta el pecho. Érewyn abrazó sus rodillas y la miró.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora