Por Frodo

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Acabar este capítulo me ha llevado más o menos el tiempo que imaginé, quizá algo más. Pero finalmente, ¡aquí está!

Como novedades, la aparición de Frodo y Sam. Su aventura se entrelaza ya con el resto de integrantes de la Compañía del Anillo. Érewyn no aparece en este capítulo, salvo en los recuerdos de Legolas, pero sí lo hacen Éowyn y Faramir. Es importante comenzar a mostrar el gran peso que la presencia de Faramir hace en la guerrera rohirrim. Y es que es él quien la trae de vuelta de las sombras :)

No me enrollo más. ¡Os dejo con el capítulo 28! ... (28 capítulos ya, ¡qué locura!)

***

La jornada casi concluía. Muy pronto, la luz del crepúsculo sería tan tenue que a ningún viajero se le ocurriría seguir caminando. Pero ni siquiera había viajeros en aquella ruta, y menos en aquella dirección.

A pesar de la cercanía con la Tierra Oscura, un frondoso y enorme bosque se alzaba, majestuoso y soberbio, plantandole cara, valiente, al hedor de la muerte de Mordor.

Legolas cabalgaba junto a Gimli y había dejado de escuchar sus interminables peroratas hacía ya mucho rato. Desde que distinguió con sus agudos ojos el esplendor de Ithilien.

Tan salvaje. Tan indómito. Un último bastión verde digno de ser habitado por los elfos...

El aliento se detuvo en su pecho y tuvo que recordarse a sí mismo respirar de nuevo.

Y pese a la paz y la alegría que la visión del bosque le trajeron a su corazón de elfo silvano, su verdor le hicieron recordar aún más intensamente unos ojos que no habían abandonado su mente desde el momento en que salió de Minas Tirith.

Unos chispeantes y vivaces ojos verdes que sonreían con su sonrisa, que se fruncían con su exasperación. Su belleza y su carácter. Su intensidad.

Su Érewyn.

No pudo reprimir un suspiro y un sentimiento de angustia oprimirle el pecho.

Aunque sabía que no debía pensar mucho en ella, aunque sabía que debía centrarse en el futuro próximo, no podía dejar de recordarla. Y el deseo de regresar a Minas Tirith le invadía como un veneno.

Y los azules y penetrantes ojos de Legolas habían vuelto atrás innumerables veces, para asombro del enano, que creía no reconocer a su eterno compañero de batallas.

Gimli no pudo evitar una sonrisa socarrona que no pasó desapercibida para el elfo, que aunque parecía despistado, era plenamente consciente de todo lo que le rodeaba.

— ¿Qué te hace tanta gracia, hijo de Glóin? — Preguntó Legolas, dejando que su voz se tiñera de un sutil sarcasmo.

— Que tu padre no va a reconocerte cuando te vea de nuevo, Orejas Picudas. ¡Si hasta hueles a ella! — Exclamó el enano, con una carcajada.

— ¡Gimli! — Le reprochó Legolas. Devolvió su vista al Este y sacudió la cabeza con gesto contrariado.

— Admítelo. Rohan te ha hecho prisionero y te ha vuelto parte humano. Suerte tendrá Thranduil si recupera una pequeña parte del hijo que una vez tuvo. — Masculló Gimli, continuando con unas palabras que bien sabía disgustaban al elfo.

— Lo que dices es imposible. Una sarta de tonterías, Gimli. Soy el mismo Legolas que salió del Bosque Oscuro. — Se defendió Legolas, imprimiendo más seguridad de la requerida en la afirmación.

— Y sin embargo, — Continuó el enano, tras un breve silencio, — la sigues viendo ante ti, en cada sombra de ese bosque. Vislumbras su silueta recortada en la luz del ocaso, y el viento te trae el aroma fresco y dulce de su salvaje cabello. ¿O me equivoco?

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora