Eryn Lasgalen. Parte I: La sanción

6K 392 258
                                    

Nota previa:

Los próximos tres capítulos van a ser partes del mismo, que me quedó extra largo. Y como me marcharé de vacaciones en breve y allá a donde voy no tendré wifi, decidí dividir "Eryn Lasgalen" en tres partes que describen la llegada de Érewyn y su comitiva a las Estancias del Rey Elfo y comprenden los dos primeros días allí, en los que suceden varias cosas importantes: política, vida familiar y social y mucho, mucho Thranduil.

Al final de cada una de las partes encontraréis las traducciones de sindarin. La nota final de autora estará incluida en la parte III.

El título del primero, "La sanción", ya deja entrever cual va a ser el tema principal...

 ¡Espero que os guste! 


..::::..

.:: En el Fuerte del Páramo ::.

Había pasado más de una semana desde que Érewyn se marchara precipitadamente del Fuerte tras la discusión con Alheim.

En el Páramo no sabían nada de ella. No habían recibido carta alguna del Reino de los Bosques notificando la llegada de la Princesa a su destino. De hecho, no sabían ni siquiera si Érewyn había alcanzado las lindes de Lórien Oriental. Aunque, por otro lado, les tranquilizaba haber recuperado terreno respecto a los Balchoth gracias a las nuevas incorporaciones que Éomer había conseguido. De modo que la zona del Páramo entre el Fuerte y Lórien era segura.

A pesar de su corta edad y que la mayoría de su experiencia bélica había sido conseguida a trompicones y golpes de suerte durante el último año, Alheim era visto por sus hombres como un héroe, un comandante digno de respetar y temer. No en vano era bien conocido, desde que era un cadete y la guerra contra Saruman ni siquiera se sospechaba, por poseer los puños más fuertes del Folde Este.

Alheim podía partirle el cráneo a un salvaje de Rhûn de un sólo puñetazo. De hecho, tal hazaña ya había sido realizada con anterioridad.

Quizá por ello era que las tropas no llegaban a un acuerdo acerca de cómo diantres había terminado un guerrero como Alheim con la cara como un mapa.

La voluntad del joven había sido mantener lo sucedido en secreto y ni siquiera había inventado una excusa para callar los rumores y chismorreos. Ya se encargaban sus hombres de dotarle de suficiente fantasía al misterio de su maltrecha nariz.

El día siguiente al suceso, Alheim se había presentado ante sus hombres como si nada hubiera sucedido, pero con la nariz como un boniato y los ojos entrecerrados y llorosos.

Ante su actitud en exceso reservada, las patrañas no tardaron en llegar. Que si una trifulca en la taberna de la aldea más cercana, que si líos de mujeres, que si una borrachera... Incluso se decía que había salido del Fuerte él sólo, durante la noche, se había enfrentado a un grupo de salvajes que amenazaba la seguridad del portón y les había ganado con las manos desnudas, llevándose esa herida como trofeo.

Una tarde, días después de la partida de Érewyn, estaba sentado en la butaca que solía ocupar en su despacho, arrellanado en el mullido asiento, con el codo en el apoyabrazos y la mano cubriendo disimuladamente la hinchazón aún muy evidente de su rostro. Su padre se hallaba sentado del otro lado del viejo escritorio de madera maciza y observaba su actitud con gesto impasible.

—¿Y bien? ¿Vas a despejar al fin el gran misterio de esa cara, hijo mío?

—No es asunto tuyo, padre... —ni siquiera a su progenitor estaba dispuesto Alheim a revelar el secreto.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora