La batalla de Los Campos del Pelennor

11K 680 203
                                    


El sol ya había salido por completo, iluminando el enorme ejército de los rohirrim que partía formando grupos hacia el sur. Gamelin dirigía el éored de Éomer por órdenes suyas, ya que Théoden quería hablar con él.

El capitán de la guardia de Cuernavilla observaba impasible a los centenares de jinetes que marchaban al trote. No se oían conversaciones, ni murmullos, ni canciones, ni risas. Ni una palabra. El silencio dominaba el ambiente y los rohirrim dirigían la vista al frente, orgullosos, decididos.

Gamelin se cubrió los ojos al mirar hacia la loma donde Éomer y Théoden conversaban, ambos apeados de sus caballos. El sol brillaba con intensidad, tanta, que el capitán tuvo que apartar la vista del lugar y devolverla a los jinetes.

De ese modo no lo vio. Justo el momento en que el ahora heredero de Rohan caía sobre sus rodillas, con gesto completamente abatido y llevándose las manos a la cabeza.

Théoden había detenido su relato para permitirle recomponerse. Éomer acababa de recibir un mazazo difícil de digerir y levantó la vista hacia los ojos de su tío, incapaz de creer lo que estaba oyendo.

— ¿Asesinado por un grupo de orcos? ¡Pero si ni siquiera los vigías vieron nada! ¿Cómo pudo pasar algo así? Siempre pensé que se largó, sin más, dejando sola a madre, abandonandonos a nosotros... ¿Por qué no me lo dijiste? — El joven levantó las manos, implorando a su tío, que necesitó apartar la vista para continuar.

— Porque fui yo quien dio la orden de retirada a las tropas del páramo y de la frontera, y por esa causa los orcos pudieron pasar y llegar hasta vuestra casa. — Los ojos de Éomer se abrieron al máximo.

— ¡¿Qué?! — el joven escuchó, incrédulo, la confesión de su tío.

— Pero Erethor les vio en la distancia, allí arriba, desde la torre más alta de la casa, y fue a detenerles. Fue culpa mía, Éomer — Théoden titubeó antes de continuar, su sobrino apartó la vista de su rostro — Erkenbrand fue quien halló su cadáver, tras la batalla, y tuve la suerte de que mi fiel amigo iba solo... Porque nadie más lo vio ni supo qué había pasado. Erkenbrand me explicó en su regreso que una partida de elfos recogió a Erethor y se lo llevó a Lorien, donde le dieron sepultura... — El rostro del viejo rey estaba trastocado, visiblemente afectado por el retorno de todos esos recuerdos. Humedeció sus labios antes de continuar, y miró a su sobrino. — Éomer... Yo causé su muerte y por consiguiente, la de tu madre también. Jamás te lo había dicho porque sentía vergüenza de mis actos... Porque tuve miedo de que me odiaras.

— ... Odiarte... Ese sentimiento se queda corto, Tío — masculló Éomer. Théoden desvió la mirada hacia las tropas, en silencio, resignado. El rencor de Éomer estaba totalmente justificado. — Le traicionaste... Y aún así nos protegió... Nos salvó la vida aún estando solo... Aún sabiendo que nadie iba a acudir en su ayuda... — La voz de Éomer se partió en aquel momento y su puño se estrelló contra el suelo, explotando en un ataque de rabia que no pudo contener. Durante todos aquellos años, más de la mitad de su vida, le había estado guardando rencor y odiando a la persona a la que más debía en el mundo, su mentor, su primer maestro y lo más parecido a un padre que había tenido nunca. El elfo que le enseñó las primeras lecciones de esgrima, el guerrero que le enseñó a usar el arco. Un profundo pesar cubrió de sombras su corazón y durante unos minutos no pudo mirar a Théoden. Deseó que aquel maldito viejo desapareciera... Pero no. Necesitaba saber. Necesitaba conocer el motivo que llevó a su tío, quien luego le crió y quiso como a un hijo, a sentenciar de aquel modo a su madre y al amante de ésta. — ¡¿Por qué lo hiciste?!

— Le odiaba. — Contestó Théoden, con calma. — Odiaba todo lo que tuviera que ver con su raza. Antiguas supersticiones y viejos tratos mal avenidos en el pasado, además de escaramuzas de los rohirrim del norte con los elfos de Lorien... Tan orgullosos... Tan prepotentes y seguros de sí mismos... Todo infundado... Todo falso... ... El día que entré en la casa de Éomund y ví a Théodwyn con un bebé y le ví a él, sólo ví en él un elfo silencioso, reservado, misterioso... Quería que Théodwyn escarmentara por desobedecer mi orden de regresar a Edoras. Quería que se diera cuenta de que cuando se vieran desprotegidos, Erethor huiría de regreso a Lorien. Quería convencerla de que aquel amor no era real, de que él la estaba engañando. Les dejé sin defensas, incapaz de prever lo que se avecinaría, cegado completamente por la rabia y el orgullo. Olvidé que era mi hermana la que permanecía allá, sin protección ante cualquier peligro, y jamás pensé que un batallón de más de setenta orcos cruzaría el Limclaro tras matar a los vigías con flechas envenenadas antes de que pudieran dar la alarma. Sólo veía a Erethor, un bello elfo rubio y fuerte que había conquistado a mi hermana, que tomaría las tierras de Éomund y las haría suyas una vez que Théodwyn no estuviera, que ampliaría la frontera de Lorien a costa de Rohan, una vez mi reinado llegara a su fin. Un elfo que conseguiría una parte de Rohan a costa del corazón de mi hermana... ... ... Exactamente lo mismo que ves tú cuando miras a Legolas. — Éomer levantó la vista entonces y miró a su tío, asombrado. Era cierto que él odiaba a Legolas, le odiaba con todas sus fuerzas. Y es que siempre había creído que todos los elfos eran iguales: traidores, orgullosos y falsos... Como había creído que fue Erethor. Se había equivocado, y un temor comenzó a asaltarle. Los ojos del rohirrim se posaron de nuevo sobre la hierba fresca que comenzaba a crecer en el pasto y se dio cuenta que la historia se repetiría. Théoden tenía razón.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora