Conclusiones

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— Nunca había subido aquí arriba... — Murmuró Érewyn, ya sentada en el tejado del castillo, junto a Legolas.

La chica miró el oscuro e infinito firmamento. Tal como había dicho el elfo, las estrellas se veían mejor desde allí, la perspectiva era completa y la visión de los cuerpos celestes sobre Edoras parecía completamente diferente. ¿Quién iba a pensar que aquello estaba a sólo un par de tejas sueltas de distancia?

Le miró de reojo. La silueta del perfil de su rostro se recortaba perfecta en las sombras, y sentada a su lado admiró sus facciones. Su ceño suavemente fruncido, como siempre, su mirada penetrante, la forma de su nariz y sus labios... Sonrió y volvió a mirar el cielo, feliz de poder, finalmente, estar un rato con él.

Legolas, a su vez, guardaba silencio. A pesar de que no hacían ningún mal, sentía como si de algún modo aquello no estuviera bien. Pero disfrutar de la mutua compañía no era ningún pecado y allá arriba, en la cúspide de Meduseld, sólo había lugar para ellos dos. Sabía que en parte se traicionaba a sí mismo, su parte más visceral ardía en deseos de estar con ella, y su lado responsable marcaba los límites que debía haber entre los dos. Una barrera que no podía ser traspasada mientras estuvieran en guerra contra Mordor.

Resignado a mirarla como se admira una ilusión, Legolas optó por no hacerlo, se tumbó de espaldas y observó el negro cielo, tratando de hacer que las estrellas vaciaran su mente.

La luz de la luna no era lo suficientemente intensa como para robarle protagonismo a las estrellas. Miró al norte. Como siempre, Valacirca brillaba con fuerza, señalándole la dirección exacta que dirigía a su hogar.

Su hogar. Su principal preocupación. Sólo Manwë sabía lo que hubiera dado Legolas por tener la oportunidad de llegar a tiempo a las Cavernas del Bosque Oscuro. Sólo podía intentar no perder la esperanza y pensar que su reino y su familia estarían a salvo gracias a la ayuda de Bárbol.

Érewyn le miró, y con los ojos algo más adaptados a la oscuridad se dio cuenta de que el rostro de Legolas se había teñido de un halo de tristeza. Entornó los ojos y se inclinó más hacia él. El elfo percibió el gesto y movió apenas sus ojos para verla.

— ¿Qué te preocupa? — Preguntó ella. Legolas sonrió apesadumbrado.

— ... Varias cosas. — Respondió él. Érewyn simplemente continuó observándole, esperando que el elfo continuara. Pero él guardó silencio de nuevo, como una tumba.

— ¿Y una de ellas es? — Insistió ella. Él repitió el gesto de observarla sin mover la cabeza y vio en ella un interés tan sincero por conocer sus tribulaciones, por ayudarle a sobrellevar aquella carga, que no pudo evitar compartirla con ella.

— Mi hogar. — Confesó en un susurro. Los ojos de Legolas viajaron de nuevo hasta Valacirca y se posaron en ella. — Me preocupa si mi pueblo estará a salvo... Si mi padre y mi hermano estarán bien. — La voz del elfo se apagó y él suspiró, girando la cabeza hasta otro grupo de estrellas. Érewyn había escuchado de labios de Théoden y Gandalf el peligro que se cernía sobre los pueblos del norte, y de allí era precisamente de donde provenía el elfo. Se atusó el vestido, pensando en las palabras adecuadas, pero no encontraba nada que decirle. Si su pueblo corriera el peligro de ser atacado y ella se hallara lejos y sin posibilidad de hacer nada por ellos se sentiría tan impotente que el peso de la preocupación no la dejaría dormir ninguna noche. Quizá era por eso que Legolas subía a la torre de Meduseld, para otear el norte, muy lejos en el horizonte. Tal y como hacía en aquel preciso instante.

— Bueno... No creo que nada de lo que yo te diga pueda darte consuelo o esperanzas...— confesó ella, con sinceridad. — Pero si en tu pueblo hay guerreros la mitad de hábiles e inteligentes que tú, estoy segura de que podrán hacer frente a cualquier amenaza. — Legolas la observó detenidamente y sonrió ante el leve sonrojo que había teñido las mejillas de la muchacha, visible claramente para la vista del elfo. — ¿Cómo es tu hogar? — Preguntó de repente ella. Quería desviar el tema lo antes posible y distraer a Legolas de sus preocupaciones... Además de correr un tupido velo y ocultar la vergüenza que sentía en aquel momento.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora