La boda. Parte II: Reencuentros

8K 414 287
                                    

..::::..

Gracias a los esfuerzos aunados de las huestes de los Galadrim, los Hombres del Bosque y los elfos de Eryn Lasgalen, el margen Este del Bosque Oscuro, antes imposible de transitar debido a su peligrosidad por la cercanía con las Tierras Pardas, sirvió de ruta principal para el grupo de rohirrim que viajaba desde Edoras, formado por un batallón de casi cincuenta guerreros que protegían al Rey Éomer y a la Dama Éowyn. Veryan también viajaba con ellos, y se encargó de amenizar el viaje en muchas ocasiones en las que éste se hacía especialmente monótono. La simpatía del mejor amigo de Legolas brillaba con fuerza en cualquier situación.

Y después de un viaje de doce días, mucho más corto de lo que se acostumbraba a tardar en llegar al Norte del bosque gracias a la benevolencia de la nueva ruta abierta, los rohirrim atravesaron la primera línea defensiva del Reino de Thranduil y se internaron en la parte más espesa de Eryn Lasgalen, tan frondosa y oscura que parecía encantada.

Desde que abandonaron el Camino Viejo que atravesaba transversalmente el Bosque ningún rohirrim había osado a abrir la boca. Notaban, no sabían exactamente por qué, una presencia perpetua, oscura, observándoles sobre sus cabezas. Pese a que Veryan les aseguraba una y otra vez que los nidos de arañas gigantes habían sido erradicados hacía meses del territorio de Thranduil, tal afirmación distaba mucho de tranquilizarlos. Sólo pensar que allá hubieron morado tales criaturas dejaba sus mentes libres para vagar hacia pensamientos oscuros e imaginar qué otros seres podrían acecharles desde las negras copas de aquellos árboles.

Tanto era así que pese a la tranquilidad del elfo que no se cansaba de asegurar que allá no había peligro alguno, y su actitud relajada, Éomer no tenía intención alguna de hacer noche en medio de la oscuridad del bosque. Y el trote de la pesada caballería rohirrim tronó sin cesar en la calma del paraje aparentemente embrujado.

El sendero era estrecho y sólo podía ser transitado en fila de a uno, de modo que iniciando la marcha iba Veryan, cuyo esbelto corcel parecía volar sobre las raíces y ramas. Y tras él el resto de los valientes hombres de Rohan, con Éomer por delante incluso de su abanderado.

—Está de más preguntarte si el camino es el correcto, ya lo sé. Pero parece que en cualquier momento el bosque vaya a engullirnos... —masculló el rey a media voz.

—De hecho lo está haciendo —aseguró Veryan, con tranquilidad—. Salir de aquí dependerá de la calma que seáis capaces de mantener —espetó el elfo.

Éomer miró a su hermana alarmado y ella abrió la boca para responder algo, pero entonces una risa parecida a unas campanillas resonó suavemente entre ellos. Veryan mantenía un tono bajo incluso al reír.

—¡Es una broma! Por supuesto que no nos está engullendo. Los árboles de Eryn Lasgalen hace mucho tiempo que no se tragan a nadie; están dormidos desde la llegada del Nigromante a Dol Guldur. No hay peligro.

Éomer sintió ganas de sacarse su yelmo y arrojárselo a Veryan. No era la primera vez que les había tomado el pelo acerca de los misterios de los bosques por los que habían pasado durante su viaje. Aquel elfo era en verdad insoportable.

Veryan se detuvo entonces y Éomer alzó en el aire una mano enguantada en un reluciente guantelete de metal. Al instante, el grueso de sus tropas se detuvo. El silencio tan sólo era roto por el piafar de los caballos, intranquilos y por algún que otro relincho nervioso.

El elfo observaba atento un punto en la lejanía, justo donde se perdía el camino entre recodos y árboles. Y entonces sonrió.

—Es Érewyn.

Escuchar su nombre fue suficiente para Éomer y Éowyn, y escudriñaron ambos el mismo lugar que Veryan señalaba, ansiosos, mas sin lograr ver nada.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora