Un plan arriesgado

6.2K 509 93
                                    

El ejército de los Hombres resistía estoicamente al envite del de Sauron. Luchaban sin razonar, sin permitirles a sus mentes un atisbo de cordura. En aquel escenario no había un papel para ella.

Debían olvidar todo lo que habían aprendido en cuanto a la justicia y el honor. La vida iba unida a los rápidos reflejos, al instinto de supervivencia y al aprovechamiento de cualquier oportunidad posible por rebanar cuellos enemigos.

Ambos bandos recibían de vez en cuando andanadas de flechas que mermaban a los combatientes, y, rápidamente, los arqueros eran localizados y masacrados.

El enorme espacio que ocupaba la Puerta Negra se hallaba abierto, conectando directamente el llano de Gorgoroth con el valle de Udûn, y los orcos, hombres orientales y haradrim salían a mares de las tierras negras.

Pese a que resistían y que las estrategias de los capitanes estaban funcionando, Legolas veía, preocupado, cómo las bajas iban mermando su ejército poco a poco. El de Sauron, en cambio, parecía no disminuir, ya que cuando un orco caía, otro ocupaba su lugar, casi instantáneamente. Y no sabían cuál era el número exacto de enemigos que el Señor Oscuro había reclutado para luchar.

Blandiendo sus dagas con increíble agilidad, Legolas era uno de los combatientes que más enemigos había tumbado ya, y comenzaba a estar en el punto de mira de los capitanes haradrim. Cuando conseguía quitarse de encima a un par de enemigos, empuñaba su arco y se deshacía de dos o tres más a distancia.

— ¡Cincuenta y cuatro! ¡Cincuenta y cinco! — Resoplaba Gimli, no muy lejos de él. Un orco soltó un desgarrador grito cuando Legolas arrancó de su estómago una de sus dagas. Tras él, otros dos se arrojaron sobre el elfo, y él les esquivó con un rápido movimiento, para darles el golpe de gracia en el costado.

— ¡No paran de llegar en masa! ¡Cada vez son más! — Exclamó Legolas. Adelantó el pie derecho en un paso largo para darse impulso, giró sobre sí mismo y de una sola estocada cortó la cabeza de un oriental.

Y seguían llegando más.

De un rápido vistazo, Legolas vio que había perdido al menos cuarenta de sus hombres en las dos horas que llevaban luchando. A ese ritmo no llegarían a la noche. Y eso era lo que Sauron estaba esperando.

Como su estrategia de asedio le había fallado en el Pelennor, Sauron se había querido asegurar de que conseguiría la victoria aquella vez. Superarles masivamente en número parecía una opción muy acertada. Y comenzaba a funcionarle.

Contra aquel flujo continuo y masivo de enemigos, hacía falta un milagro.

Legolas no recordaba la última vez que rezó a Elbereth. Pero el hijo del más orgulloso de los reyes elfos vivos no estaba dispuesto aún a dejar su destino en manos de la Dama de las Estrellas.

Le quedaban aún muchas cosas por hacer, mucho por descubrir.

El rostro de Érewyn no abandonaba su mente en ningún momento. Le daba fuerzas, le devolvía la razón, le animaba a continuar. El recuerdo de su risa era como un soplo de aire fresco, el del sabor de sus labios le armaba de valor para continuar avanzando, sin ceder un ápice de terreno al enemigo.

Gracias a ella Legolas había entendido el significado que tenía la vida para los humanos. Algo hermoso, efímero e irrepetible. Y así era la vida para él ahora. Sólo podía entenderla con Érewyn a su lado. De modo que por ella empuñaba sus dagas y lanzaba sus flechas, hallando siempre un objetivo.

Pero el torrente de soldados de Sauron no cesaba, y los pasos del elfo le llevaron hacia un lugar más al este, más cerca de la base de una de las enormes puertas.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora