Añoranza

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Caminaba lentamente por un sendero pedregoso y húmedo que le recordaba demasiado al que conducía a su rincón favorito del jardín, sin embargo no era el mismo. El bosque que atravesaba le resultaba desconocido.

Sus pies descalzos reaccionaban placenteramente a la sensación de la hierba escarchada. Sentía la brisa en su piel pero, a su alrededor, las ramas no se movían un ápice. Estaban congeladas en el tiempo.

De pronto se detuvo. Antes del siguiente recodo del camino divisó una figura muy familiar a la que había añorado casi hasta el límite de la enfermedad. Él estaba de espaldas a ella, desnudo de cintura para arriba, con el cabello empapado pegado a su piel y sus dagas preparadas, en las manos. Legolas era una criatura hecha de perfección.

Sonrió y comenzó a caminar más deprisa hacia él, trastabillando torpemente con las raíces de aquellos árboles nudosos, con la visión enturbiada por las lágrimas que no podía evitar. Pero antes de que pudiera alcanzarle, él alzó ambas dagas y se colocó en posición de ataque. Algo había delante de él que ella no era capaz de distinguir.

Legolas se lanzó hacia delante y Érewyn corrió a su vez, tras él. Pero él no la advirtió, y continuó alejándose.

Ella alargó su mano en un intento desesperado de alcanzarle y entonces vió un destello en su propio dedo índice. Era un anillo blanco que no reconocía, y Legolas continuaba distanciándose. Y Érewyn gritaba su nombre pero él no la oía.

La parte del bosque donde Legolas desapareció estaba marchita, congelada, mientras que la vegetación que rodeaba a Érewyn se mantenía intacta, verde y frondosa...

—¡Ahh...!

Érewyn abrió los ojos súbitamente a la oscuridad de su habitación y enfocó la vista. El dosel de su cama se mecía fantasmagóricamente por la gélida brisa que se colaba a través de las contraventanas y, aparte de eso, no había nada fuera de lo común a su alrededor.

Érewyn estaba sudando y su corazón aún latía deprisa. El vaho escapaba de su boca revelando un frío atroz dentro de la Caverna. De modo que se arrellanó aún más en la calidez de sus mantas pensando cuánto echaba de menos la chimenea de su habitación, en Edoras.

Emitió un profundo suspiro que murió contra el tupido pelaje de su cobertor y permaneció con los ojos abiertos un buen rato. No creía ser capaz de volverse a dormir, no después de aquella pesadilla. Llevaba tres meses ya sin verle, le añoraba tanto que la angustia la sumía casi cada noche en sueños intranquilos como el que acababa de tener. Y además, las últimas noticias que le habían llegado de la Guardia del Sur, acerca del radical cambio en la estrategia de Legolas, la preocupaban demasiado.

Aún renuente a causa del frío terminó abandonando el lecho, ya que sabía que no conseguiría dormirse de nuevo. Se vistió deprisa con su camisa y sus pantalones más gruesos, ciñó aquellas ropas a su cuerpo mediante el cinturón plateado en el que portaba siempre su daga y se dirigió a la biblioteca sin aguardar a que la camarera que le habían asignado le trajera el desayuno. Aún faltaban horas para eso y quizá leer un rato la distrajera.

Los corredores le parecían aún más siniestros a esas horas de la noche. La oscuridad devoraba cada rincón y rescataba promesas de tenebrosas criaturas en cada sombra. Pero Érewyn no se dejaba engañar ya que estaba habituada a la penumbra de Meduseld que era igual de tramposa.

Descendió por unas escaleras de caracol hasta el nivel inferior y retomó el camino por aquel nuevo pasillo, alumbrado lúgubremente por pequeñas lamparitas distanciadas varios metros entre sí, en las paredes. Y la oscuridad que tanto creía controlar, y que aún era más acusada en aquella galería, jugó al engaño con ella y ganó.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora