Nunca retes a un elfo

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— Es la única condición, Érewyn. — dijo Éomer, mientras la seguía por los corredores de piedra del castillo. Érewyn llegó como un rayo a la escalera y comenzó a bajar los escalones a toda velocidad, con su hermano pegado a ella como una lapa. — No me dirás que no es justo. — Éomer sonreía mientras el cabello de su hermana se soltaba del recogido con cada paso que daba. A pesar de todo el amor que les tenía, le encantaba hacer rabiar a sus hermanas, y en aquel momento, Érewyn estaba a punto de estallar.

— ¿Justo? — La joven se giró y encaró a su hermano, los ojos a punto de salirse de las órbitas. Ëomer la miró con ojos de cachorrito inocente — ¡Eso no es una condición! ¡Es chantaje! — Aclaró. Dio media vuelta y continuó su descenso. Éomer se encogió de hombros y sonrió ampliamente.

— Llámale como quieras. Si quieres tener un instructor, tendrás que entrar en la corte. Si te niegas no hay trato. — Érewyn volvió a detenerse a mitad de tramo y se giró hacia su hermano con el puño levantado. Éomer se rió. La chica gruñó de rabia y se guardó el puñetazo que estaba a punto de soltarle para una mejor ocasión.

— ¡Uuuuuurgh! — rugió, retomó su camino y su paso se aceleró al oír la carcajada de su hermano.

— ¿Significa eso que hay trato? — Preguntó Éomer, con una sonrisa socarrona en el rostro. Los dos hermanos llegaron a la sala del trono, presidida por Théoden, quien miraba unos planos de las Ered Nimrais en compañía de Gandalf. Ambos desviaron la vista de sus quehaceres para observar la escena.

— ¡Por supuesto que hay trato! — Ladró ella, usando más fuerza de la necesaria para abrir la puerta. Si no la usaba ya acabaría rompiéndole la cara a su hermano. — ¡No tengo opción, y lo sabes! — La puerta se abrió de sopetón y un guardia que se hallaba apostado al otro lado, tuvo que saltar para no ser arrollado por la tempestad rohirrim, que bajó las escaleras de piedra hecha una furia y farfullando frases malsonantes mientras ponía rumbo hacia las cuadras.

— ¡No te olvides que comenzarás mañana, temprano! — voceó Éomer, para asegurarse de que sus palabras le llegarían a su hermana que ya enfilaba el camino de las cuadaras como alma que lleva el diablo. — ¿Queríais que entrara en la corte? — Preguntó, dirigiéndose a su tío. Éste le miró, curioso. — Pues ya la tenéis en la corte. Pero no esperéis que se convierta en una bella y delicada flor de la noche a la mañana. Esa flor tiene pinchos....

— Sí, pero a cambio recibirá instrucción de batalla... Tanto ella como Éowyn ya tienen suficientes conocimientos como para defenderse... — Comentó Théoden, haciendo caso omiso a las últimas palabras de su sobrino. — Eso no estaba en los planes. — Murmuró el rey. Éomer se paró frente a él, con la mano apoyada en el pomo de su espada.

— Parece mentira que no la conozcáis, mi señor. Es tan tozuda que solo podía convencerla ofreciéndole algo jugoso a cambio.

— A veces hay que ceder terreno al contrincante para poder vencer. — Dijo Gandalf, socarrón. Théoden suspiró y rodó los ojos al oír las palabras de Gandalf.

— Sólo espero que este plan tuyo no acabe desembocando en otro problema, Éomer. — Dijo el rey.

— Descuidad, Tío. Yo mismo supervisaré su evolución esta vez.

Éomer guardó silencio. No era necesario preocuparse por el futuro ahora. Él tenía claro que con Érewyn siempre acabaría teniendo problemas y discusiones. La terca muchacha tenía demasiado claro lo que quería en la vida, y esta facultad de su hermana le enorgullecía y exasperaba a partes iguales.

Y su plan en aquel momento era quitarle las ganas de luchar a su hermana. Y sólo podía conseguirlo dándole la instrucción más dura posible. Sólo esperaba no arrepentirse por ello.

La Luz de Edoras (El Señor De Los Anillos - Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora