Criada y entrenada en un bosque a las afueras de la ciudad de Musutafu, hija mestiza de uno de los tres principales dioses de la mitología Griega.
Takahiro Chiho, una joven preciosa de cabellos dorados como el sol y ojos azules como el mar, guerrer...
Dos héroes habían muerto, Sir.Nighteye y Mori Takahiro. La mayoría estaba en el funeral del primer mencionado pero en el segundo, en aquel bosque en que vive la semidiosa, muchas de las que fueron las invocaciones de Mori, fueron traídas por Chiho para que pudiesen despedirse de ella. Centauros, lamias, dioses de varias culturas, hadas, todos ellos estaban llorando por la pérdida de su domador. Yumi no había dejado de llorar desde que su madre había estado en ese cajón, parecía una pesadilla la que está viviendo, pero al parecer, más que pesadilla, es una realidad horrenda.
Zeus sentía que la mayoría de todo esto...es su culpa, la súcubo tenía algo de razón. Además, tal vez se pudo haber puesto frente a su mujer e hija para detener esa cosa, después de todo es inmortal... pero estaba tan concentrado en la felicidad en que Yumi y Chiho habían transmitido que no lo había visto venir a tan asesina velocidad.
Se sentía realmente culpable.
Y se sentía aún peor ver como su hija mira sin brillo alguno en sus ojos la lapida, donde con una escritura elegante, se puede observar "Mori Takahiro". Lo admitía, ella era una buena mujer que no se merecía una muerte tan horrenda.
Pronto se escucharon unos sollozos y tanto padre y madre, alzaron su mirada hacia la joven, viéndola llorar. A pasos torpes se acercaron a ella y la abrazaron con fuerza, provocando que hubiese más llantos de dolor. Se aferraron a ella y varias lágrimas se deslizaban por las mejillas de la madre y una que otra en la mejilla del padre, todo estaba en un estado muy sensible.
Unos pasos algo inseguros se detuvieron y la mayoría de los seres dieron la vuelta para mirar a la persona que ha venido a la ceremonia de despedida. Zeus miró también y luego Yumi, sonriendo solo un poco, pues le daba un poco de alegría que alguien cercano a su hija haya venido.
-Chiho... alguien vino junto a ti.
Sin importarle como se viera, Chiho observo en dirección al que su madre le dice, encontrándose con la vicepresidenta de su grupo con un ramo de flores blancas y azules. Con cuidado se puso de pie en su lugar y caminó hacia ella, simplemente no dijeron nada una vez que estaban una frente a la otra.
Como si fuese que tuvieran el mismo pensamiento, ambas se abrazaron con fuerza. Momo la abrazaba con fuerza, escuchando los llantos de la chica, sintiendo su corazón quebrarse en mil pedazos, no le gustaba para nada verla así, de alguna manera buscaría la solución de que olvide todo lo malo.
-Ya... ya estoy aquí... Chiho-chan.
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Sentadas bajo un árbol, ambas chicas se mantienen en silencio, no era ni incómodo ni confortable, era un silencio en que solo puedes escuchar lo que hay a tu alrededor. La de cabellos negros observó a la rubia y no supo describir lo que los ojos de la que alguna vez fue una chica sonriente y tierna, expresan en ese momento.
