3- Jugando con fuego

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Después de la acalorada reconciliación entre Carla y Samuel, la pareja se encontraba caminado calle abajo, dejando la casa de Guzmán atrás.

Si bien la rubia tenía la opción de llamar a su chofer para que la recoja, decidió aceptar la invitación de Samuel de caminar las calles de Madrid en esa cálida noche de casi verano.

- Te he extrañado.- le confesó el castaño después de una plática entre risas sobre Valerio y su rasposa relación con Nadia, quien no terminaba por comprenderlo.

- Créeme, tus miles de textos me lo han dejado claro.- bromeó Carla mirando de reojo a Samuel, dándose cuanta que su risa forzada esperaba otra respuesta.

- Yo igual.- casi susurró, provocando que él la mirara con los ojos de un ciego que acababa de conocer el sol y los colores del mundo por la primera vez.

- Esto no será público ¿verdad?- aventuró tímidamente mientras se detenía en medio de la acera

- Es complejo. Lo sabes.- apuntó Carla, haciéndole notar con su tono de voz que ella odiaba aquella idea tanto como él.

- Vale... te espero mañana una hora más temprano en el colegio, ¿te parece?- Samuel intentó levantar los ánimos.

Carla se hizo la dura y pensativa durante unos segundos, y luego le dedicó una de sus típicas sonrisas torcidas que él tanto amaba. Asintió con la cabeza haciéndole saber que lo esperaría allí en la mañana.

Una vez que los dos se encontraban en  sus respectivas casas, no podían dejar de pensar en el extraño día que habían tenido.

Carla, por su parte, sentía alivio de no tener que aparentar odiarlo. La rubia quería volver con él, pero sería ella quien se lo plantearía. Por esto, se regocijaba con el tonto, pero efectivo plan, que habían ideado con Nadia. Ella no tuvo que exponer sus sentimientos en ninguna medida, solo acceder a los de Samuel. Viéndolo a simple vista, parece muy injusto. Pero era con lo que Carla se sentía segura y resguardada, y hasta que no termine de ganar su confianza, Samuel respetaría aquello.

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Era de madrugada aún, pero el colegio, como siempre, mantenía sus puertas abiertas. A esas horas, no había nadie más que un par de conserjes, lo que facilitaría mucho más el encuentro prohibido que los jóvenes enamorados tendrían.

Carla llegó unos minutos más tarde, dado a que le encantaba hacer esperar a Samuel. Sabía cómo le costaba no ser impaciente cuando de ella se trataba.

Lo vió apoyado en un locker del baño de damas, donde habían quedado encontrarse. Estaba volviéndose loco y se le notaba en la mirada, que iba de un lado a otro buscándola.

- ¿Buscas a alguien?- le susurró al oído. Samuel dió un giro sorprendido y en cuanto se topó con aquellos ojos, no la saludó con palabras, sino que la besó con tal voracidad que ella ya no sentía las piernas.

Carla se afirmó a su cuello con ambos brazos y se dejó caer hacia atrás dándole a entender que quería estar entre la pared y él. Samuel obedeció y la capturó entre su torso y la edificación de cemento.

Ella enrolló su pierna en la cintura de Samuel para facilitarle el acceso y ambos se embistieron allí. Samuel entró con fuerza pero lentamente, sabía que ese movimiento volvía loca a Carla, y justo cuando se acostumbraba, cambiaba el ritmo dejándola perdida en otro mundo de sensaciones.

Luego de terminar, Carla se encontraba con sus mejillas hachando fuego al igual que sus ojos. Intentaba arreglarse la falda del uniforme que la tenía arrugada sobre los muslos.

- No has perdido el toque.- le dijo ella seductoramente al mismo tiempo que arqueaba una ceja.

Samuel solo le dedicó una sonrisa y la volvió a besar con efusividad. Justo cuando se estaban preparando para otra ronda, el timbre que anunciaba el comienzo de clases sonó.

- Vale, dile a tu amigo que se calme y luego sal.- se carcajeó Carla recomendándole con sus ojos que observe su pantalón.

Samuel la vió alejarse hasta que salió del baño y el quedó allí anonadado. Esa mujer era su fortaleza y su más grande debilidad.

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