68- Futuro lejanamente cercano

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Sabiendo que Gucci y Prada tienen un poder gigante cuando se trata del estado de ánimo de Carla, Samuel la llevó a recorrer sus tiendas por Madrid.

Para las tres horas de shopping ya estaba cansado y malhumorado. ¿La amaba? Absolutamente. ¿Quería verla feliz? No hay duda alguna. Pero, ¿le gustaba el método que la enlazaba a esa felicidad momentánea? No. No. No. Y por si no se entendió: no.

Samuel entendía que no se trataba de la ropa o del dinero, sino de mantener su mente tan ocupada en aquella banalidad que apenas pueda recordar qué la afligía.
De ninguna manera le gustaba (o siquiera agradaba) aquella forma de distensión que Carla tenía, pero no quería entrometerse. No por el hecho de que era él quien debía sostener las bolsas, sentase en un pequeño sillón a juzgar sus vestuarios y seguirla para todos lados. Sino porque se esfumaba casi de repente. Una vez que llegaban a la casa, los problemas la sobrepasaban con más fuerza y la dejaban destrozada.

- No puedo creer que la vendedora le sugiriera venderle un pañuelo rosa al señor solamente por ser notoriamente gay.- se indignó ella mientras caminaban de regreso a la camioneta con una docena de bolsas.

- Carla, el hecho de que tú puedas decir 'notoriamente gay' es por lo que ella le vendió el pañuelo.- la reprobó Samuel.

- Me refiero a que, de ser gay, no tendría porqué gustarle el color rosa.- se exasperó abriendo el asiento del acompañante.- Tener tendencia femeninas no quiere decir que te guste el rosa. No a todas la mujeres del gusta el rosa.

- Tu amas el rosa.

- No. El rosa me ama a mí.- sonrío coqueta y altanera antes de subir al coche.

- Por más que adore estas conversaciones tan fascinantes,- la miró burlonamente mientras encendía el coche.- debo ir a casa, Mía me dijo que necesita mi ayuda con algo.

Y muy cercanamente a ese comentario, se retomó el debate rosa-gay.

_._

La prima menor de Samuel la esperaba sentada frente a su puerta con Kai en brazos moviéndose y un bolso en mano. El buen humor, o el mero humor, se le había esfumado hacía días.

- Al fin.- suspiró entregándole al bebé a Samuel en cuanto lo vio emerger del ascensor.

- ¡Hey!- Samuel estiró los brazos con voz exageradamente alegre para recibir al pequeño que había crecido bastante desde la última vez que lo vieron, mientras que Carla y su prima se abrazaban a modo de saludo.- ¿Qué ha pasado?- se dirigió a Mía.

- Mamá decidió irse a festejar su aniversario por un de semana a Sevilla, eso ha pasado.- por su voz Samuel denotaba que su prima estaba harta de algo, o muy probablemente, de alguien.- Nos ha dejado al pequeño enjendro del diablo a mi cuidado y el de Mateo.

- Vale.- rió él abriendo la puerta del apartamento.- Pasa así hablamos.

Mientras Mía y Samuel conversaban acerca de la tediosa situación, Carla notó que Kai la miraba hipnotizado con sus grandes ojos color verde oscuro. Era como si recordara aquel día en el hospital. La tercera persona en cargarlo, recordó Carla con una pequeña sonrisa.

La inspeccionaba con detención, como si intentara descubrir de dónde la conocía.

Sin mucha más premeditación, inclinó su torso y estiró sus pequeñas manitos en su dirección exigiendo su atención.

- Creo que quiere que lo cargues.- comentó Samuel desviándose de su conversación para notar que Kai se removía inquieto en sus brazos. Con la mirada, se aseguró que Carla estuviera de acuerdo y se lo entregó.

Mío o de nadie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora