13- Un tema delicado

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Carla

Dejo salir el aire que tenía en mi pecho. Dejo salir todas las mentiras, verdades y realidades subjetivas a las que he ignorado con tal de evitar confrontar.

Quiero volver a Madrid, a nuestro amor secreto, a nuestra historia cuando recién comenzaba. Quiero hacerlo distinto. Pero sé que no puedo.

Después de varios minutos esperando que diga algo, levanto la mirada esperando entrar asco y repudio hacia mí, pero solo veo ira. De la más pura y de la más peligrosa que existe.

- Samu...

- ¿Te ha puesto una mano encima?- me corta en seco y sus manos de cierran en mis muñecas, intentando contenerse.

- No lo recuerdo, había vino y...- intento mentir hasta que el ruido de su silla deslizándose bruscamente hacia la mía me detiene.

- Carla...- su voz carga advertencia, me implora la verdad.- ¿Se ha atrevido a tocarte?

Mi movimiento de cabeza es casi imperceptible, pero él parece notarlo todo hoy.

- Hijo de puta.- murmura por lo bajo y se levanta de golpe sobresaltando a Ozzy, que dormía plácidamente en el sofá.

Pasa su mano por su rostro y camina sin rumbo por la sala.

Nemo parece notar el cambio en el ambiente, ya que se acerca a mi lado y me ofrece su cabeza para acariciar. Él sabe que me tranquiliza.

- Lo siento.- susurro, avergonzada, y su cabeza gira bruscamente unos noventa grados hasta dar conmigo.

- No.- me detiene con firmeza pero dulzura, acercándose nuevamente a mi y reclamando su asiento.- Tú no eres quien tiene que pedir perdón...- sus ojos se tornan angustiosos y le cuesta sostenerme la mirada, pero aprieta mis manos con las suyas para compensarlo.- No debí haber... - cierra sus ojos, y al abrirlos, se hunden con los míos.- Estuviste sola con esto, y yo no estuve contigo. Soy yo el que lo siente.

- No, no, no te atrevas a culparte. Yo podría haberte insistido, podría haber hecho más. No intentes cargar con el peso de esto tú solo.- me apresuro, mientras acaricio sus mejillas con mis manos. Joder, como había extrañado hacer eso. Nunca volveré a tomar por sentado los pequeños momentos.

Sus manos me sueltan. Replanteándose cuánto de mí tiene permitido ahora. Siento como el frío me roza apenas mi cuerpo se da cuenta que se ha alejado un buen metro y medio de mí.

¿Qué le ocurre?

Intenta avanzar un paso, pero lo repiensa y retrocede dos. Sus ojos intermitentes con los míos, confundiéndome.

- ¿Qué te ha hecho?- su voz es tan solo un susurro casi imposible de oír.

- ¿Acaso importa?

- ¿Cómo puedes siquiera preguntarme eso?- el seño entre sus ojos se pronuncia aún más, mirándome como si estuviera loca.

- No aporta nada a la situación.- me encojo de hombros.- Haría más daño que bien.

- ¿A qué te refieres?- en el momento en que su pregunta llegó a mis oídos, cerré mis ojos en frustración conmigo misma. No debí haber abierto la boca.

Joder.

- Nada, es una expresión.- intento atajar mi propia metida de pata de pata.- Solo quiero dejar esto atrás y seguir con nuestras vidas... ¿puede ser?

Su inquietud es notoria, pero no se atreve a seguir la conversación, simplemente asiente con la cabeza, resignándose. Aunque conociéndole como le conozco, sé que no durará mucho.

- Solo quiero saber si te ha hecho daño.- baja la mirada a sus manos, que están jugando entre ellas a la altura de su abdomen.

Se me cae el corazón del pecho.

- Eso tiene fácil arreglo.- bromeó mirándolo divertida.- Un beso.

Cuando sus ojos encuentran los míos, están llenos de todo: ilusión, preocupaciones, incertidumbre, enojo. Pero sobre todo, amor.
Un amor que no creo merecer ni hoy ni nunca.

Y ya no aguanto. Ya no me importa. Podremos discutir luego, pero ahora está aquí, en nuestro hogar, conmigo y entre las paredes en que construimos una nueva vida.

Me levanto con la misma brusquedad que él lo hizo previamente y me lanzo a sus brazos. El choque de nuestros cuerpos violento, mi beso desesperado y hambriento.

Sus brazos me reciben con cuidado y sorpresa, sin entender bien qué ocurre, hasta que fuerzo la entrada de mi lengua en su boca y levanto mi rodilla entre su entrepierna, robando un gruñido aprobatorio de su parte.

Nos intenta avanzar hacia el sofá, pero chocamos con todo en nuestro camino. Y parece que no tiene interés en practicar la virtud de la paciencia, ya que se agacha solo un poco y coloca sus manos en mis muslos para levantarme.

Mis piernas encuentran rápidamente su lugar alrededor de su cintura, y mis manos parecen ser una extensión de mi cuerpo de la que no tengo legislación, ya que sin mi permiso recorren su pecho, cabello, cuello, espalda y brazos.

De alguna manera logramos llegar a nuestra habitación y Samuel cierra la puerta de una patada, impidiendo que Nemo y Ozzy nos sigan.

Estoy tan sumergida en mi exploración de cuantos-músculos-tiene-Samuel, que me toman por sorpresa las sábanas en mi espalda y el hecho de que puedo sentirlo sobre mí reclamando mi cuerpo.

Cuando le quito la camiseta, más que feliz de poder retomar mi exploración sobre su piel en vez de tela, sus manos van automáticamente a buscar el elástico de mis pantalones, y se detiene abruptamente.

Sus manos permanecen allí, inmóviles, y sus ojos me piden permiso para desvestirme. Como si en algún momento lo hubiera necesitado- oh.

Eso era lo que le pasaba.

Su dubitación no era porque no quisiera estar cerca mío. Sino que no tenía claro si, a raíz de lo que pasó con Yeray, habían nuevas reglas y límites.

- Ya, Samuel, sé que soy una de las siete maravillas del mundo, pero puedes observarme luego.- intento apurarlo bromeando. No quiero que lo que pasó sabotee uno de los mejores aspectos de nuestra relación.

Cuando no hace nada para moverse, me estiro un poco para desvestirme sola, sintiendo sus ojos en mí en cada movimiento, y sonriendo un poco al recordar el poder que tengo sobre él.

- No tenemos que hacer nada, Carla.- murmura por lo bajo, evadiendo mi rostro y concentrándose en acariciar mis caderas. Sus manos grandes y firmes, haciéndome sentir segura.- Me alegra estar en casa contigo, tenerte cerca, no me hace falta esto para-

- Lo sé.- lo detengo.- A mí tampoco. Pero joder, lo quiero hacer. Por favor.

La súplica en mi confesión parece tener el poder de hacerlo olvidar sus inhibiciones, ya que lo próximo que siento son sus manos demandantes en mi espalda, buscando la manera de despojarme de lo que me queda de ropa.

Una vez que ya no tengo más ropa que me cubra de su mirada, prosigo a cambiar la posición y él termina de espaldas en la cama, conmigo sobre sus piernas.

- Deja de mirarme como si me fiera a romper.- es lo último que le suspiro antes de volver a besarlo.

Mío o de nadie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora