46- 'Jingle Bells'

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Era la noche de la víspera de Navidad. Carla y Samuel decidieron pasarla con sus respectivas familias a solas, ya que al día siguiente, todos se reunirían para pasar el día juntos y cenar.

Pilar disfrutó de pasar aquella noche con sus dos hijos, aunque hubiera deseado que Cayetana estuviera allí. Pero Samuel le sugirió que fuera a pasar Noche Buena con su familia adoptiva, ya que pasaría todo el día siguiente con él.

Teo había preparado una pequeña sorpresa para Carla para aquella noche. Beatriz la dirigió al jardín trasero y se encontró con un picnic a la luz de las estrellas y varias luces a su alrededor. Como padres era difícil saber cuando metían la pata, pero últimamente se habían comenzado a dar cuenta la simplicidad con la que Carla manejaba su vida. Y quisieron darle una bella sorpresa, que si bien no era lo que ellos hubieran elegido, les llenaba el corazón de alegría ver a su hija tan emocionada por ese pequeño gesto.

Y por primera vez en mucho tiempo, cenaron sin móviles, revisando los números de la bodega o asuntos del trabajo. Eran una familia compartiendo un moment único, el cual Carla atesoraría por siempre.

Guzmán, Marina y sus padres, pudieron disfrutar de una cena en paz en la que dejaron de lado todos los malentendidos.

Polo y sus madres se fueron de viaje a Londres a encontrarse con algunos amigos lejanos para las fiestas.

Nadia y Omar, esperaron a que sean las doce y se escabulleron a la terraza para ver los fuegos artificiales que iluminaban el cielo.

Mientras, Rebeka y su madre se fueron de viaje a las Islas Canarias con unos primos y tíos.

Así que, es posible decir que Noche Buena fue un éxito para todos.

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- Señorita Carla.- Mireya se asomó cautelosa a la habitación de la rubia.- El joven Samuel le ha dejado un paquete.

Carla volteó de su gigantesco espejo, en el cual se estaba arreglando como todas las mañanas, y vió que su ama de llaves colocaba una caja sobre su cama.

- Gracias, Mireya.- le dedicó una sonrisa sincera.- Bajaré en un segundo.

Se acercó hacia aquella bella caja color beige con un moño marrón y jaló de él para abrirle.

Un bello caballo blanco de plástico grueso con textura aterciopelada estaba entre muchos papeles de protección.

Los ojos de Carla se cristalizaron y sus manos se fueron directamente hacia su boca.

Cerca de fines de Octubre, ella y Samuel habían tenido una conversación muy emocional acerca de sus infancias. Fue muy difícil para ambos revivir esas viejas heridas, pero sintieron gran alivio al hablarlo con la persona a la que más amaban.

Carla mencionó que, de niña, luego de haberse peleado con sus padres, decidió volver a su casa por su cuenta al salir del colegio. Su chofer la esperaba afuera, pero consiguió esquivarlo y ocultarse lo suficientemente bien para no ser vista.

Jamás había caminado por Madrid por su cuenta. Era aterrador y emocionante al mismo tiempo.

La verdad es que tuvo mucha suerte. Una niña de siete años con tan bellos rasgos, vistiendo el uniforme de una de una de las escuelas más prestigiosas de España, y ademas, caminando sola, podrían haber tomado ventaja de ella con mucha facilidad.

En uno de los miles caminos que tomó intentando llegar a su casa, ya que no sabía ni distinguir el norte del sur, se topó con una tienda bastante antigua y venida abajo, pero con una vidriera hermosa, según su apreciación.

Entre varios juguetes, se encontraba un caballo de color blanco. Era bastante grande, a comparación del diminuto cuerpo de Carla. Tenía el cabello de, apenas, un color rosa pastel, y estaba en posición de relinche, algo que la pequeña rubia sabía a la perfección, ya que sus padres la habían inscrito en clases de equitación desde los cinco años.

Mío o de nadie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora